Paso una semana fuera de España y solamente a través del diferido he podido tomar conciencia, reconozco que un pelín tarde, de esta nueva versión de las dos Españas, la bronca de Broncano y el otro, que va como una moto: millones de españoles discuten apasionadamente en favor del uno y en contra del otro, y viceversa. Es un culebrón casi redondo, con La Moncloa apoyando a uno y los del PP, por ende, al otro. Y es una bronca que, por lo que respecta al programa de TVE, pagamos con nuestro dinero, sin que la vida política, social, cultural, de este país tan afecto a la charanga y pandereta machadianos mejore ni un punto en el 'ranking' de los elegidos.
Como si aquí no estuviesen, bajo todo este bullicio, pasando cosas muy serias, entre ellas una sutil transformación del Estado, inmerso en un mundo que cambia a velocidad de vértigo y que es, claro, ajeno a unos programas de televisión que me recuerdan a otros de los años ochenta, cuando, por cierto, en algunos aspectos se hacía una televisión bastante mejor que ahora.
El 'pan y circo', o sea, el de la bronca versus el de las hormigas, aderezado por un incremento del consumo en restaurantes y en fiestas varias, viene siempre mejor al gobernante que a la oposición, pero no diré yo que esta no se aprovecha también de las ventajas de tenernos alienados: mientras el actual 'statu quo' dure, vida y dulzura para nuestros representantes, que luego ya vendrá ese señor tan raro a gritar demagógicamente que se acabó la fiesta. Uno de nuestros males es que eso que dio en llamarse 'clase política' vive de espaldas al ciudadano, mientras, eso sí, proclama hacerlo todo por el ciudadano o, mejor, por un país que, en su conjunto, cada vez importa menos.
Leo esto en un libro de Harari: "Gobiernos en apariencia democráticos socavan la independencia del poder judicial, restringen la libertad de prensa y califican de traición cualquier tipo de oposición". Creo que el pensador israelí piensa en Trump y en Putin, pero hay otras naciones a las que solo les falta el 'aliena al ciudadano' para recordarnos a casos muy próximos.
Nunca entendí el éxito del de las hormigas, se lo confieso a usted. Pero menos aún entiendo que una televisión pública, que debería estar destinada a mejorar el nivel informativo, cultural y moral de los españoles, se gaste una millonada salida de nuestros bolsillos para llevar a sus pantallas a un caricato que, seguro, tendrá sus méritos, como los tienen los 'influencers', los 'youtubers', el 'ibaillanismo' y toda esa gente que, sin excesiva base ni altura, entretiene y hasta apasiona a tantos; sus valores tendrán, aunque algunos, miopes, no acabemos de verlo. Al menos, yo, que me siento poco interesado en esos epifenómenos, no los pago y, en cambio, a Broncano sí.
Supongo que, como ocurrió con el Guerra y Joselito, con Antonio y Manuel Machado, con Ortega y Gasset (aquí, risas), lo de Broncano y Motos pasará pronto de moda, porque la cosa no da más de sí, y buscaremos alguna otra cosa absurda que nos divida, mientras nos empeñamos en mirar tenazmente al dedo que señala a la luna y en desconocer si esta se halla en cuarto creciente o menguante. O sea, que lo importante, para los de estos pagos, se ciñe más bien a lo interesante y, si acaso, se extiende a las cosas de comer. Lo demás, todo eso que demandaría una democracia perfectible, que lo arreglen, o lo estropeen, otros. Y, como nos faltan líderes de verdad, que no sean trileros o tristes, pues aquí seguimos, echados en brazos de dos personajes de pantalla muy pequeña a los que hemos convertido, cada uno en su parte de la alfombra, en héroes nacionales, loor.
Y sí, reconozco que yo tampoco he podido sustraerme a hablar hoy del tema, relegando tantas otras cosas que deberían, pero no, angustiarnos algo más. Pero qué quiere usted: es el signo de los tiempos, y a ver quién es el guapo que se margina de ellos.