En una nave cuya localización no conviene desvelar para evitar visitas indeseables, el restaurador italiano Graziano Panzieri (Asís, 1972) ultima la restauración de la Virgen del Acueducto, después de que el pasado martes recibiera la visita, y el visto bueno, de una técnica del servicio de Patrimonio de la Junta. Está «casi lista» a falta del remate de la limpieza, que repose el consolidante y quizá algún retoque cuando se traslade al museo de la Casa de Moneda.
A pocos kilómetros del Azoguejo, en un taller más parecido a un almacén de herramientas y otros cachivaches que a un quirófano, la histórica escultura ha pasado las últimas semanas sobre una plancha de poliuretano que ha hecho las veces de mesa de operaciones, reforzada para soportar más de 800 kilos, junto a una sencilla bandeja de acuarelas y otra con productos de limpieza. El paciente no podía presentar buen aspecto tras cinco siglos a la intemperie, pero la intervención debía limitarse a lo básico: «He intentado devolverle un mínimo de dignidad hasta donde se puede», explica. Sin cirugía estética, sin reconstruir lo perdido, con la excepción del fragmento que se desprendió en abril del año pasado y que ya ha sido reintegrado. Resumiendo: limpieza y consolidación de lo que queda, sin más... ni menos.
La escultura fue trasladada al taller de Panzieri hace casi dos meses, una vez retirada de la hornacina el 20 de marzo. «Primero estuve trabajando con ella de pie. La teníamos en una caja, bien calzada y con toda la seguridad, pero la verdad es que me dejaba un poco inquieto tenerla así. Un empuje en un momento dado, un mal gesto y estamos hablando de 800 kilos que habrían sido imposibles de detener... Mejor ni pensarlo porque es de las cosas que te dejan sin dormir», confiesa. Pero así se pudo fotografiar desde todos los ángulos para su posterior reproducción en 3D y documentación previa al inicio de los trabajos. «Una vez hecho eso limpié lo principal, sobre todo la parte trasera», que no está labrada, sino rebajada, prácticamente lisa, «y después la consolidé con un silicato de etilo para poder trabajar con ella tumbada».
Parte de la capa negra que tenía la Virgen del Acueducto debido a la contaminación del tráfico y a un farolillo de gasóleo que la alumbró siglos atrás.De toda la suciedad que acumulaba, «lo primero que hubo que quitar era una capa de excrementos de aves que la habían dejado bastante mal, sobre todo por palomas que se posaban sobre la corona, y después una capa negra de buen grosor debida a la contaminación de los coches y a un farolillo de gasóleo con el que se iluminó durante muchísimo tiempo, que no olvidemos que la electricidad es una cosa de hace poco más de un siglo y esta escultura ha pasado cinco allí», advierte.
La parte más expuesta es la que menos negrura presentaba gracias al agua de la lluvia, pero la trasera no hizo más que acumularla sin remedio y estaba «como el carbón». «El problema de la iluminación antigua es el mismo que han sufrido las iglesias: primero con las velas, después las lámparas de petróleo... por eso la mayoría de los retablos tienen quemaduras o negrura de humo, algo parecido a lo que ha pasado aquí. Y por supuesto está el tráfico», otro viejo enemigo conocido por Panzieri de anteriores proyectos de restauración como el que llevó a cabo en la torre Arias Dávila en 2007:«Allí la parte baja estaba negra del humo de los autobuses que paran en Hacienda (calle Colón), aunque no tanto como en el caso de la Virgen, porque a esta escultura también se añadía lo del farolillo», recuerda.
«Con mucha dificultad y paciencia» logró superar esa capa de negrura, tras la de los excrementos, y aún ha tenido que aplicar un tercer tratamiento de limpieza para hacer frente a «un ataque de musgo, líquenes y sobre todo de hongos que han alterado un poco el tono de la piedra». «Están metidos dentro de la piedra y ya son imposibles de eliminar por completo salvo que te comas la propia piedra», lamenta. «Tenía manchas en las grietas y fisuras, las he aclarado un poco y ya no van a ir a más, pero tampoco se puede hacer ya más, esto es lo que hay». Suena grave tal y como lo explica Panzieri, aunque, a ojos de un inexperto en patrimonio puede no ser tanto: «Cuando la humedeces se ve que no está tan blanca y se notan más las manchas de ese ataque de hongos y líquenes en grietas y fisuras», insiste.De cerca sí se advierten «unas rayitas blancas», como si fueran estrías.
