Infierno y desgobierno en Haití

G. Koleva (SPC)
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El país más pobre de América lleva años sumido en una profunda crisis, exacerbada por el vacío de poder y la violencia en las calles

Fotografía de archivo que muestra a soldados haitianos que vigilan una comuna en Kenscoff (Haití). - Foto: EFE/ Johnson Sabin

La vida en Haití lleva años siendo lo más parecido a un infierno. Allí, el día a día se ha convertido en una lucha constante por la supervivencia: los disparos entre bandas son ya parte de la rutina en Puerto Príncipe, la capital, mientras una profunda crisis multidimensional se exacerba en el país más pobre de toda América, donde la mitad de la población vive en condiciones precarias. Las familias se enfrentan al hambre extremo, los hospitales están saturados y la violencia impera en las calles pese al despliegue en junio de la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad en Haití (MSS), liderada por Kenia.

Todo ello en un contexto de desgobierno tras el asesinato hace cuatro años del presidente Jovenel Moïse, sin que se hayan celebrado aún unos comicios que el Ejecutivo interino emplaza para este año con el fin de estabilizar la situación.

Las últimas elecciones

Precisamente, las elecciones que le dieron la victoria en 2016 fueron las últimas de Haití, después de que la cita con las urnas de un año atrás fuese anulada debido a una serie de irregularidades. Durante su mandato, Moïse tuvo que hacer frente a protestas masivas, fruto de una corrupción cada vez más enquistada en las instituciones y una vida inasumible ante el elevado precio de los bienes básicos y la falta de suministro energético. 

El punto de inflexión llegó cuando el dirigente liberal se negó a abandonar el poder en 2021 -momento en el que en teoría vencía su Gobierno-, en medio del clamor de la oposición. Fue entonces cuando un grupo armado, compuesto en su mayoría por exmilitares colombianos, irrumpió en su residencia de Puerto Príncipe para torturarle y asestarle 12 disparos que acabaron con su vida. Según una investigación internacional, su asesinato fue orquestado bajo un complejo complot por el que hubo numerosas detenciones, si bien todavía quedan muchas preguntas sin responder sobre la autoría intelectual de los hechos, los mismos que causaron el vacío del poder y, por ende, un deterioro de la crisis haitiana.

La violencia creció, la economía colapsó y las pandillas armadas se hicieron con el control de buena parte del país. La tensión llegó a su punto más álgido hace justo un año, cuando el primer ministro Ariel Henry -quien gobernaba el país desde la muerte de Moïse- debía abandonar el cargo y convocar elecciones. Sin embargo, su intento por permanecer en el poder hasta agosto de 2025 y su empeño por desplegar una unidad de seguridad multinacional en la nación desataron una oleada de enfrentamientos sin precedentes en la capital a manos de bandas criminales.

Puerto Príncipe se convirtió en el epicentro del caos, intensificado tras la fuga masiva de unos 4.000 presos, y los secuestros y asesinatos terminaron por provocar la dimisión de Henry en marzo. 

Para frenar la crisis, se acordó la creación de un Consejo Presidencial de Transición y el pasado mes de octubre llegaron los primeros soldados de Kenia para apoyar a las fuerzas caribeñas. Sin embargo, nada de eso ha propiciado la estabilidad. Es más, según estimaciones de Naciones Unidas, las pandillas controlan ya un 85 por ciento de la capital, una situación que causó en 2024 cerca de 5.500 muertos, 1.500 secuestrados y más de un millón de personas sin hogar.

Un problema arraigado

Lo cierto es que las raíces de la actual crisis no se pueden reducir a un solo evento y se remontan a años atrás. Mucho antes de que las bandas se adueñaran de las calles, Haití ya enfrentaba serias dificultades económicas, sociales y políticas, marcada por los golpes de Estado, la pobreza y los desastres naturales.

De hecho, el devastador terremoto de 2010, en el que hubo alrededor de 300.000 fallecidos, acabó de sumir en el caos a un territorio que no tenía unas bases sólidas para hacer frente a la catástrofe. La reconstrucción fue lenta y, pese a que la ayuda internacional llegó, la mala gestión impidió levantar los escombros del suelo y la nación nunca logró recuperarse del todo.

Ahora, cualquier pequeña esperanza parece estar puesta en los comicios previstos para este año, un gran desafío para un país que lleva demasiado tiempo sin un rumbo fijo. Mientras, para cientos de miles de haitianos, cada amanecer se convierte en otro intento por seguir adelante en medio del infierno. 

Una infancia vulnerable

Un reciente informe del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) denuncia que la violencia sexual contra los menores se ha multiplicado por 10 en el último año en Haití, con sus cuerpos convertidos en «campos de batalla». El organismo advierte que más de 1,2 millones de niños viven «bajo una amenaza constante de la violencia armada» en la nación caribeña, donde el reclutamiento de los más pequeños por grupos armados también ha aumentado un 70 por ciento.