Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Joker

10/05/2024

En estos tiempos convulsos preferimos pensar que no somos responsables de las consecuencias de nuestros actos, mientras que a la vez exigimos que nuestra voluntad tenga una fuerza absoluta otorgando derechos. Hay una esquizofrenia real, porque ambos conceptos se enfrentan. Solo depende de quién empiece juzgando el acto analizado.

Por causas que no vienen al caso, vivimos en una sociedad donde el Mal, un acto voluntario perverso no es fruto de un deseo criminal, sino que posee un origen externo al causante. Si simplificamos la frase se queda en que incluso cuando hacemos algo malo está motivado por un hecho del que no somos responsables. Esta tendencia hace que hayamos ido reduciendo el número de delitos considerados moralmente aberrantes y como consecuencia, haya aumentado la aceptación de la venganza como forma retributiva. En el mundo audiovisual, es frecuente ver cómo se defiende el infligir dolor como método expiatorio del mal sufrido. ¿Para qué la policía o los jueces?

Siempre ha sido peligroso levantar las barreras morales a la libertad humana, porque a nuestro libre albedrío, somos capaces de hacer cosas inimaginables. Hasta hace no mucho, había una guía clara sobre las líneas rojas que no se debían traspasar. Ahora volvemos a estar solos en el mundo, sin modelos, confiando que, gracias a nuestras experiencias personales, seamos capaces de vislumbrar la salida. No todo el mundo tiene el talento o capacidad para ello. Y algunas personas no son psicológicamente estables.

No todos los que cometen actos horribles están enfermos, pero en todos los casos hay víctimas y el matiz para ellas es nulo. La justicia tiene que ser fría, clara, rápida y efectiva. Una vez desaparece la retribución a la víctima, la sociedad se embrutece, porque se impone la ley del más fuerte y las cosas se desmadran. En Occidente cada vez son más los que eliminan la condición de persona si no coinciden con uno, dejando que las pasiones justifiquen lo que sienten por ellos. Hay individuos que son capaces de todo para proteger su idea y, sin embargo, no pestañearían ante el daño provocado a otro ser humano; es una reflexión inquietante.

Salvo excepciones, nadie comete el gran error de su vida la primera vez. Es un cúmulo de pequeños actos que acaban degenerando en un mal mayor. Al principio podemos controlar nuestra voluntad, pero sin autocontrol las consecuencias son sorprendentes. Cortar una oreja a un detenido y grabarlo tiene difícil explicación. ¿Es lo que queremos?

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