La industria segoviana busca su nueva normalidad

David Aso
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De los EPI «como burkas» de Hola Food al comedor de Dibaq limitado al 25%, la activación precoz del protocolo de Drylock, limpia de positivos, o las dificultades de Verescence para trabajar en un entorno tan castigado por el virus

Trabajadores de Drylock, en la fábrica.

Los empleados de la joven compañía alimentaria del Grupo Copese Hola Food, activa en el viejo matadero de Villacastín desde hace apenas diez meses, han renovado vestuario y ahora trabajan con «una especie de burkas» que les cubre por completo para prevenir contagios. Los de Drylock ya se han habituado a medirse la temperatura corporal antes de empezar la jornada porque así lo vienen haciendo desde antes de que se declarase el Estado de Alarma. Por Dibaq proliferan las alfombrillas desinfectantes o pediluvios, un recurso que antes sólo se veía en granjas y que ahora, en plena fiebre por la higiene frente al coronavirus, se venden hasta para los hogares. Y la fábrica granjeña de Verescence, la más grande de la provincia por volumen de plantilla (438 trabajadores) se está gastando unos 10.000 euros al mes en mascarillas y de 1.800 a 2.700 por semana en un virucida para desinfectar. Cuatro ejemplos de cuatro de las principales empresas de la provincia enfrascadas en una ‘nueva normalidad’ laboral tan costosa y molesta como necesaria. Mascarillas, guantes, geles hidroalcohólicos, pantallas faciales, mamparas entre puestos de trabajo, zonas comunes cerradas o con aforos reducidos, visitas o reuniones limitadas al mínimo imprescindible… 

En Drylock Technologies, que cuenta con más de 150 trabajadores y hasta la fecha no ha registrado un solo positivo por contagio dentro ni fuera de sus instalaciones, «los protocolos han funcionado porque ya existía uno como grupo multinacional que se empezó a aplicar dos semanas antes del Estado de Alarma», según destacan fuentes de la fábrica segoviana de pañales infantiles e higiene íntima femenina. Los vestuarios se cerraron, por lo que todos deben venir cambiados desde casa, así como con mascarillas y guantes que les provee la empresa; en próximos días, por cierto, prevé empezar a producir mascarillas quirúrgicas por el acuerdo que alcanzó con la Junta de Castilla y León para suministrar más de cuatro millones de unidades en tres meses para organismos y colectivos de la Comunidad.

Los traslados a la fábrica, situada en el polígono de Hontoria, ya se les indicó dos semanas antes del Estado de Alarma que debían limitarse a una persona por coche. Al llegar se les toma la temperatura y todos deben lavarse las manos cada dos horas, estén donde estén, con los geles hidroalcohólicos que se han colocado en una veintena de dispensadores a lo largo de los 25.000 m2 de la nave. En el comedor y las salas de café, el aforo permanece limitado a un máximo de cuatro personas.

Dibaq.Dibaq.

Ya se han llevado a cabo varias rondas de desinfección de instalaciones con máquinas de ozono; y los transportistas que trabajan con Drylock tienen prohibido bajarse del camión en las playas de descarga. «En todo momento deben desinfectarse las manos e ir provistos con guantes y mascarillas incluso para hablar desde las cabinas».

En el Grupo Dibaq, con sede en Fuentepelayo, también se mantienen hasta la fecha con la lista de positivos en plantilla a cero. Cuentan con unos 120 empleados, incluyendo personal de fábrica, donde no se ha dejado de producir durante la crisis; y de oficinas, ahora más vacías que nunca, si bien ya se planifica un regreso escalonado. 

«Nuestro protocolo está en continua actualización, cambia prácticamente cada día, o si no cada día y medio», destacan fuentes de esta firma de nutrición animal. Lo hacen a través de sus áreas de «Riesgos» y «Personas», y actualmente están elaborando precisamente «un protocolo de vuelta para el desconfinamiento». La empresa prevé dar la posibilidad de seguir en casa a aquellos empleados de oficina que lo necesiten por conciliación u otras circunstancias si sus funciones son asumibles con esa opción, aunque ya se están poniendo mamparas entre los puestos donde la distancia social es más complicada de mantener. Hay empleados que ya recibieron formación para facilitarles la adaptación a la nueva normalidad laboral esta semana y otros la recibirán la próxima.

En Hola Food, empresa del Grupo Copese, sus empleados usan ahora «una especie de burkas» como EPI, tal y como los describen.En Hola Food, empresa del Grupo Copese, sus empleados usan ahora «una especie de burkas» como EPI, tal y como los describen.

Geles en los despachos, guantes, mascarillas… «Usamos las ffp2, y las quirúrgicas sólo si está asegurada la distancia de dos metros», matizan. Al principio reconocen que les costó hacerse con stock y recurrieron a compras agrupadas de empresas a través de asociaciones, «pero nunca han faltado», subrayan.

