Los viajeros de Al-Andalus

Antonio Pérez Henares
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El erudito Al-Idrisi revolucionó la cartografía del mundo conocido en los albores del siglo XII con un magnífico atlas.

He querido rescatar para esta entrega de viajeros a algunos que lo fueron, e hispanos además, aunque habría que llamarlos andalusís y su motivación nada tenga que ver con el actual, pues fueron tras el período romano y su continuación visigoda quienes sí tuvieron la voluntad de compendiar y escribir sobre los lugares visitados o incluso sin haberlo hecho recoger de otras fuentes o de comerciantes lo que sus ojos no alcanzaron a ver.

El primero fue Áhmad ibn Muhámmad al-Razi, el moro Rasis (Córdoba, 887–955), para los historiadores cristianos. Fue en los siglos posteriores y sigue siendo hoy una fuente trascendental, pues su obra tiene como objetivo el territorio al completo de la Península y todos los pueblos que estuvieron asentados en él hasta la conquista musulmana. Era hijo de un mercader persa establecido en la pujante Córdoba, donde descolló por su saber hasta convertirse en su historiador y cronista más admirado. Su obra Historia de los soberanos de Al-Andalus, dividida en tres partes, una geográfica, otra de historia preislámica con relato final del reinado de Rodrigo y la conquista musulmana desde Tarik y Muza, pasando por los emires hasta el octavo y primer califa Abderaman III, es la única, y solo en parte, que ha llegado hasta hoy. Traducida al portugués y al castellano, en ella bebieron todos los historiadores cristianos muy en particular el arzobispo de Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, que se nutre de ella para su De rebus Hispaniae (1243). El moro Rasis, amén de leer, también viajó y entre los sitios por donde pasó está un lugar que tengo bien cercano cuando escribo hoy, pues habla con mucho conocimiento de Zorita (Guadalajara), entonces poderosa cora y poderosa fortaleza sobre el Tajo. «Zorita es ciudad muy fuerte y muy alta hecha con las piedras Rocapel» (la ciudad visigoda de Recópolis). 

La corte de Abderramán y la magnificencia y esplendor de Córdoba ejercieron una enorme atracción y desde el oriente llegaron viajeros que quisieron conocer Al-Andalus, como Abenhuacal, autor del Libro de los caminos y de los reinos, pero fue el historiador cordobés Ibn Hayyan quien iría mas allá acompañando al califa y subiendo hasta el Duero, destruyendo la fortaleza de Osma y derrotando a los cristianos en Valdejunquera. Volvería con él en una segunda expedición para acabar esta vez derrotado de manera tan dura en Simancas (939) por Ramiro I de León, García Sánchez I de Pamplona y el conde de Castilla Fernán González, que ya no volvió jamás a encabezar aceifa alguna. El testimonio del historiador descubre el cambio de política de Abderramán, ordenando fortificar todas las fronteras con los reinos cristianos, desde el Atlántico al Mediterráneo y la creación de las Marcas, Occidental, Central y Oriental. «Se guarnecieron las fortalezas, se aseguraron los puertos de montaña y los vados de los ríos por donde pasaba hacia Al-Andalus el enemigo cristiano». En el caso de la Marca Central, especialmente entre Talavera y Guadalajara, con Atienza como puesto avanzado sobre las Sierras de Ayllón.

Pero por encima de todos ellos destaca una figura prominente de un verdadero viajero, el gran geógrafo Al-Idrisi. Nacido en Ceuta, en el año 1100, ciudad entonces, como todo el Magreb y el Al-Andalus hispano, sometida al imperio almorávide, que tras la toma de Toledo por Alfonso VI había desembarcado en la Península, acabado con las taifas e infligido a los cristianos la terrible derrota de Uclés, pero sin conseguir su principal objetivo, recuperar Toledo, Al-Idrisi, de la noble familia de los Hamudies malagueños se establecería en Córdoba, ciudad que describe minuciosamente y es quien ofrece la más completa visión sobre todo el territorio musulmán y también de lo que pudo llegar a conocer del cristiano.

 «La Península española está dividida en dos, en toda su longitud, por una larga cadena de montañas que se llama Las Sierras, al mediodía de la cual está Toledo. Esta Villa es el centro de toda España porque de Toledo a Córdoba, al suroeste hay nueve jornadas, de Toledo a Santiago, sobre el mar de los Ingleses hay nueve jornadas, de Toledo a Jaca, al oriente, nueve jornadas, de Toledo a Valencia, al suroeste, nueve jornadas y, por último, de Toledo a Almería, sobre el Mediterráneo, nueve jornadas. La villa de Toledo era en tiempo de los cristianos (visigodos) la capital de España, el centro de su administración. Allí se encontró la mesa de Salomón, hijo de David, así como muchos tesoros: 170 coronas de oro adornadas con perlas y piedras preciosas, 1.000 sables reales adornados con alhajas y rubíes, gran cantidad de vasos y la citada mesa de Salomón construida de una esmeralda de una pieza».

El ceutí da fe también de su pérdida por el islam: «El país se llama España y la parte situada al norte de las sierras toma el nombre de Castilla. En la época actual, el príncipe de los castellanos, tiene su corte en Toledo».

Su admiración es clara: «Fuertemente asentada, está rodeada de buenas murallas y defendida por una ciudadela bien fortificada. Ha sido fundada en época muy remota por los amalecitas. Está situada sobre un cerro y hay muy pocas villas que se puedan comparar con ella por la solidez y altura de sus edificios, la belleza de los alrededores y la fertilidad de sus campos regados por el gran río llamado Tajo. Se ve allí un acueducto muy curioso compuesto de un solo arco, por debajo del cual las aguas corren con gran violencia y hacen mover una máquina hidráulica que hace subir las aguas a 90 estafales de altura que penetran después en la ciudad».

Tanto este relato como el resto de su viaje por España están recogidos en sus libros Recreo de quien desea recorrer el mundo y Descripción de España, que en algún momento abandonó para partir hacia Sicilia atendiendo la invitación del rey normando Roger II, establecido allí tras habérsela arrebatado a los musulmanes y situado su capital en Palermo. Realizó cuantos viajes pudo, pues entendía que era preciso ir a los lugares que luego iban a aparecer en sus escritos. Lo hizo por todo el Mediterráneo y llegó a asomarse a las bravías aguas del Océano Atlántico y adentrarse incluso en él.

No se sabe a ciencia cierta si murió, alrededor del año 1165, en la propia Palermo o de regreso a su Ceuta natal. En cualquier caso, en el mundo islámico su obra fue un tanto despreciada al considerarlo en cierto modo un traidor por haber estado al servicio de un rey cristiano.