Álvaro Gil-Robles pasa el confinamiento en su casa de Sotosalbos y la mayor parte del tiempo, «en el ordenador escribiendo, de lo poco que puede hacer uno ahora». Días antes de que se declarase el Estado de Alarma en España estuvo en Nueva York, donde comprobó el escepticismo de entonces allí ante el coronavirus, frente al drástico cambio de escenario que les sobrevino dos semanas después, al empezar a sufrir la pandemia, con «intervencionismo puro y duro» por parte del Gobierno, en lugar de su tradicional «capitalismo individualista». «Yo no sé lo que va a cambiar, pero sí lo que debería cambiar», destaca.
«Esta pandemia nos ha pillado a todos viviendo en una filosofía vital muy alejada de los valores que debería tener una sociedad realmente solidaria y democrática. Nos ha pillado pensando que el capitalismo es un sistema que no tiene ningún problema, con la idea de que cada uno debe velar por sí mismo, y por lo tanto un sistema muy insolidario», advierte. «De ahí que no se hayan dado mucha importancia a las inversiones en lo público, que se hayan potenciado tanto las privatizaciones, hasta que nos hemos dado cuenta de que la sociedad está desarmada cuando se producen estos fenómenos de la naturaleza».
«Es necesario pensar en una sociedad en la cual la presencia de lo público y de los legítimos intereses colectivos estén por encima del lucro personal. Y no sólo hablo de la Sanidad, a la cual se le han aplicado limitaciones económicas brutales, sino que están también la educación y otros servicios públicos fundamentales».
Por motivos semejantes considera que «Europa también tiene que cambiar», advierte pensando en «esa especie de insolidaridad norte-sur» que se ha visto con la negociación de ayudas. Pero «todo eso sin tocar nuestro sistema de libertades, la democracia, y con un sistema económico competitivo», matiza, «donde lo público debe volver a tomar su camino». «La sociedad tiene que ser más justa, la fiscalidad más justa, no podemos seguir en este sistema de ricos riquísimos y cada vez más gente con menos capacidades, cobertura y protección».
«Es un reto enorme, pero es que ya no es una cosa de la clase política, sino una exigencia de la sociedad. Y no es que hablemos de intervención pública en todo, sino en lo que es justo, necesario e imprescindible, no un capitalismo salvaje que ha dejado desamparado al Estado, sin instrumentos para intervenir cuando vienen las grandes crisis».
No obstante, aboga por permanecer unidos «con independencia del color político de cada uno, que ya habrá tiempo de analizar, valorar y discutir, cosa que parece que no todo el mundo está entendiendo».
¿Pero es un deseo o cree realmente que podemos cambiar hacia un modelo menos insolidario a partir de esta crisis? «Eso es otro cantar», responde. «Aunque soy optimista por naturaleza; si no, con todo lo que he vivido ya me habría muerto». «Esto es una lección y después del coronavirus puede venir otra cosa. Nos acaban de dar el primer toque, muy duro, todavía no hemos visto dónde terminarán las consecuencias en cuanto a vidas humanas, desastre social y económico, y como no saquemos la lección de que en el futuro no se puede continuar con la misma receta, entonces es que no hemos aprendido absolutamente nada», sentencia.