El Real Madrid no terminaba de creerse eso de que el City estaba hecho unos zorros. Receloso de esa crisis celeste, saltó al campo como el niño que no se fía y coge un palo lo más largo posible para tocar a un animal que parece muerto en el suelo. El paso de los minutos fue constatando uno a uno todos los males que le achacaban a los de Guardiola: si el Madrid no salió del Etihad con una goleada a su favor fue porque Ceballos cometió una imprudencia y porque Ancelotti, temeroso para algunos y demasiado italiano para otros, no fue a por el partido claramente. Sin descuidarse atrás y sin grandes alardes, solo aprovechando los muchos, muchísimos, errores locales, marcó tres y pudo hacer fácilmente otros tres disparando 20 veces (ocho entre los tres palos). De una manera casi natural, los blancos (naranjas el miércoles) se transforman en 'algo' casi infalible cuando soplan los vientos de la Copa de Europa y sus eliminatorias directas. En un duelo alejado de la fiera resistencia de 2024 (33 tiros encajados), también salió triunfal. Nadie compite tan bien en tantas circunstancias distintas.
Terreno árido
El Manchester City es, hoy por hoy, un recuerdo borroso y gris de su propio pasado. Lleva 12 derrotas en sus últimos 24 partidos (tantas como en sus anteriores 138 encuentros). Vulnerable y lento, con individualidades puntuales que pueden resolver un partido pero no aspirar a un título. Otros jugadores parecen ya agotados para la causa, exprimidos como limones hasta su última gota. Pero al margen de que De Bruyne o Silva hayan dejado de ser motores para convertirse en lastres, llamó la atención la poca ambición coral de un gran campeón que se medía a un Madrid plagado de bajas en defensa. El viejo City hubiese hecho sangre o, al menos, lo habría intentado. El nuevo City, ese que en menos de un mes ha recibido cuatro del PSG, cinco del Arsenal y tres del Madrid, va a irse de esta Champions -salvo milagro en el Bernabéu- habiéndole ganado al Sparta de Praga, al Slovan y con mucho sufrimiento al Brujas. Ver para creer.
Errores arbitrales
Vivimos en España pegados al viejo tópico de que nuestro arbitraje es patético por comparación. «No hay más que ver cómo se arbitra en Europa -pontificamos- para comprobarlo». Solo hay que asomarse a dos partidos de esta jornada, plena Champions, lo mejor de lo mejor en materia arbitral, para comprobar que ese supuesto 'patetismo' es trasversal a cualquier campo sea cual sea la competición. El Brujas gana al Atalanta porque al final del partido el visitante Hien, que domina el balón en su área, roza con la mano la cara de Nilsson en un braceo natural. Penalti. El VAR ni corrige. Y El Masrati (Mónaco) es expulsado ante el Benfica porque, harto de que los portugueses cosan a patadas a sus atacantes sin castigo disciplinario, con mucha tranquilidad reclama al trencilla que castigue una entrada concreta con cartulina amarilla. La ve él. Era la segunda. El Mónaco pierde 0-1 en inferioridad. No hay nada patético en el error humano, pero no pensemos que lo poseemos en exclusividad. En todos sitios, incluso al más alto nivel, cuecen habas.
¡qué gozada! Celtic Park es uno de esos templos de segundo o tercer nivel deportivo en Champions, pero quizás está a la cabeza (pocos habrá por encima) en atmósfera. El 'You'll never walk alone' sonando a todo trapo, la entrega casi una hora antes de que arranque el partido, los decibelios y la animación coral de 60.000 gargantas durante 90 minutos… El fútbol es gigante gracias a sus deportistas, pero universal gracias a sus aficionados. El Bayern asaltó Glasgow (1-2), pero sufrió horrores para confirmar su favoritismo: en campos así parece que estás jugando en clara inferioridad numérica. Por cierto, el crecimiento de Michael Olise es imparable. Marcó su quinto gol en la presente Champions (undécimo de la temporada) y confirmó que mientras las defensas centren su vigilancia en Harry Kane, los 'segundos espadas' serán determinantes.