Ana Zamora (Madrid, 20 de enero de 1975) y Nao d' amores han hecho historia para la cultura de Segovia. Su imprescindible labor para la recuperación del teatro renacentista ha recibido el reconocimiento de un Premio Nacional de Teatro con el que, sin embargo, no se han permitido el lujo de dormirse en los laureles. En enero estrenarán en la Compañía Nacional de Teatro Clásico su próximo proyecto, 'El castillo de Lindabridis'. Nada menos que un Calderón. Son días de ensayos y preparativos y no hay tiempo que perder para lograr otro éxito.
¿Ya ha notado las repercusiones de ser Premio Nacional de Teatro?
Espera que pienso. Yo… Lo que está claro es que el premio ha tenido muchísima repercusión en medios. Hacía mucho tiempo que no veía tan tan publicitado o tan comentado un Premio Nacional de Teatro en medios. Eso es buena señal. Y creo que a nivel de prestigio nos viene muy bien. ¿Repercusión a nivel material de venta de bolos o de llamadas de otros teatros? Todavía no. Y yo creo que no se van a producir. En nuestro caso, que tenemos otros premios -aunque no uno tan gordo como este-, nunca nos han llevado a entrar en un ámbito más comercial o a notarlo en el día a día de la parte más mercantilista del oficio.
Los 30.000 euros del premio sí que son un empujoncillo.
Sí, eso nos viene divinamente y se agradece mucho.
¿Nao d'amores atraviesa su mejor momento?
Yo creo que no. Yo creo que si algo ha caracterizado nuestro trabajo es el equilibrio en el que nos hemos mantenido en el tiempo. Yo creo que uno de los problemas de este país es que en todos los ámbitos pero fundamentalmente en el ámbito de las artes escénicas se vive un modelo montaña rusa. Compañías que pegan un petardazo un día, parece que no hay más compañías en el universo y todo el público y todos los medios se centran en ellas, y al año siguiente caen a los infiernos y no se acuerda nadie de ellas. Nosotros nos caracterizamos por lo contrario, porque siempre hemos ido despacito, despacito, en una línea súper coherente y rigurosa, sin buscar fuegos artificiales y eso ha hecho que siempre estemos ahí, que los éxitos que hemos tenido no nos lancen al estrellato pero tampoco que los fracasos nos hundan en la miseria. O los momentos de menos actividad porque en teatro yo creo que no hay fracasos.
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Por eso yo creo que no hay mejores momentos ni peores momentos sino que que vivimos en el camino y que la cuestión no es dónde vas a llegar sino cómo es ese recorrido, esa transición de cada día. Sí es cierto que ahora este premio ha llegado en un momento de reinvención. Pero eso pasa en 20 años. Nos ha pasado muchísimas veces. Igual que en cualquier vida de cualquier persona, como la crisis del 40. Cosas como la muerte de Alicia [Lázaro, la que fue su directora musical] te meten un meneo y hacen que te recoloques y te replantees cosas. Pero no creo que tengamos mejores momentos ni peores sino que seguimos en el camino.
¿Ha estado tentada en algún momento de tirar la toalla?
Todos los días (risas). Eso todos los días. Quiero hacer esto, es muy gratificante y te permite vivir con los otros y para nosotros, pero es muy duro. Yo me levanto por las mañanas y digo: '¿Seguimos o no seguimos?'. Bueno, pues seguiremos. Primero porque yo no sé hacer otra cosa y segundo porque es importante lo que estamos haciendo para la cultura de este país. Y la cultura es muy importante en un país.
¿Qué es lo más difícil? ¿La incertitumbre? Lluís Homar, director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, hablaba en una entrevista del miedo al rechazo, de la inseguridad, de la autoexigencia…
A mí lo único que me salva es haber desarrollado esta manera de trabajo en la que mi nombre va por delante. Y muchas veces lo he intentado evitar pero no hay manera de quitarlo. De hecho, el premio nacional lleva mi nombre, aunque me declara al frente de un equipo. También esta necesidad mía de tener un equipo que yo coordino pero que en realidad crea productos que son combinación de voluntades y de iniciativas artísticas de uno u otro también tiene que ver con esa necesidad de no enfrentarse solo al hecho artístico. En esta vida en comunidad hay una cuestión que es la soledad en el teatro, que además no se puede evitar porque tarde o temprano tienes que sentarte tú solo delante de tu trabajo, pero quizás a mí es lo que más miedo me da. ¿Miedo al rechazo? Yo no haría teatro. Uno tiene que relativizar ciertas cosas y hay espectáculos que salen redondos, trabajos que salen absolutamente redondos y son indiscutibles y tú mismo lo sabes. Y yo sé cómo se hace un espectáculo redondo e indiscutible.
(Le suena el teléfono móvil y tarda unos segundos en ponerlo en silencio porque se lo acaba de comprar y todavía no maneja bien todas sus funciones).
