El libro no desaparecerá nunca

Fernando Ortiz de Frutos
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Perfil de Luis García Méndez, bibliotecario

Luis nació en Guadalajara. Y allí inició sus estudios, en los Salesianos, en cuyo Seminario permaneció hasta los diecinueve años de edad y consiguió su título de Magisterio, el llamado en aquellos años `Magisterio de la Iglesia´ aquel que en virtud de la legislación de aquella época podía expedir la Iglesia Católica y que pronto convalidó por el título del Estado. Y es que su primera vocación fue la enseñanza. Por eso se decidió a estudiar Filosofía y Letras, especialidad de Psicología,  en la Universidad Complutense de Madrid.

Pero lo cierto es que la vida le llevó por otros derroteros. Como tantos estudiantes, hacía compatible sus estudios con trabajos más o menos efímeros que le aportaban no solo algún pequeño recurso económico, sino que también aumentaban el bagaje de experiencia del interesado. “Y mientras estudiaba la carrera comencé a trabajar en el Instituto Bibliográfico Hispánico, para catalogar libros. Allí estuve un año. Más tarde estuve en un Bibliobús, y en una biblioteca municipal que se inauguró en el madrileño barrio de Prosperidad. Y después en Getafe, como bibliotecario. Pero aunque todos esos trabajos fueran más o menos precarios, contribuyeron a introducirme en el mundo de las bibliotecas que, a la larga, iba a ser mi profesión y mi verdadera vocación”.

Cuando Luis aprobó en 1987 las oposiciones al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, que es como se llama el estamento funcionarial en el que ha estado trabajando hasta su jubilación, salieron varias plazas en Madrid. Pero no quería quedarse en Madrid. “Los destinos que había en Madrid eran casi todos para ocuparse de bibliotecas dependientes de centros oficiales, ministerios o la propia Biblioetca Nacional. Pero a mí me atraía la experiencia de la biblioteca pública. Me llamaba la atención la cercanía al usuario. Se añadía a lo meramente bibliográfico un componente social. Tu trabajo tenía respuesta visible. Y decidí solicitar alguna de las plazas vacantes que había en otros lugares. Y, sorprendentemente, vi que Segovia era una de esas plazas disponibles. Y hasta aquí me vine, con toda la ilusión del mundo...”

Claro que lo que Luis ignoraba era la situación en que se iba a encontrar la vieja Biblioteca Pública de la Calle Real. “Mi primera sorpresa me la llevé al salir del hotel en el que pasé mi primera noche segoviana. Era el Hotel Sirenas, que estaba justo al lado de la Biblioteca, cosa que yo ignoraba. Pregunté a dos personas que me dijeron que no sabían dónde estaba. Y fue una tercera la que me indicó. Aquello me dio mala espina. Me parecía raro. Pero cuando entré me di cuenta inmediatamente de por qué nadie quería esta plaza. Aquello era un caos. Estaba en obras, llena de cajas de cartón sin abrir repletas de libros sin clasificar. Había que empezar de cero. Y por todo equipo, tres funcionarias, eso sí, estupendas, y un guardia civil jubilado.”

Y nos cuenta que fue varias veces a ver a distintos directores generales para darles cuenta de la situación. “Lo mínimo era buscar una ubicación nueva para que la biblioteca pudiera cumplir dignamente con su función. Pero se me llegó a decir que no; que al fin y al cabo el libro de papel tenía los días contados. Menos más que recibimos la visita de Magdalena Viment, a la sazón Subdirectora General de Coordinación Bibliotecaria del Ministerio; y quedó estupefacta. Se dio cuenta de que una capital como Segovia no podía tener una Biblioteca Pública del Estado en aquellas condiciones. Y este fue el punto de partida para iniciar las gestiones para la actual Biblioteca”.

Nos dice que fue muy importante la implicación del Ayuntamiento, a la hora de proporcionar el solar y de agilizar los trámites. Y se siente orgulloso de la nueva instalación. “Fue para mí otro reto importante su puesta en marcha. Conté con un gran equipo de veintiocho personas, hoy reducido a veinticuatro por aquello de la crisis, que trabajan en un edificio estupendo, con cuarenta mil usuarios inscritos y con unos fondos que rondan los doscientos mil ejemplares.”

Desde que llegó a Segovia, en 1988, Luis ha vivido por y para su Biblioteca Pública. Este alcarreño es desde entonces un segoviano más. Aquí vive y aquí han nacido sus dos hijas. Y el libro ha sido, y lo sigue siendo, su claro objeto de deseo. Su trayectoria ha consistido en ser un eslabón entre los ejemplares que custodiaba celosamente y los lectores. Por eso termina nuestra conversación con una 

reflexión que es un manifiesto y que expresa, contundente, como antídoto ante los malos agüeros: “El artefacto llamado libro no desaparecerá nunca. Simplemente, coexistirá con los nuevos medios. Pero siempre tendrá su sitio”.