Tras los tres tratamientos de limpieza citados, Panzieri ha inyectado resina acrílica en las partes de la escultura que estaban «lesionadas, escamadas o levantadas» y con riesgo de desprendimiento. «Primero la resina acrílica y después un mortero para evitar que esto vaya a más y se pierdan más partes». «Había una zona de la cara y la cabeza», en la frente y el pelo, que «estaba muy abrasada y ha habido que meterle mortero para tapar fisuras», cita como ejemplo.«Y ya después he intentado entonar la piedra con un poco de acuarela», pero no con ánimo de recuperar colores, sino«con una aguada muy ligera, ‘aguasucia’ que le llamamos», matiza. Así ha resuelto por tanto las fases de limpieza y también las que se conocen como de «reintegración volumétrica y reintegración pictórica», sin que estas dos últimas supongan nada de recuperación de partes de la escultura ni colores perdidos, «sino aplicación de resina y mortero en las fisuras para que no vayan a más, y consolidación de los pocos restos originales de policromía y oro que le quedan», reitera. Ese oro todavía se observa en la corona, así como también algo de pintura azul en el vestido de la virgen, en la parte inferior; y de rojo en uno de los ángeles, el que se ha conservado «casi entero», mientras que del segundo ángel casi no queda ni volumen, apenas una mano y los pies.
Una vez acabadas esas fases, Panzieri abordaba a lo largo de la semana pasada la de aplicación de productos consolidantes en la parte delantera de la escultura «para endurecer muy bien tanto la piedra como los morteros». Eso ya es prácticamente lo último, pero «hay que esperar una o dos semanas sin poder tocar» para que se seque, y si después considerase que hay que hacer algún retoque, probablemente ya sería tras el traslado a la Casa de Moneda.
Ahora la réplica. «Mientras se está curando con consolidante» la escultura original, Panzieri cuenta con hacer la réplica que se subirá a la hornacina.Trabajará sobre el molde de silicona que se ha realizado tomando de modelo la réplica de plástico producida con impresoras 3D por el arqueólogo experto en patrimonio virtual Néstor F.Marqués, evitando así tocar la original sin renunciar a una fidelidad óptima.
«Una vez tenemos el molde de silicona, se hace un mortero con polvo de mármol blanco y una arena silícea finita con ese mismo tono», explicaPanzieri, ya que su idea es no meter pigmento.«Y eso se va a mezclar con resina epoxídica», un adhesivo estructural o de ingeniería muy resistente, con aplicaciones en la construcción de aviones, coches, bicis o esquís.«Con esa capa de mármol, arena y resina se cubrirá el molde de silicona y así obtendremos como una cáscara» a la que, acto seguido, se le inyectará espuma de poliuretano para rellenarla. «Si se rellenara con el mármol y la arena acabaría pesando más que la original», que ronda los 800 kilos, «mientras que de esta manera la proteges de golpes que la pudieran romper en caso de dejarla hueca, pero su peso será de poco más de 50 kilos».
En un principio se habló de que la original, de 1,6 metros de alto, podría pesar unos 1.200 kilos, 400 más de lo que se ha comprobado después, pero «aquello fue un cálculo al alza para asegurar que el andamio que se instó para la retirada aguantara», matiza.
Ese menor peso de la réplica facilitará precisamente su colocación en la hornacina.Ya no hará falta un andamio como el de marzo y bastarán dos cestas, una en la que irán dos personas y en otra la escultura, a la que se pondrán dos anillas por detrás para anclarla al Acueducto. «En la parte del monumento se colocarán dos anclajes como los que se utilizan para escalada», explica Panzieri. «Son como unos tacos que se meterán en las fisuras naturales de la piedra, sin taladrar ni nada», aclara. «Se meten dentro y en el momento en que tiras de ellos se abren, pero sin dañar», asegura.
Antes de retirar la escultura original se creía que estaba anclada y por ello se contaba con usar esos anclajes, pero no existían porque se sostenía sólo por su peso, ligeramente inclinada hacia atrás y asentada sobre un mortero en la parte inferior, algo inviable con la réplica. Y el final del proceso, «entre finales de mayo y primeros de junio», apunta Panzieri. ¿Y las elecciones? «Me parece fatal que se pueda usar esto a favor o en contra», responde. «Los tiempos son los que marca la obra de arte, no puedo hacer más. Si se llega, estupendo porque hay gente que se ha preocupado por ello, pero si no se llega, no se llega», sentencia.