Jamás creí que leería Spiegel Online para conocer el resultado exitoso de un partido nazi en Alemania. Pienso en Stephan Zweig y en que se suicidara antes de la muerte de Hitler. Me digo que si levantara la cabeza volvería al catafalco, alarmado porque casi un siglo después la voz del autoritarismo despliega sus banderas. Alemania, después de perder la Primera Guerra Mundial, padeció una terrible crisis económica. La inflación y el desempleo empobrecían a la clase trabajadora. En 1923 una hogaza de pan llegó a costar 200 mil millones de marcos, cuando antes costaba uno. El nacionalismo y el autoritarismo encontraron el terreno abonado para vender una solución. Tomas Mann percibió el terrible riesgo nazi y en una conferencia en Berlín en 1922 sobre la república de Weimar ya alertó a la juventud del riesgo que corría la democracia.
En Tiempo de magos Wolfram Eilenberger, uno de los filósofos más populares en Alemania, encuentra importantes similitudes entre los tumultuosos años 20 y el mundo contemporáneo. «Los nazis no tenían filosofía ni programa. Eran un movimiento, pura energía, y cogían algunas ideas y las vulgarizaban para justificar sus actos», escribe. Habla de Wittgenstein, Benjamín, Heidegger, la gran filosofía creciendo a la par. Según parece el primero estudió con Hitler en 1904 en la misma escuela, y según Kimberley Cornish, su odio por los judíos tiene su origen en el desprecio que Hitler sentía por el judío Wittgenstein.
El autoritarismo siempre ha aprovechado las crisis económicas y los efectos de la última aún se notan. Ahora la inmigración y la igualdad de género son banderas principales. La mala gestión de los partidos tradicionales en lo primero, y quizá la rapidez en lo segundo, hace que nos presenten el riesgo de desaparición de nuestra cultura. Pero la cultura es dinámica. Se va haciendo y enriqueciendo en el tiempo. Y es multiétnica, ayer, hoy y mañana.
Casi un siglo después se levanta una fuerte ventolera de ayer. Los jóvenes son los principales reos de este nuevo autoritarismo. Su desconocimiento de la historia los hace presas fáciles. El mundo que venden se parece a la selva, los fuertes vecen y los débiles pierden, sin remisión. Es la hora del fanatismo. Pero no aceptan que nadie les diga nada. Como dice Voltaire son «enfermos delirantes que quieren apalear a sus médicos».