Para Pedro Sánchez, la crisis de Ucrania, agravada hasta límites insospechables tras el espectáculo del Despacho Oval, era la gran oportunidad para convertirse en figura relevante de la UE. La caída de Scholz en las recientes elecciones alemanas, dejaba al español como la única figura socialdemócrata de la UE, con permiso de Mette Frederiksen, la primera ministra danesa, figura muy respetada en Bruselas que gobierna un país con gran estabilidad política y alto nivel económico y social. Pero con apenas 6 millones de habitantes y escasa participación en la escena internacional. Excepto ahora, cuando Trump pretende hacerse con Groenlandia, de gran importancia geoestratégica y con tierras raras … que pertenece a Dinamarca.
Sánchez podría haberse convertido en el referente europeo de la socialdemocracia, pero hace tiempo que ha dejado de ser un gobernante con mucho crédito en Bruselas. No se le ha convocado a algunas de las reuniones en petit comité en las que han participado los hoy considerados dirigentes de la UE cuya opinión es relevante.
Si se necesitaba una prueba del 9 que demostrara que Sánchez ha perdido el peso que en algún momento tuvo, ahí está lo ocurrido en los últimos días: la llegada de Trump a la Casa Blanca y su alianza con Putin para imponer su criterio en la guerra de Ucrania, agravada tras el bochornoso espectáculo del pasado viernes con Trump y Vance insultando y tratando de humillar a Zelenski, ha tenido reacción inmediata en Europa. No ha pasado esa reacción por Pedro Sánchez, sino que sido el primer ministro británico, el laborista (socialista) Keir Starmer, quien ha convocado una reunión de gobernantes europeos aunque el Reino Unido no pertenece a la UE.
Sánchez ha sido invitado, España importa, pero ha acudido como invitado, cuando en buena ley a él habría correspondido ser el convocante como el jefe de gobierno socialdemócrata más importante de los cuatro países de la UE con gobierno socialista.
El apoyo de Sánchez a la causa palestina cuando Hamás acaba de cometer el atentado más brutal de su historia, más el empecinamiento en no aceptar las instrucciones presupuestarias de la OTAN, ha rebajado considerablemente su estima. A lo que hay que sumar la convicción en Bruselas y otras capitales europeas de que Sánchez es un hombre atrapado por socios comunistas e independentistas que le convierten en un gobernante maniatado por partidos de escaso talante democrático.
Todo ello ha hecho mella en la imagen internacional del presidente español, que además no ha sabido utilizar con inteligencia la carta que podría jugar en Latinoamérica, aunque solo fuera como puente entre la UE y ese continente. Pero el presidente español no ha marcado distancias con dirigentes populistas de extrema izquierda que en muchos casos son adalides de la corrupción económica y moral.
Con un poco más de sentido Estado -cuyo déficit trasciende más allá de nuestras fronteras- Pedro Sánchez podría haber tenido un papel relevante en la UE actual ante la alianza Putin-Trump para imponer en Ucrania un acuerdo a conveniencia.