Fernando Grande-Marlaska ha sido un juez admirable, que sufrió durante muchos años la persecución de ETA. Primero, cuando estaba en Bilbao -donde nació- en los juzgados nº 2 y 12, y, luego, como presidente de una de las salas de la Audiencia Provincial de Vizcaya.
La presión fue tal que se le aconsejó el traslado, que fue aplazando hasta que decidió, en 2003, ir a un juzgado de Madrid. Estuvo poco tiempo, porque enseguida pasó a la Audiencia Nacional, sustituyendo al juez Baltasar Garzón.
Allí, a pesar de que las amenazas de ETA no habían disminuido, demostró una gran firmeza, instruyendo numerosas causas contra la banda terrorista, y fue el juez que ordenó el ingreso en prisión de Arnaldo Otegi, hoy secuestrador y torturador en excedencia.
Este juez de Bilbao demostró no ser nada nacionalista y dejó escrito lo siguiente: "Considero los nacionalismos un concepto trasnochado en una época en la que ha de tenderse, creo yo, a suprimir fronteras antes que a crear otras nuevas. Soy ciudadano europeo y mis conciudadanos son igualmente europeos, ya se trate de escoceses, franceses, gallegos, italianos, bretones, vascos o alemanes". Palabra de Grande-Marlaska.
Su deslumbrante evolución comienza cuando es nombrado ministro de Interior por Pedro I, El Mentiroso, en un Gobierno donde mentir es lo normal y cotidiano. Y miente sobre los sucesos de la valla de Melilla. Y es reprobado por el Congreso. Y aquel juez, al que ya, viviendo en Madrid, le descubren la preparación de un atentado para asesinarle, en su casa de vacaciones en La Rioja, dispone que los presos de ETA vuelvan a las cárceles vascas, porque su jefe, el presidente del Gobierno, se lo ha prometido a los separatistas vascos, cuyo líder es Otegi, el torturador y secuestrador de ETA, que ahora se hace denominar "hombre de paz". La última mentira fue asegurar que los mozos de escuadra no sustituirían, en las fronteras de España en Cataluña, a la Guardia Civil y a la Policía Nacional. Mintió: serán sustituidos con la firma de aquel gran juez, que hoy se esfuerza por aparentar que es un obediente criado del más mentiroso de los presidentes de Gobierno, que ha habido en España, desde la Transición.