Las historias que deja tras de sí la DANA que arrasó Valencia el pasado 29 de octubre son desgarradoras, pero lo son aún más si cabe si te tocan de cerca. Luis Romeral es uno de los segovianos residentes en Valencia que vieron de cerca como la ciudad en la que vivía cambiaba drásticamente en cuestión de minutos. Él no ha sido capaz de hablar, pero sí lo ha hecho su pareja, Mireia Ramón, valenciana de cuna.
A ambos el agua les sorprendió en sus respectivos coches. Mireia regresaba de su trabajo dirección Alcàsser cuando al pasar por el barranco de la localidad la llamó la atención la cantidad de agua que llevaba. «Ese barranco nunca lleva agua, nunca», revela. Fue entonces cuando comenzó a invadirla el miedo y sin pensarlo llamó a Luis para que saliera de trabajar. «Le dije que saliera en ese momento, que iba a buscarle. Así que me monté en el coche y mi padre me acompañó dirección al polígono industrial de Beniparrell, donde trabaja Luis. Cuando nos encontramos, el agua ya entraba por todas partes. Bajamos de los coches y en cinco minutos el agua ya nos llegaba por las rodillas; en quince lo teníamos a la cintura». No tenían forma de salir de allí y el nivel del agua continuaba llegando a contracorriente. «Conseguimos llegar desde el barranco al puente con la ayuda de un chico que también se encontraba allí. Estuvimos esperando casi hasta las 6 de la mañana para poder volver a casa. Tuvimos que dormir en el puente de Albal y allí habría unas 80 personas».
Pero aún no eran conscientes de las consecuencias. «Desde Albal a Paiporta está todo arrasado», comenta en un hilo de voz. Con el corazón en un puño, revela que lo peor lo vivieron el día siguiente a la tragedia. «El segundo día fue el peor porque ya veías el desastre. No había nada, los contenedores del puerto estaban por todas partes, no quedaba nada. El olor ya era horrible, olía a escombro, a gasolinera y agua estancada».
Ellos se consideran afortunados de poder salir con vida de una tragedia que ha dejado más de 200 fallecidos. «Hemos perdido los dos coches, Luis ha perdido su trabajo porque la fábrica en la que trabajaba se ha inundado. Estamos viviendo en casa de mis padres en Alcàsser porque hasta aquí no ha llegado el agua, pero hay gente que lo ha perdido todo. Todo. Mis tíos y mis primos viven ahora con nosotros porque Alcudia, su pueblo, ha sido uno de los más afectados. Ellos vivían en una planta baja y se han quedado sin nada».
Ahora, los días se quedan cortos en Valencia, el tiempo no da tregua y las labores que quedan por hacer aún son muchas. Y su rutina ha cambiado por completo. La pareja se desplaza hasta Catarroja todos los días para ayudar. «Aún ni siquiera hay luz, el miércoles llegó algo de agua, pero allí se necesita mucha ayuda. Recuerdo una mujer mayor que seguía, una semana después, con las mismas zapatillas que el día de la catástrofe. Y es que la gente mayor no puede salir a la calle ni a los puntos de recogida porque es inviable». Es por ello que Mireia y Luis por las mañanas dedican su tiempo a labores de limpieza y a la recepción de trailers de productos, mientras que por las tardes hacen el reparto de comida y ropa. «Cuando vienes a ayudar tienes que aparcar a las afueras e ir andando. Entonces, nosotros lo que hicimos fue coger un carro del mercadona y empezar a repartir. Pero ya no podemos más, estamos reventados», lamenta. Y critica que la ayuda aún no haya llegado a las pequeñas localidades.
Dicen que en los peores momentos es cuando se ve el lado más humano de la gente, y es que Mireia se queda con los grandes gestos de los vecinos afectados. «La gente te dice que busquemos a alguien que esté más necesitado. Y es que aunque lo hayan perdido todo, tienen esa generosidad». Aunque revela que el mal humor ya se palpa en las calles. «El proceso de limpiar todo está siendo muy largo. Hay menos barro, sí; pero hay kilos y kilos de escombros en las calles, y debajo de esos escombros no sabes si aún hay gente. Ya hay mosquitos, moscas, insectos… Hay mal olor. Te dicen que te pongas guantes, mascarilla, pero tú ves lo que hay aquí y eso es lo último en lo que te paras a pensar». Y es cierto. Lo último en lo que ellos piensan es en sí mismos, ya que ante la pregunta de qué van a hacer en un futuro, no han encontrado una respuesta. «Sinceramente, la decisión que tomamos el jueves fue olvidar lo que nos había pasado a nosotros, porque estábamos vivos y al fin de al cabo solo habíamos perdido dos coches y un trabajo, y ponernos a ayudar».