¿Quemaron las feministas segovianas un muñeco de Santiago Abascal?». Este titular de un medio de comunicación nacional hace tres años, coincidiendo con la celebración de Santa Águeda en el barrio de Nueva Segovia, ilustra acerca de la frontera con la polémica en la que se mueve esa fiesta, cada vez más extendida en localidades de toda España pero en ningún lugar más popular que en Zamarramala. Como es tradición, el Concejo de Aguederas de este barrio incorporado de Segovia volverá a quemar el pelele y volverá a entregar el Matahombres de Oro el domingo 5 de febrero. ¿Pero son ofensivos ambos actos?
«El pelele no representa a ningún genero sino que es un símbolo de lo negativo que hay en la sociedad y que nos gustaría eliminar. El año pasado lo identificamos con el coronavirus. Y Matahombres se refiere al alfiler usado por las segovianas para sujetar sus prendas de vestir. Santa Águeda no es una reivindicación de la mujer sino una fiesta que ensalza la figura de la mujer, que ahora está en todas las partes de la sociedad. Hace 800 años sí que era reivindicativa», argumenta Elena Hijosa, integrante del Concejo de Aguederas. «Está muy bien recordar todo lo pasado y debe servir para comprender el futuro, no el presente. Quemar el pelele y nombrar un Matahombres dignifica el pasado», abunda el historiador Eduardo Juárez.
Sin embargo, parece que empieza a calar la idea de que habría que efectuar cambios. «Hablo a título personal. Lo del pelele es una cosa tradicional y me parece bien. No tiene por qué ser un hombre ni ir en contra del macho ni de lo masculino. Además, no era solo de las águedas, también del carnaval y de otras fiestas. Es un juego.Lo del Matahombres sí que es un invento más reciente y no me parece de mucho interés. Si desapareciera no me importaría. El nombre no es muy afortunado», reflexiona el director de la Academia de Historia y Arte de San Quirce y folclorista Pablo Zamarrón. El historiador Rafael Cantalejo asegura tener sentimientos encontrados sobre este tema: «La quema del pelele nos sitúa en un punto de la historia mucho más lejano, cuando la quema de personas era algo más habitual. Yo creo que podría transformarse en algo que, manteniendo el simbolismo, fuera menos agresivo, como el manteo, que era algo que también se hacía muchas veces. Y 'matahombres' me parece una palabra muy fuerte y que realmente tampoco era el sentido del alfiler. Sería mucho más sencillo llamarlo el 'espantahombres'».
Cantalejo opina, en cualquier caso, que falta divulgación en torno a esta fiesta. «Todo esto requiere una cierta explicación para que se pueda entender, porque a lo mejor en Segovia o en Zamarramala lo entendemos –o quien se aproxime aquí– pero a alguien que esté viendo la televisión en cualquier parte de España o del mundo lo de 'matahombres' le sonará muy duro. Imaginemos que en otra fiesta se diera el 'matamujeres'. A todo el mundo le chirriaría. Habría que cambiarle ese nombre y sobre todo explicar muy bien qué simboliza ese alfiler y de dónde presuntamente viene la pieza que se entrega a los premiados».
La política no está cómoda con este debate. El concejal de Cultura del Ayuntamiento de Segovia, Alberto Espinar, y la jefa del Servicio Territorial de Cultura de la Junta de Castilla y León, Ruth Llorente, no han querido compartir su opinión, y la concejala del PP Azucena Suárez y el responsable del Instituto de la Cultura Tradicional Manuel González Herrero, José María Bravo, también del PP, no creen que sean necesarios cambios. «Conjuga perfectamente tradición y modernidad. La quema del pelele simboliza la lucha contra las desigualdades que todavía imperan en nuestra sociedad y en ningún caso es nada que vaya contra los hombres. En cuanto al Matahombres, es un reconocimiento positivo. Visto con la mirada de nuestros días es una manera de pinchar entre comillas, en el sentido de instar a los hombres a que abandonen las posiciones machistas y se sumen a construir una sociedad en la que mujeres y hombres seamos iguales», indica Suárez. «Creo que cuestionarlo es rizar el rizo y sacar las cosas de contexto. Aquí no hablamos de machismos ni feminismos sino de una tradición que tiene una forma de hacerse. Y no creo que sea ofensivo», concluye Bravo.