En Dibaq sí se siguen utilizando los vestuarios para los empleados de la fábrica, aunque con aforos más reducidos que de costumbre. Al entrar con ropa de calle primero pisan alfombrillas desinfectantes o pediluvios de los que tiempo atrás sólo se veían en granjas y algunos aeropuertos, y la ropa del trabajo usada se la lleva una empresa externa de lavado. También se mantienen en uso otras zonas comunes como la de comedor, pero si antes podían coincidir una veintena de empleados, cada cual con su táper, ahora no podrán ser más de cuatro a la vez. 

El Grupo Copese, por su parte, siendo la alimentación actividad esencial, también se ha mantenido activo casi al 100% en sus tres líneas de negocio (granjas, piensos y cárnicas) durante toda la emergencia sanitaria. «A pesar de la incertidumbre inicial, toda la plantilla (más de 300 trabajadores) se volcó en continuar con la producción, primando siempre el bien común por encima de cualquier miedo o inquietud personal», valoran fuentes de la Comercial Pecuaria Segoviana, con sede en Coca. De hecho, «el equipo de todas las líneas de negocio se ha adaptado totalmente a las nuevas medidas sin ningún inconveniente». 

Un trabajador de Verescence maneja una máquina.Un trabajador de Verescence maneja una máquina.

«En Hola Food -la empresa con la que el grupo reabrió el centro cárnico de Villacastín- hemos cambiado la ropa de trabajo y ahora utilizamos una especie de ‘burkas’ que cubren totalmente al trabajador para mayor protección», explican. Es quizá la iniciativa más destacada dentro de un protocolo en el que también figura el uso obligatorio de guantes y mascarillas, la realización de cuestionarios de salud a los transportistas, aparte de haber adoptado el teletrabajo para los puestos que lo permitían o la limitación de los viajes, reuniones presenciales y visitas «al mínimo posible». El autobús de la empresa se limpia después de cada ruta (Coca-Villacastín), y las desinfecciones ambientales de sus centros también son frecuentes, «parecidas a las del ozono pero adaptadas a la industria alimentaria», matizan. 

Más complicado lo han tenido en Verescence para adaptarse a la nueva normalidad por la extraordinaria virulencia con que se ha ensañado el coronavirus en La Granja. La empresa con más trabajadores de la provincia (438 contabilizaba al cierre de abril) ha llegado a soportar más de 70 bajas en su momento más crítico, ya fueran por covid-19, aislamiento preventivo u otras circunstancias. Además, al no considerarse actividad esencial dos de sus tres líneas de negocio (aisladores eléctricos sí, pero no la producción y el decorado de frascos), mantiene un expediente de regulación de empleo por causas productivas que se prolongará hasta el 31 de julio, por el que cual han rotado trabajadores hasta sumar 138 en su jornada con mayor regulación. 

Sin embargo, a pesar de las cifras de bajas acumuladas, la planta granjeña fue de las primeras de su grupo en tomar medidas como la prohibición de desplazamientos incluso dentro del territorio nacional en transporte público. También se prohibieron las visitas de clientes y, por primera vez en la historia de la empresa, las pruebas técnicas en las que un representante de la firma verifica la fabricación de un producto, algo que puede llevar horas, se desarrollan por vía telemática. 

Con una impresora 3D que ya usaban para otras cuestiones se han provisto de pantallas faciales. Ya no faltan mascarillas, pero fuentes de la empresa admiten que les costó asegurar un stock de «varios miles» después de que el primer gran pedido de la crisis se quedara en alguna frontera. Y esta semana estaban a la espera de recibir una cámara termográfica para la toma de temperatura a la plantilla de una manera más fiable, tras recelar del funcionamiento de los termómetros electrónicos que miden a distancia. Geles hidroalcohólicos, guantes… Hay pantallas de metacrilato repartidas por distintas áreas y todavía se siguen poniendo nuevas allá donde resulta complicado mantener distancias. 

El teletrabajo se mantiene sin fecha definida de regreso para aquellos puestos que no están ligados directamente a la producción, pensando sobre todo en la conciliación. Asimismo, la mayoría de los que trabajan de manera presencial y con ropa específica viene cambiado de casa, mientras los vestuarios permanecen restringidos para que los usen sólo quienes manejan productos por los que cuales se considera más adecuado que se cambien allí.

La limpieza de las instalaciones también es exhaustiva, sobre todo, por la aplicación de un virucida dos o tres veces por semana. No en vano, cada una de esas sesiones de desinfección (que vienen a sumarse a las que se llevan a cabo a diario con legía y otros productos) sale por unos 900 euros, de modo que el presupuesto sólo por eso ya sube a entre 1.800 y 2.700 euros por semana. Con cuatro al mes se acercan o superan los 10.000 de gasto extra, cifra redonda que va en la línea de lo que cuestan también las mascarillas que utilizan al mes. Es el coste de la nueva normalidad, alto en dinero y también por todo lo que representa para empresas y trabajadores, ya sea en un centro de trabajo del tamaño de Verescence o en cualquier otro. Un escenario laboral que no gusta a nadie, evidentemente, pero es con el que va a tocar convivir, de momento, por tiempo indefinido.