Convendrán conmigo en que la Navidad ha experimentado una evolución notable y que es más que dudoso que esa evolución haya sido positiva. No dudo que para muchos seguirá prevaleciendo el significado primitivo con el que se conmemora un hecho religioso tan relevante como lo es el nacimiento de una persona singular sobre la que se ha construido un fabuloso sistema de creencias extendido por todo el universo. Muchos otros pondrán en valor la dimensión social y cultural, familiar y festiva, que les despierta añoranzas, recuerdos y sentimientos de muy variado contenido. Y muchos habrá que combinan ambos aspectos, el religioso y el social, sin perjuicio de que uno predomine sobre el otro. Lo hacen reiterando una tradición absolutamente arraigada que prácticamente nadie pone en cuestión.
La cuestión es que, por encima de esas dos perspectivas que he querido distinguir, se ha impuesto la tendencia comercial, apoyada en una proliferación de complementos estéticos, con una intensidad verdaderamente apabullante. El despliegue de luces, colores y adornos lo invade todo, y lo hace cada vez con mayor antelación, de manera que se empiezan a instalar las iluminaciones nada más pasar el verano y todo está ya a punto para el encendido en cualquier momento del mes de noviembre, a la vez que empiezan las celebraciones colectivas. Y no hablemos ya del consumo, que adquiere un ritmo creciente y a menudo obsesivo, normalmente acompasado con la evolución de los precios de muchos productos que son objeto de una especial demanda.
Quién más, quién menos, yo creo que una gran mayoría participamos de ese trajín, sin detenernos a pensar en el volumen comercial que han alcanzado tantas cosas que entran dentro de lo superfluo, siendo a la vez causa de un esfuerzo económico desproporcionado. Y no estaría de más reconducirlo un poco, moderar los excesos, poner algo de medida en la invasión publicitaria y recuperar algo más de la parte valiosa, que la tiene, en nuestra conciencia colectiva de afectos y nostalgias compartidas. Ya sé que no será nada fácil parar un poco esta poderosa máquina que lo ha ido convirtiendo todo en material de intercambio. Bastará con darle una vuelta. Lo que no impedirá, sino todo lo contrario, pasar unos días alegres y felices, que es lo que yo les deseo.