Es como un milagro entre el asfalto. Está en un barrio, en una vía sin demasiado tráfico, sin tiendas, ni bares, pero, incluso así, el manzano de la calle de Santa Bárbara, en la antigua Colonia Pascual Marín del barrio de La Albuera, no deja de sorprender a quienes lo descubren por primera vez al girar la esquina o al cruzar por ahí de camino a otro lugar.
Varias generaciones de una misma familia se han preocupado de cuidar a este manzano urbano, que está al alcance de todos en el alcorque de una de las aceras, por lo que últimamente ha sufrido algún 'saqueo' nocturno. Lo plantó frente de su casa Julián Peñaranda, que llegó a la capital segoviana con su mujer hace 71 años desde la villa de Fuentidueña.
En la década de los años cincuenta del siglo pasado, la ciudad necesitaba viviendas para acoger a centenares de personas que se trasladaban desde la provincia buscando mejor vida. El Ayuntamiento cedió terrenos en esta zona a la Delegación de Sindicatos (Obra Sindical del Hogar durante el Franquismo) y, a partir de 1953, surgió la llamada Colonia Pascual Marín, así denominada por la contribución del gobernador civil del momento. Manuel Sesma Sanz, en la publicación 'El Nuevo espacio periférico de Segovia', estima que al menos un 15% de los propietarios se construyeron ellos mismos las casas, en ocasiones con patio o corral.
Carmen Pantoja, sentada junto a su hija Mercedes al lado del manzano que plantó el abuelo Julián junto a su casa. - Foto: Rosa BlancoEse fue el caso de Julián Peñaranda, según cuenta su nieta, Mercedes Gómez. Su abuelo recibió una parcela y él mismo construyó la casa. En el corral «criaba gallinas, marranos y hasta patos y faisanes», según cuenta.
Además, mantenía un pequeño huerto con tomates, judías verdes y otras hortalizas, plantó allí una vid de la variedad Albillo traída desde Fuentidueña, que con los años se convirtió en una parra ya desaparecida, y una vez se le ocurrió sembrar las pepitas de una manzana. Las semillas germinaron y así nació el manzano de la calle de Santa Bárbara.
Sin edad. En una fecha que la memoria de los más longevos no consiguen precisar y el resto, como la propia Mercedes, que tiene 55 años, solo pueden aportar un «ha estado aquí toda la vida», el Ayuntamiento urbanizó la calle, hizo el alcorque y plantó un árbol que no prosperó. Por lo que Julián decidió plantar su manzano, y hasta ahora.
El frutal de la calle Santa Bárbara en plena floración la pasada primavera. - Foto: DSHubo, y todavía quedan algunos ejemplares (un ciruelo, un peral...), otros frutales plantados en calles de la Colonia, donde los vecinos más antiguos siempre han cuidado rosales, lilos, malvas reales y otras flores e incluso hierbas aromáticas, pero ninguno con la prestancia de este manzano hasta los dos últimos años, cuando un exceso de generosidad en el fruto quebró dos grandes ramas.
Este rincón, con el manzano junto a la casa baja, donde vive todavía Carmen Pantoja, madre de Merceces e hija de Julián, que llegó al barrio con once años y ahora tiene 82, es como el escenario de un cuadro, una postal que la naturaleza pinta en las diferentes estaciones del año.
«Mi abuelo y mi padre lo cuidaban muy bien y lo fumigaban. Yo ahora tengo muy poco tiempo pero los domingos sí corto algunas ramas de abajo, quito hierbajos y lo riego con la manguera, o planto algunas flores a sus pies, donde tenemos también un lilo al que alguien ha partido este año una rama», explica Mercedes, quien añade que este frutal que plantó su abuelo siempre ha dado muchas y buenas manzanas y, hasta hace unos años, repartían entre los vecinos. Ahora hay quien aprovecha la oscuridad de la noche para varear y recoger sus frutos, maltratándolo.
El manzano ha sufrido en los dos últimos años la rotura de ramas por exceso de fruta. - Foto: DSTestigo de la vida del barrio. Este manzano de la calle de Santa Bárbara ha sido testigo durante décadas en este barrio de un modo de vida que poco a poco está quedando atrás. Al principio los residentes mantenían las costumbres de los pueblos. «Se hacía la matanza en el patio y recuerdo que mi abuelo tenía un verraco muy bueno - un marrano semental - y traían a las marranas para que las preñara. Por la noche, las vecinas salían al fresco en verano con sus sillas y las dejaban luego en la acera, despreocupadas, algo ahora impensable», cuenta Mercedes Gómez.
Quedan pocos vecinos que cuiden flores o árboles y el Ayuntamiento ha incluido dentro del proyecto Acueductos de Biodiversidad, financiado con fondos europeos, la mejora y recuperación de alcorques y microespacios verdes en el barrio de la Albuera, entre otras iniciativas.