Uno puede dedicarse a intentar ser querido y a hacer espectáculos que gusten y que creen una opinión común positiva. Eso con los años se aprende. Yo ya sé lo que le gusta a la gente, pero yo creo que nuestra obligación es buscar diferentes vías de contar y de ser profesionales. Entonces eso supone un riesgo y yo soy consciente de que asumo esos riesgos y a veces son grandes. Es decir, del tropiezo a veces no es fácil levantarse y no es agradable cuando has puesto toda tu energía en una cosa de la que no estás segura. Pero quieres probar, porque alguien tiene que hacerlo. A uno no le gusta encontrar un programador que te mira de reojo y te quita la palabra y sale corriendo. Pero creo que hay que hacerlo y no quedarnos en el estado de equilibrio de tenerlo todo controlado y no probar otras cosas.
¿Pero lee y escucha las críticas?
Claro, todo, todo, todo. Lo bueno y lo malo. Lo que pasa es que yo siempre relativizo. Igual que cuando dicen que soy la diosa de las artes escénicas me entra la risa, cuando dicen que soy lo peor de lo peor y que no valgo para esto no lloro pero lo coloco en el lugar que corresponde. No hay que creerse nada de lo que dicen. Hay que valorarlo, hay que analizarlo y ver la parte de razón que tiene y, a partir de ahí, ver qué aprendizaje se puede sacar. El que diga que no lee las críticas miente, sobre todo ahora que tenemos todos Internet. Antes podías decir que se te había olvidado comprar el periódico pero ahora, en cuanto sale una crítica buena o una mala, me la mandan al teléfono 14 veces.
¿Vivimos en la sociedad de la recompensa inmediata?
Sí, tiene que ver con lo que decía de los éxitos y los fracasos. Yo intento vivir una vida más más tranquila, más lenta. A lo mejor porque me he criado en Segovia, donde vivimos a otro nivel en ese sentido. Yo no puedo entrar en esa necesidad de reconocimiento constante. En ese sentido tengo muy poco ego. Y eso me salva.
¿Disfruta del proceso?
Del proceso disfruto… Yo soy una gran sufridora. Del proceso hay momentos en los que sí disfruto. Cuando las cosas cuadran, cuando las piezas encajan, ves que aquello empieza a salir y ves que todo cobra sentido, sí. O sea es una alegría inmensa y gigantesca, pero los procesos teatrales tienen mucho más de sufrimiento que de disfrute. Mucho más. De inseguridades. Nadie te asegura que estás yendo por el buen camino. Hay que poner la vida entera en el asador y a por ello, pero evidentemente te quemas muchísimas veces. Constantemente.
¿Ha sentido muchas envidias a su alrededor?
No demasiadas. Eso lo he dicho siempre. Al haber elegido un tipo de teatro que nadie quería hacer hemos tenido muchos menos competidores. Hay mucha gente que hace teatro clásico pero hacer Lope de Vega no tiene nada que ver con hacer Gil Vicente. A nadie en este país le apetecía hacer Gil Vicente. Hay que remangarse, tener un tipo de sensibilidad, un tipo de proceso de construcción dramática, un tipo de gusto por lo primitivo que no está muy presente en nuestra sociedad. Con lo cual no es normal que mucha gente lo tenga. El hecho de que de que yo quisiera hacer algo que la gente no quería hacer me ha dado mucha tranquilidad. ¿Mala leche? Este país tiene muchísima mala leche, ya lo sabemos. Eso claro que lo he sentido. Vas a sitios en los que te miran de reojo y te cuentan que este ha dicho tal y el otro cual. En un mundo de envidiosos como el que estamos yo no he sido especialmente damnificada por la envidia de los otros.
¿Y aquí en Segovia?
No. En Segovia me he sentido bastante querida siempre. He tenido mucho apoyo desde el principio. Ya sabemos que aquí hay mucha gente de: 'Es que todos los proyectos son para…' Es que cuanta gente se sienta a redactar proyectos en condiciones y a llevar sobre su peso vivencial proyectos de gran calibre. El que se queje de que los demás lo hacemos que se remangue y lo haga.
¿Qué es lo que alimenta el espíritu de Nao d' amores?
Qué pregunta más difícil. Yo creo que el espíritu lo traemos alimentado de casa (risas). Sí que es verdad que una siente que entra en una dinámica de inercia y necesita parar y alimentarse de un mundo intelectual que está ahí sobre la mesa y que parece que se olvida. Hay que sentarse a leer por placer. Y no digo una novela porque yo creo que no leo una novela desde los 12 años. A mí no me da la vida para leerme todo lo que tengo que leer de mi entorno de trabajo, pero poder sentarte a leer por gusto cosas de tu mundo o viajar es imprescindible. Yo hago muchísimos viajes de documentación. Por ejemplo, para Nise, que fue aquel espectáculo tan súper exitoso, estuve pateándome Portugal de arriba abajo buscando no sé qué. Los puntos por los que pasó Inés de Castro, la monarquía portuguesa… Un poco todo.
