En las temporadas de todos los equipos hay punto de inflexión. En las Segoviana del año pasado, que acabó con el ascenso a Primera RFEF, fueron las dos victorias consecutivas lejos de La Albuera contra el Cacereño y el Badajoz. La catarsis de esta campaña puede haber sido lo vivido este domingo. En el minuto 90 el equipo de Ramsés estaba al borde del precipicio, a punto de perder su imbatibilidad en La Albuera y de prolongar su racha sin ganar, y seis minutos después había derrotado a uno de los favoritos al ascenso a Segunda División A. Puro fútbol.
Su actuación mereció este premio, pero se tuvieron que alinear los astros para que llegara. Tras un primer tiempo que acabó en combate nulo, Fernando Llorente inauguró 45 minutos que iban a ser de absoluta locura. Un golazo suyo puso el 1-0 y situó contra las cuerdas al Andorra de Piqué, que rozó recibir el 2-0. Sin embargo, se levantó y remontó en un tramo de partido que reabrió el debate en la portería de la Segoviana.
Oliva volvió a dejar dudas, aunque también abrió la puerta a la remontada al evitar el 1-3. Con sus paradas renovó la fe de su equipo, que también tuvo la pizca fortuna que le ha faltado en otras ocasiones, imprescindible en este tipo de gestas. Astray autografió el 2-2 en el descuento y Tellechea llevó al éxtasis a La Albuera con el 3-2.
Esa ambición alejada de conformarse con el empate es también seña de identidad de este equipo de Ramsés, que puede haber cambiado su destino con este triunfo. Lo necesitaba y se lo merece. Es el triunfo de la humildad y de la normalidad. Queda mucho pero lo que ya está claro es que está Segoviana va a hacer a sus aficionados sentirse orgullosos de pertenecer a ella.