Entraron los reyes de España al real teatro, donde muchos famosos y grandes personajes del país se hallaron para comenzar la temporada operística con un espectáculo deslumbrante, como suele ser Aída, y lo será en estas próximas semanas en que 19 representaciones conducen hasta la segunda parte de noviembre una obra mayestática.
Sus majestades, acompañadas por la corte política, como la presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet, presidenta y expresidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso y Esperanza Aguirre, personajes claves del mundo de la comunicación española, como Pedro J. Ramírez, Iñaki Gabilondo, Jaime Peñafiel o Boris Izaguirre, celebridades como Cristina de Borbón-Dos Sicilias, Carmen Lomana y Paloma Segrelles, o el inculto ministro de cultura, Miquel Iceta; Isabel Preysler y el cultivado premio Nobel de literatura, Vargas Llosa, todos y otros muchos se acercaron a gozar de música y montaje espectacular.
Esta coproducción del Teatro Real con Abu Dhabi, que se readaptó en 2018, permite reciclar un montaje que funciona estupendamente provocando en la gran mayoría entusiasmo y amortizando los costes de una inversión que puede retocarse y emplearse de nuevo, como es repetir una de las obras más puestas en escena en todos los teatros líricos del mundo. Así se conmemoran los 25 años de la reinauguración de nuestro Teatro Real, volviendo al grandioso aparato con la misma música de Verdi. Lo bueno conviene revisitarlo y siempre es distinto por la intensidad de su belleza, más bien sublime. El montaje de Hugo de Ana es excelente (Pirámides, templos, desfiles, desiertos...), si no fuera porque a veces las proyecciones resultan un poco de cartón piedra digital, tal vez superfluas en algunas escenas.
Si la temporada pasada se cerró con el Nabucco de Verdi y ahora abre con su apabullante Aída parece que buscan asegurarse el éxito al final y al comienzo, felices momentos ambos para los amantes de la ópera. No en vano fue Aída la ópera más representada en Madrid durante todo el siglo XIX, calificada por algunos críticos como obra maestra, pese a las reticencias del mismo compositor, que no la estimaba tanto como el público que la recibió y la sigue recibiendo entusiasmado.
Engendrada con voluntad de recrear el mundo egipcio, ayudado por arqueólogos y científicos varios, puso todavía más de moda el Antiguo Egipcio que con el descubrimiento de la Piedra de Rosetta y las excavaciones francesas desde Napoleón en adelante llegaría hasta nuestros días. Verdi incluyó algunos elementos de música exótica, como el uso de grandes trompetas alargadas, "de antiguas épocas", el cantar susurrado, las invocaciones de la sacerdotisa al entrar en el templo de Ptah, con la danza sagrada y misteriosa, con arpas y flautas de tonal ambigüedad.
La construcción del Canal de Suez y su inauguración en 1869, a la que acudirían la emperatriz de Francia, la española María Eugenia de Montijo, con el virrey de Egipto, Ismail Pachá, que se había formado en París, incluyeron la representación de Rigoletto, de Verdi, para el Teatro Jedive, y trajo solo después de la guerra Franco-Prusiana la puesta en escena de Aída en El Cairo, en 1871, cuyo éxito pocos meses más tarde se trasladaría a Milán, para difundirse también exitosamente por diversos teatros de Italia y luego de todo el planeta, hasta nuestros días. Se había hecho el encargo a quien entonces era el compositor vivo de ópera más célebre del mundo, en su madurez, ya utilizando plenamente el recurso de grandes masas corales con un argumento muy seductor y romántico que incluía problemas políticos, religiosos y sentimentales. La clásica pulsión entre el amor y el deber, el sacrificio que lleva finalmente a la inmolación, a la muerte por el otro, para no abandonarle... Todo en el ambiente de un pasado ancestral que ejercía con su monumentalidad una gran fascinación, la misma que Verdi emplea en su orquestación y música, con fragmentos que ahora son conocidos universalmente y aparecen en todas las antologías de la ópera.
La dirección orquestal de Nicola Luisotti, que sufriera algunos desajustes en el estreno, sin embargo, resultó brillantísima y llena de energía al día siguiente, con el segundo reparto. En este actuó una Amneris que no salió de correcta, interpretada por Ketevan Kemoklidze, pero contrastó con su rival, Anna Netrebko, a quien insultaban fuera con pancartas y banderas un grupo de ucranianos furibundos, llamándola amiga de Putin, como rusa (se omite esto en el programa de mano), aunque ahí está como soprano y prima donna, y resultó una fulgurante, magistral Aída, como también su amante y amado Radamès, que bordó en su papel Yusif Euvazov, tan espectacular, suntuoso y asombroso como el decorado, pues deslumbró... El sumo sacerdote, Ramfis (Jongmin Park) penetró con su firme voz hasta las últimas localidades. Deyan Vatchkov, un bajo demasiado oscuro como rey, en un enjambre de bailarines a veces algo torpes, figuraciones algo esperpénticas y coros que podrían escucharse mejor empastados... Pero los cantos de los personajes principales arrasaron en el auditorio con su belleza y una música que es culmen del repertorio operístico.
Ir a la ópera es, por antonomasia, esto, acudir al grandioso espectáculo que nos llena la mente de una música enorme, de decorados, personajes, movimiento, coros, danzas y cánticos que con poderosa orquestación le hacen a uno salir entusiasmado, pues ha contemplado lo que es el gran arte.