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Y eso hace que encuentres cosas que no tienen solamente que ver con resoluciones del espectáculo sino con mundos que aprendes a transitar y que te van quedando para ti. Por eso ha sido importante por ejemplo el año pasado, que no hicimos espectáculo. Había llegado a un punto en el que necesitaba respirar también y y que me entrara un poco de vida por los ojos para tener algo que contar. En el fondo tengo una concepción muy renacentista de la cultura. ¿De qué me vale estar encerrada en mi casa con los hombros sentados en puestos en Calderón si no tengo tiempo para ir al Museo del Prado y entender lo que era el mundo de Calderón? Ese tipo de cosas que son buenas para la vida son imprescindibles para el trabajo.
En una entrevista en El Día de Segovia en 2019 decía que tenía muy poca mano izquierda y que debía aprender a tenerla. ¿Lo ha conseguido?
No, por mucho que uno quiera cambiar creo que hay cosas que van forjadas desde la niñez. Sí que he aprendido algunas cosas. A tener más paciencia. Y la paciencia seguramente genera más posibilidades de tener mano izquierda. Pero tengo que controlarme y amarrarme muchas veces.
¿Siente que ha democratizado el tipo de teatro que hace?
Absolutamente. Además para todos. Lo más evidente es que el gran público ha podido acceder a un tipo de material que parecía de élite y que estaba en los libros solamente. También porque no solo las grandes coproducciones como la que estamos haciendo ahora tienen una repercusión de primera división teatral, sino porque luego cogemos el camión y la furgo y nos vamos a cualquier parte a hacerlo. Pero también entre el propio oficio. Ahora mismo voy a la escuela arte dramático y los chavales son fans de Nao d' amores. Desde la propia escuela ellos ya nacen con otro tipo de inquietudes y con una ampliación de lo que es el repertorio y una idea de hacer teatro que es la que hemos defendido siempre nosotros, que es el trabajo en compañía. En un mundo tan 'megaindividualista' como el que tenemos, que haya gente que vaya aprendiendo desde la base teniéndonos como referente de que se puede trabajar en común y que hay que trabajar en equipo, me parece que también es una manera de democratizar la cultura.
¿Qué sueños les quedan todavía por cumplir?
Evidentemente que a nivel artístico nos queda muchísimo porque el patrimonio teatral español es gigantesco. Una persona como yo que es capaz de dirigir una cosa como máximo por temporada no tengo vida para abordarlo. Yo tengo 48 tacos ahora mismo. ¿Cuántos años me quedan? Queda mucho más patrimonio teatral que años me quedan a mí. Lo que pasa es que nosotros entendimos y creamos Nao d' amores como un proyecto mucho más multidisciplinar que lo que sería una compañía teatral. Durante muchos años llevamos aquí a Segovia esa idea del proyecto piloto para la creación de un gran centro que no salió, y creo que hay muchas cosas de ahí que hay que rescatar y que vamos a rescatar. Tenemos que buscar la manera de hacer lo que tiene que ver con el mundo que rodea la creación teatral, que es la formación y sobre todo la investigación multidisciplinar. Nosotros hemos hecho cosas muy importantes y yo en aquel momento tenía también más empuje, más juventud y más energía. Me empeñaba en que era nuestra obligación organizar unas jornadas en la que los mayores expertos en teatro medieval estuvieran en Segovia. Llegó un momento en el que me cansé. ¿Por qué tenía que hacer yo este servicio público pagado de mi bolsillo, con mis esfuerzos si desde lo público no se apoyaba? Entonces nos dedicamos a la creación teatral y yo creo que hay que volver un poco a todo eso que argumenta y que fundamenta la creación teatral. Hay que evitar una inercia que nos podría llevar a ser una compañía estándar.
¿Esa falta de altura de miras es un defecto de Segovia o de España en general?
Este país es complicado. En Francia se hubieran pegado por un proyecto como el nuestro. Todo el mundo que lo ha visto reconoce que nuestro proyecto ha estado muy bien fundamentado. Yo creo que vivimos como en una segunda división cultural con respecto a Europa y que habrá que terminar saliendo de ella.
¿Se imagina que la censuraran como ha sucedido a otras compañías en algunos municipios en los últimos meses?
A todos nos puede pasar en cualquier momento. A mí, de hecho, me pasó. Cuando aquella polémica de 'Penal de Ocaña' que tuvimos, yo opté por aguantar, por callarme y por contestar en el último momento pero se nos cayeron muchos bolos y hubo mucho trabajo perdido. Al final yo creo que hay que ser listo y saber que esa polémica también genera amistades y empatías y al final todo cae por su propio peso. Hay que estar con los ojos abiertos pero no hay que emparanoiarse y sí dialogar y entender qué es lo que está pasando. cuáles son las razones y sobre todo estudiar muy bien los casos que son censura y los que tienen que ver con transiciones políticas, porque hay de todo.