Editorial

Sánchez se fuma un puro mientras satisface las exigencias de Otegi

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Ninguna sorpresa en la moción de censura que ha entregado a EH Bildu la Alcaldía de Pamplona para arrebatársela a UPN gracias a los votos del Partido Socialista de Navarra. El pacto entre Pedro Sánchez y Arnaldo Otegi se ejecutó ayer con la misma frialdad con la que se parió: dos partes que se necesitan acuerdan ayudarse con la única finalidad de alcanzar el poder, cualquiera que sea el precio que haya que pagar. Con la misma frialdad con la que los asesinos que son jaleados al salir de las cárceles por EH Bildu y todo su entorno, cuando no directamente incluidos en las listas electorales, mataron, extorsionaron y exiliaron durante décadas a miles de ciudadanos. Sánchez podrá repetirlo una y mil veces, pero EH Bildu jamás será una fuerza progresista porque pelea con saña por ser el partido más retrógrado, involucionista y casposo del país.

El cumplimiento a rajatabla de las órdenes, la verticalidad más pura, es una de las características del PSOE al que representan el presidente del Gobierno y sus adláteres. La instauración de la política a sueldo en los aparatos nacionales, territoriales y municipales ha permitido que se impongan decisiones que pueden contar con la indolencia de la militancia e incluso con el aplauso de los seguidores más cerriles, pero difícilmente podrá contagiar a los millones de votantes que fueron a las urnas en julio a apoyar a un partido de Estado y se han encontrado con que todo era mentira. Ahora, ese voto sirve para dar alcaldías a quienes aplauden a los asesinos, para amnistiar a políticos corruptos, sectarios y xenófobos y para llevar la discordia y el enfrentamiento hasta el último rincón del país. Todo, con la agravante de ser exactamente lo contrario de lo prometido.

El caso de Pamplona sirve también para entender por qué Sánchez jamás explicó qué pactó con Otegi para recibir los votos de Bildu a su investidura. El por entonces candidato socialista puso luz y taquígrafos a los acuerdos con todos sus apoyos, incluyendo el del prófugo Carles Puigdemont, pero enterró en sombras y oscuridad el pacto con Otegi, algo muy propio de un interlocutor de ese perfil. A día de hoy, sólo Sánchez y sus más fieles, además de los cuadros de mando de Otegi, saben hasta dónde alcanzan esos pactos. Qué más incluyen, en definitiva.

Nada de esto sería posible sin un partido amordazado, timorato, rendido a las necesidades de su líder, lo que es un oxímoron de época con la propia razón de existir del PSOE. Sánchez sabe que si nada de lo que ha hecho hasta ahora para traicionar sistemáticamente su palabra, los principios fundacionales de su partido y todos los cimientos de la concordia le ha puesto en dificultades, nada lo hará.