Una saga de ferroviarios

Nacho Sáez
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Paco Sanz, que trabajó en Renfe desde los 25 años y se ha jubilado hace unos meses, es nieto, hijo y padre de trabajadores del tren.

Paco Sanz posa sentado en la estación de trenes de Segovia, este pasado lunes. - Foto: Rosa Blanco

Las estaciones de tren se prestan al romanticismo. Las despedidas desde el andén, los reencuentros, la puerta del vagón que se cierra e impide una declaración de amor, las películas, Antonio Machado y Guiomar… Algunos de esos ingredientes tiene la historia de Paco Sanz, ferroviario y nieto, hijo y padre de ferroviarios. Sentado en un banco de la estación de trenes convencional de Segovia, muestra las fotografías y relata los recuerdos de toda una vida. Una vida entre las vías.

Su jubilación a principios de este año como trabajador de Renfe, primero, y de Adif, después, y la incorporación de su única hija, Laura, es la última imagen que guarda hasta el momento el carrete de su memoria. El revelado comienza en su niñez. «A mi abuelo le he conocido viviendo en la estación de tren de Armuña. Era el guardagujas de Armuña», explica. Pero el idilio de su familia con el mundo ferroviario empezó mucho antes, aunque no sabe exactamente cuándo: «Mi abuelo era de Linares del Arroyo -que quedó sepultado por el embalse- y mi abuela, de San Pedro de Gaíllos. Quizás como pasaba por allí cerca el tren de Aranda… Pero no sé si anteriormente hubo tradición ferroviaria en mi familia».

Sí que parecía estar descrito el destino de todos. «Mi abuelo, que se llamaba Francisco como yo, trabajó en la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, que se acabó integrando en Renfe, y yo trabajé en Renfe, que ha quedado dividida en Renfe y Adif. Y mi abuelo trabajó en Cercedilla y yo he terminado mi vida ferroviaria en Cercedilla», cuenta con un brillo en la mirada. «Es que el tren ha sido mi vida. Han sido 40 años que se me han pasado volando pero los he disfrutado mucho». La infancia es el patio en el que jugamos el resto de nuestra vida. Un aroma puede ser suficiente para regresar a alguna vivencia de aquella etapa. El patio de Paco es una estación de tren. «Recuerdo los asientos de los vagones con listones de madera como los que ahora tienen los bancos de la calle. Yo tendría cuatro o cinco años. Para mí era algo normal bajar a la estación de Armuña. Mis abuelos vivían ahí, mi padre trabajaba ahí… Mis amigos querían que fuéramos pero yo no porque sabía que si me veían mis abuelos me iban a currar porque pasaban trenes y era peligroso».

El padre de Paco, Nicanor Sanz (sentado en el centro), junto a compañeros.El padre de Paco, Nicanor Sanz (sentado en el centro), junto a compañeros. - Foto: Álbum familiar

Cuando tenía siete años, la estación de Armuña cerró y su padre, tras un breve paso por Medina del Campo, acabó destinado en La Losa. La familia se mudó a vivir a Segovia. «Mi padre, Nicanor, también era guardagujas. Le recuerdo en la garita blanca que se ve allí al final», dice señalando desde el andén en dirección al tramo de las vías que discurre por el Puente Hierro. «Eso era la casilla que tenían los guardagujas. Les llamaban por teléfono, les decían que iba a venir el tren y que había que meterlo a la vía y ellos hacían los cambios de aguja para meterlo. Estaba 12 horas. Yo le he traído muchas veces la comida», rememora.

El tren le permitió disfrutar de una relación muy especial con su padre. Durante algunos años, ambos compartieron viajes ferroviarios juntos. «Él estuvo durante mucho tiempo en la línea de Príncipe Pío de suplementario, que así lo llamaban. Cubría descansos, bajas, vacaciones… Y yo estuve tres o cuatro años en Atocha, así que íbamos juntos en el tren. Me encantaba», subraya con emoción. El único hijo ferroviario de su padre fue él. Entró en Renfe con 25 años y ha desempeñado diferentes trabajos. En Segovia estuvo un tiempo en las taquillas en el servicio Paquete Exprés y, más tarde, pasó a tareas de mantenimientos de las líneas de electricidad del tren.

«Me gustó más que despachar. Era algo manual y en casa siempre estoy haciendo alguna historia», afirma a pesar de los riesgos que corría subiéndose a líneas de alta tensión y subestaciones. Las amistades y su profesionalidad prevalecieron por encima de otras consideraciones. «Tengo compañeros que son amigos. Con Mariano Adeva he estado desde el año 88. Cuando nos mandaron a Cercedilla, íbamos juntos en el tren hasta que fueron quitando trenes y tuvimos que ir en coche», señala. Hay una anécdota que tiene grabada. «El día que tocó la lotería en Segovia nos llamaron que había una avería en El Espinar, se nos hizo de noche y tuvimos que cortar un pino con hacha de noche. Volvimos y cuando llegué a casa me dijo mi mujer que no me cambiara, que habían llamado que había otra avería en la línea de Cercedilla a Cotos. Como lo de El Espinar no lo habíamos terminado, no volví a casa hasta las siete de la tarde del día siguiente. Fue mi manera de celebrar que nos hubiera tocado la lotería, que a mí también me tocó».

En torno al tren se establecen relaciones singulares. «En la época en electrificación no tenía tanto trato con la gente, pero las líneas que unen las subestaciones pasan por fincas a veces. Al principio no pedíamos permiso ni nada y en Los Ángeles de San Rafael habían un hombre que -no sé si era marqués o conde pero alguien con dinero- que no le gustaba que entrasemos y se presentaba con el caballo», se ríe Paco. Los días luminosos compensaron los grises de una trayectoria familiar a la que ahora dará continuidad su hija Laura. «El tren también ha formado parte de su vida como algo normal. Cuando nos hemos ido de vacaciones, nos hemos ido en tren, me ha visto siempre trabajar en Renfe… Lo que sí que dice es qué cuánto le habría gustado a su abuelo verla de ferroviaria. Le habría encantado. Se habría puesto muy ancho, como a mí me ha pasado. Sí que es verdad que a mí me dio muchísima pena cuando empezaron a quitar trenes convencionales, a cerrar servicios y en lo que se está quedando nuestra estación», remacha.