Al presidente del Gobierno le están marcando el camino desde todos los lados: la oposición del PP con su exigencia de que dé explicaciones sobre los asuntos más relevantes de la agenda nacional e internacional, que viene a ser lo mismo; los compañeros minoritarios del Gobierno porque se le han puesto en contra de cualquier incremento del gasto militar, a los que se suman los aliados que sostienen, o sostenían, su mayoría parlamentaria; los independentistas catalanes, los recalcitrantes y los irredentos empeñados en cobrar deudas comprometidas, pero que se niegan a dar oxígeno al Gobierno a la espera de poder obtener nuevas contrapartidas al precio de saldo de alguna votación en el Congreso. Y por supuesto, la Unión Europea.
De un gobierno con tantos asesores y consejeros áulicos lo mínimo que se puede esperar es que disponga de argumentos elaborados para responder a las preguntas sobre 'los temas del día'. Que la ministra portavoz, Pilar Alegría, sostenga que no se presentará el proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2025 hasta que no se tengan los apoyos de los grupos parlamentarios que permitan su aprobación para no hacer "perder el tiempo al Congreso", es de tal simpleza que le deja la pelota votando a propios y extraños para que le metan un gol por la escuadra. De las pérdidas de tiempo en el Congreso está empedrado el infierno y solo hay que recordar las sesiones de control al Gobierno, de los miércoles, reiterativas, cansinas sin que se aborden los asuntos candentes o se responda a lo que se demanda. Por no hablar de las comisiones de investigación a mayor gloria del grupo proponente con mayoría en la Cámara correspondiente.
Si en algún momento, entre finales y comienzos del año se atisbó alguna posibilidad de que hubiera cuentas públicas en 2025, después de que tampoco se presentaran las de 2024, las relaciones con los independentistas, los cuatro de Podemos y las posiciones de la izquierda del PSOE por el cambio de paradigma geoestratégico con Trump en la Casa Blanca y con la Unión Europea descubriendo que es un rey desnudo, arruina cualquier posibilidad de acuerdo dada su defensa de unas propuestas extemporáneas y un análisis anticuado de las nuevas necesidades.
Cumplir los mandatos constitucionales nunca es una pérdida de tiempo. Más bien al contrario. Si se cumplieran habitualmente los ciudadanos se ahorrarían muchos disgustos y las instituciones funcionarían mejor. Por ejemplo, el tiempo perdido por no cumplir la obligación constitucional de renovar el CGPJ tuvo consecuencias negativas en todos los sentidos. Si el PSOE se quejaba entonces de cómo se retorcía el mandato constitucional a favor de parte, ahora no puede utilizar la misma treta de no darse por enterado de su obligación.
Lleva razón el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo cuando pide que Sánchez presente los Presupuestos para constatar que es "un presidente zombi" y retratar su debilidad. Pero en un debate parlamentario no solo se retrata el Gobierno, sino el conjunto de los grupos a la hora de presentar sus enmiendas y mostrar el modelo de sociedad que propone, su solidaridad o la defensa de intereses particulares. Sánchez está empeñado en acabar la legislatura aun con el Congreso en contra, pero debiera recuperar la iniciativa y condicionar la aprobación de los Presupuestos al adelanto electoral. Salvo al PP y Vox que lo desean, quizá el resto de los grupos se lo pensaba ante las previsiones demoscópicas.