La casa de Nuria Martín Sanz es una oda a la luz. La que baña su pequeño jardín y el precioso comedor situado al lado. En cada rincón está reflejado, además, su gusto por la decoración y las manualidades que ella misma realiza. Por allí corre Gucci, un yorkshire terrier que no se desgasta en ladridos. Solo ofrece cariño. Esa luminosidad de la que vive rodeada Nuria contrasta, sin embargo, con la oscuridad en la que siente estar viviendo desde hace más de una década. La luz y la oscuridad como dos caras de una misma moneda.
El calvario de Nuria comenzó en 2012. «Llevaba años quejándome sistemáticamente de un dolor de cabeza que no conseguía controlar y se empeñaron en que, como yo me había quedado viuda unos años antes, era algo depresivo y lo único que hacían era mandarme al psiquiatra. Pero no mejoraba en absoluto y un día de repente al fin me mandaron al oculista y la oculista vio que tenía un tumor detrás del ojo», cuenta sentada junto a una mesa en la que despliega numerosos papeles. Uno es el informe de una consulta de hace solo unos días en el servicio de Neurología del Hospital, y enumera su extensn historial médico: un miningioma que afectó a su visión y a su oído izquierdo, panhipopiutarismo, reumatismo, asma alérgica, asma bronquial, vértigos, síndrome ansioso depresivo, fibromialgia… Y debajo más de una decena de medicamentos que se tiene que tomar a diario y de forma crónica.
«El tumor era muy difícil de manipular y además consideraban que, al manipularlo, podían hacerme daño a terceros órganos y lo dejaron. Solo dieron radioterapia y la radioterapia hizo que casi el 60 por ciento del ojo ni gira ni ve, el oído tres cuartos de la misma, el tiroides la hipófisis y la pituitaria están muertas y el cerebro va perdiendo mecanización. Te veo a ti ahora mismo y dentro de media hora me encuentro contigo y ya no sé quién eres», relata. Tiene reconocido un 77% de discapacidad, pero la han aconsejado que no conduzca. Su vida transcurre en Torredondo, donde tiene su casa. Los días se le hacen eternos, sin trabajo y con una vida social prácticamente inexistente. La Nuria de ayer era otra. «Con 18 años me fui a Canarias a la aventura y estuve trabajando en hoteles de cuatro estrellas. He trabajado mucho en atención al público y en la hostelería. El trato con la gente siempre me ha encantado. Era muy echada para adelante».
Habla en pasado. Como si no quedara nada de ella. Pero rebosa dulzura, sensibilidad y curiosidad. «Me meto en Infojobs, me meto en Infoempleo, me meto en Adecco… Al principio era un poco más selectiva, pero ahora me apunto a todas las ofertas de trabajo que veo. Pero nada», se lamenta con una mezcla de resignación e incomprensión: «No entiendo que no haya una opción intermedia. Puedo entender que en los trabajos no me quieran por la edad que tengo y porque ya no soy la persona que era. Y la Seguridad Social no me da la jubilación. ¿Qué tengo que hacer? ¿Para qué coño estás cotizando toda la vida?».
La ayuda de 400 euros que recibe no le permite cubrir sus gastos y solo el sueldo de su marido les permite subsistir: «A veces cierro los ojos y sueño con recuperar la vida que tenía antes. Me gustaba muchísimo atender al público. Y todo a pesar de que me quedé viuda cuando mis hijos tenían dos y cinco años y no tenía una casa ni nada. Ahora soy una ñoña que no puede controlar cuando llora». Los paseos que da, su jardín y su familia son su felicidad en medio de una vida repleto de dolores por las enfermedades.
«A lo mejor ninguna de las cosas que tengo son muy graves a nivel individual pero, si las sumas todas, la vida es muy complicada. Hasta las cosas más sencillas, como cocinar o lavar la ropa, se vuelven cada vez más difíciles», continúa. En su currículum ha decidido 'esconder' su edad y que sufre un 77 por ciento de discapacidad para ver si cambia su suerte. «A lo mejor mañana me sale un trabajo, me pongo a trabajar y el solo tener el cerebro ocupado me ayuda a tirar para adelante, pero de momento ni lo uno ni lo otro. La última vez que estuve en la Seguridad Social para que me hicieran una valoración estaba convencida de que me prejubilarían o me aumentarían el grado de discapacidad. Pues tampoco. Hace no mucho vino una persona de la Seguridad Social a dar una vuelta por casa y controlar un poco y en el papel me puso que necesitaba un apoyo, pero la cosa se ha quedado ahí también».
Nuria se recuerda arreglada y aventurera y ahora se ha apoderado de ella la frustración. «Voy haciendo pequeñas manualidades pero hay días que ni puedo y al final llega un momento en que no sabes qué hacer. Voy peleando pero básicamente soy ama de casa, prácticamente no muevo el coche de la puerta y prácticamente no voy a ningún lado. Eso sí, he aprendido a valorar más las cosas», destaca. Se emociona al hablar de sus hijos y de su marido. «Mis hijos son muy independientes pero también muy cariñosos y están muy pendientes de mí. Y mi marido es un hombre casi seis años más joven que yo lleno de vida y que se enamoró. Nos pusimos juntos a hacer cosas, a hacer proyectos, a tener ideas y de la noche a la mañana se encontró con mucho menos. Hace lo que puede, pero el 50 por ciento de su vida se ha visto menguada a todos los niveles».
Recientemente ha recibido radioterapia para prevenir una posible reproducción del tumor. «No me gusta la idea de que no haya un solo buen momento mío en la memoria de mis hijos. Es que no consigo ni preparar una cena disfrutando de ello. No es lógico ni justo. Hay momentos en los que improvisas, haces cualquier cosa y ya está, pero cuando todo te cuesta de una forma muy notoria lo haces con menos ganas y en menos ocasiones. Me ha encajado de tal manera en la rutina para estar segura que en cuanto me salgo ya no estoy cómoda», confiesa sin perder la esperanza de que el golpe ahora sea de buena suerte.