Rigoletto, propagandista abucheado

Ilia Galán
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El Teatro Real celebra estas fiestas recuperando la popular pieza de Verdi con una adaptación en la que la grosería y lo ridículo empañan una excelente dirección de orquesta llena de vida y dinamismo

Adela Zaharia (Gilda) junto a los actores y bailarines. - Foto: Javier del Real

Suele programar el Real una ópera especialmente popular para las Navidades y así lo ha decidido con Rigoletto, la más interpretada en dicho teatro y una de las cinco obras más representadas en los coliseos del mundo, junto con otra, también de Verdi, que ocupa el primer lugar, La Traviata. Estamos, sin duda, ante una de las más grandes piezas de la historia de la música lírica. 

Parece sana la intención de invitar al mayor público posible como un regalo navideño, pero no es conveniente para menores ni para quien tenga alma sensible o delicada por su rudeza. Es lástima que un escenario que tanto prestigio ha adquirido por sus buenas representaciones, con un coro tan excelente, como también aquí se demostró, admita producciones de tan bajo nivel, donde la grosería a veces impera y se diría que casi insulta a la Corona con la que esta institución se ornamenta, así como hace que la cultura de alto nivel parezca una mamarrachada más propia de un burdel que algo digno, denigrada la gran música y lo mejor de nuestra cultura, infectándola con el virus de la más bárbara incultura, grosera, sórdida, algo que no debería admitir subvención alguna. De hecho, ya ha habido casos en los que algún célebre director de orquesta ha rechazado a ciertos mentecatos pretenciosos, inadecuados con sus montajes para ciertas obras. 

Así, resulta humillante que un gran tenor como Javier Camarena (el duque), o una dirección de orquesta tan excelente como la de Nicola Luisotti, llena de vida, colorida, dinámica, deslumbrante, se vean empañados por la grosería. Del Arco ha sido abucheado, asqueados muchos por un espectáculo a veces ridículo, a veces casi pornográfico; ya no innovador, sino viejuno e inmoral, repitiendo desde hace décadas el tópico de chocar o molestar al público.

Javier Camarena (Duque de Mantua) junto a los actores y bailarinesJavier Camarena (Duque de Mantua) junto a los actores y bailarines - Foto: Javier del RealQue el célebre momento de la donna è mobile esté ambientado en un prostíbulo y 15 supuestas bailarinas -pues casi todos los bailes son flojos o penosos, normalmente ridículos, malísimos- se pongan frenéticamente a simular masturbaciones o felaciones no ayuda a concentrarse en la música, al contrario, destrozando el papel central del tenor. Coreografía, sin duda, abominable, ejemplo del peor gusto.

La obra finaliza en medio de un innecesario campo nudista donde solo las mujeres se exhiben en cueros para las tal vez lúbricas miradas masculinas, desnudos que parecerían contradecir al adoctrinamiento feminista, completamente reiterativo, pues la obra de Verdi, basada en la de Victor Hugo, ya es claramente crítica con los abusos de una sociedad opresora y en especial para la mujer, y es que resulta evidente ahí que también l'uomo è mobile, sobre todo el duque. Por eso, comenzar con una mujer que corre y es violada por una manada enmascarada como conejitos elimina la sutileza de algo que sobra, por resultar redundante, pareciendo que se nos predica con un simplificado catecismo ministerial acerca de algo que todos compartimos. Aquí es excesiva la tensión sexual, y cutre, entre los contoneos de copuladores, siendo todo demasiado explícito.

En el estreno estuvo la hasta ayer vicepresidenta del Gobierno, Nadia Calviño, demostrándose satisfecha con el bochornoso espectáculo, triste ejemplo de un desgobierno que encumbró como ministro de Cultura a un necio que ni siquiera había estudiado una carrera universitaria. Así no se logra que la ópera atraiga a nuevas audiencias, al contrario, varias voces me han dicho que iban a abandonar su abono para poder desestimar los montajes que les asquean. Esta coproducción no atraerá público a uno de los teatros más caros de Europa.

Ludovic Tézier (Rigoletto) junto a los actores y bailarinesLudovic Tézier (Rigoletto) junto a los actores y bailarines - Foto: Javier del RealLos decorados pobretones, aburridos, no ayudan, aunque hay buenos efectos, como los cortinajes rojos que caen o los juegos de color en vestidos de moderna gala, las torponas bailarinas, doradas como en un anuncio de cava...

En los días del estreno se representó El retorno de Ulises a su patria, de Claudio Monteverdi. Excelente ópera escenificada en versión de concierto, maravillosamente tocada y cantada, donde los intérpretes, en medio de sus limitadas posibilidades, también actuaban, y sin aparato escénico, sin someterse a la dictadura de mediocres de pésimo gusto que quieren sobreponerse con supuestos escándalos por encima de músicas maravillosas, estropeándolas por el tinglado que montan. O se hace un buen espectáculo de una ópera, adecuado a sus contenidos, o mejor se interpreta en versión concierto, donde al menos la música pura nos llena.

Tres repartos sostienen esta producción y en el primero se cuenta con voces de enorme prestigio, como el bufón Rigoletto, aquí sin joroba, Ludovic Tézier, barítono que es hoy referencia mundial, con poderosa gesticulación e impecable, extraordinario, que inundaba el espacio, en casi perfecto enlace con la soprano rumana, Adela Zaharia, dramática, algo tiesa y plana, pero de enérgica interpretación y con algunas arias excelsamente interpretadas.

El célebre y aquí tan querido tenor mexicano Javier Camarena cumplió como duque con grandiosa exhibición técnica, pero a veces no llegando bien a las notas altas, quebradas algunas líneas... Tenebroso Sparafucile dispara con la oscura voz de Simon Lim, que hace buen papel, como también Marina Viotti (Magdalena).

Se pueden hacer adaptaciones a otras épocas, pero hay que hacerlas bien. Aunque es cierto que la mayor parte del público parece preferir las que se adecúan a su período histórico: la dictadura de directores de escena y propagandistas eróticos no lo están permitiendo. Es triste convertir el Real en símbolo vergonzoso.

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