Pedro Nogales Pacheco (Revenga, 1940) es el último guardián de la cacera del Acueducto, la canalización de 13 kilómetros de longitud – entre el azud del río Acebeda y el Rancho del Feo – que recorrió todos los días, de lunes a domingo, salvo vacaciones, como guarda jurado del Ayuntamiento de Segovia durante cuatro décadas, hasta su jubilación, cuando se produjo la extinción de este puesto de trabajo que había 'heredado' de su padre Zoilo Nogales Nogales. Eso significa que su familia ha vigilado a lo largo de casi un siglo la captación y conducción de agua potable entubada, todavía en uso, que data de 1924 y que, en su mayor parte, discurre por el mismo trazado que los romanos llevaron a cabo hace más de 2.000 años, aunque en este tramo campestre del monumento, a diferencia del urbano, sean pocos los vestigios originales, apenas algunos restos del sistema de presas romano.
Acostumbrado al campo, al monte, porque, además, ha sido gabarrero y ganadero de vacuno de leche, cuenta Nogales que la vida de guarda de la cacera del Acueducto es lo que conoció desde siempre, porque acompañaba a su padre desde niño, y él mismo ha transmitido a su hijo Alfonso, e incluso a su nieto Víctor, todo ese conocimiento del entramado de caceras en el que ha contabilizado, por ejemplo, hasta 111 tapaderas de registro, alguna ya desaparecida, según comenta su vástago.
A Pedro le hubiera gustado que su hijo Alfonso hubiera continuado la tradición de guarda de la cacera del Acueducto, para que la familia alcanzase un siglo como vigías de la captación o azud del agua destinado al abastecimiento de la ciudad de forma casi exclusiva desde la época romana hasta que se construyó el embalse de Puente Alta en los años cuarenta del siglo pasado, también en término de Revenga, hoy en día entidad local menor del municipio de Segovia.
Zoilo Nogales, padre de Pedro, segundo por la izquierda, junto a otros guardas jurados municipales - Foto: Rosa BlancoNo oculta que, aunque el contacto con la naturaleza es gratificante, la vida de guarda era dura, y solitaria salvo en lo peor del invierno, cuando el Ayuntamiento disponía que fueran en pareja, como la Guardia Civil, en prevención de accidentes, ya que la nieve y sobre todo el hielo podían ocasionar malas caídas.
Cuenta Nogales, que conserva con orgullo la banda de cuero que llevaba al pecho y le identificaba como guarda jurado del consistorio segoviano, que en verano podía «echar el día» recorriendo la conducción, a veces a lomos de alguna caballería (caballo o burro) y otras muchas a pie. Empezó ganando 32 pesetas al mes.
Salía temprano por la mañana y regresaba a su casa de Revenga entrada la tarde. Su función consistía en mantener en buen estado y, conforme al caudal que le requerían desde los Depósitos municipales de Agua, la cacera. Manejaba el 'trampón', que sigue existiendo, para regular el agua, e inspeccionaba todo el recorrido del canal para retirar ramas, acumulaciones de arena o cualquier obstáculo que pudiera impedir o dificultar el paso de la corriente; en ocasiones algún animal muerto. En más de una ocasión Nogales se ha topado con bombas de la Guerra Civil en las inmediaciones del canal.
En invierno, la tarea más compleja era romper el hielo en el azud, «que se ponía muy mal», admite, y para ello utilizaban un pico con un mango muy largo y se apoyaba en una barra que llevaba consigo para prevenir una caída, lo que confiesa hubiera sido fatal. No olvidará nunca Pedro cómo tenía que hacer camino después de una copiosa nevada, pero como residente en el hoy Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, al igual que muchos de sus vecinos estaba acostumbrado. Quita hierro a las duras condiciones de los meses más fríos con comentarios como que «el primer día tardaba un poco más en quitar la nieve, al siguiente ya estaba marcado el camino».
Su nieto Víctor le recuerda una anécdota del abuelo Zoilo recurrente en la familia cuando visitan este paraje ligado al principal monumento de Segovia. «Cuando salía a hacer el recorrido decía que si no volvía había que buscarle bajo la Piedra Colgante», una gran roca bajo la cual se resguardaba cuando había tormenta o caía un fuerte chaparrón. La piedra sigue donde siempre, testigo, como Pedro, del devenir de los años, ahora con más turistas y visitantes «del lugar donde nace el Acueducto», como decían ya en sus primeros años de guarda a este revengano los muchos enamorados del monumento, en todo su trazado, que llegaban a este lugar sobre todo desde Madrid. Esta semana, el azud ha tenido visita porque el día 11 se celebró el Día del Acueducto.
Monumento desde 1884. El miércoles se celebró el Día del Acueducto, por el 136º aniversario de su declaración como Monumento Histórico Artístico Nacional, un reconocimiento recogido en el Real Decreto del 11 de octubre de 1884. Para conmemorarlo, la empresa municipal Turismo de Segovia ha organizado una serie de actividades que comenzaron el domingo 8 de octubre con una de las visitas guiadas más demandas por turistas y segovianos, la del 'Azud del Acueducto', aunque el grueso del programa conmemorativo tuvo lugar el mismo día 11 con talleres infantiles, dos pases de la visita guiada 'Conoce el Acueducto y descubre la cocina de temporada', que incluían una degustación de tapa y, como en anteriores ediciones, se abrió al público para cuatro visitas guiadas el desarenador de San Gabriel, peculiar edificio de gran importancia para garantizar la limpieza del agua transportada por el canal. Por la tarde, en la Casa de la Lectura, se presentó el libro 'La moneda segoviana y la evolución de la imagen del Acueducto como marca de ceca', con intervención del autor, Óscar Fernández, numismático y youtuber en el canal Monedas Limpias.
La Gaceta de Madrid, antecedente del BOE, publicó el 20 de octubre de 1884 el Real Decreto que recogía su declaración como monumento, junto a un informe de la Real Academia de la Historia que indicaba que «ninguna persona medianamente culta hubiera podido figurarse jamás que para mantener libre de vandálicos atentados el célebre acueducto romano de Segovia fuera menester ampararlo con declaraciones oficiales; pero es lo cierto que ha llegado a nuestros días al extremo el vergonzoso desconocimiento de su importancia arqueológica y de su arrogante belleza artística, que con razón se teme verlo bárbaramente afeado con construcciones adosadas a su veneranda mole si no se dicta una medida que lo salve de tales profanaciones», justificando así su reclamación de esta declaración en prevención de posibles 'atentados'.