No conviene quedarse en los escándalos protagonizados por el exministro Ábalos (damas de compañía incentivadas con dinero público), el exfundador de Podemos (Monedero, al tacto), un exdiputado socialista (sexo recreativo de "Tito Berni") o el ex portavoz parlamentario de Sumar (Errejón y los apremios hormonales de la persona que desbordaron al personaje). Sirven para darnos claridad de juicio a quienes siempre creímos en la transversalidad del movimiento feminista, por mucho que sus trovadores-trovadoras se lo apuntaran a la izquierda.
Pero todo eso, así como la posibilidad de que la lluvia y el desaliento en algunos sectores arruinen las manifestaciones convocadas para este sábado, 8 de marzo, no debe convertirse en pretexto para decretar una cruzada a la búsqueda de "nuevas masculinidades", como quiere la vicepresidenta del Gobierno, Yolanda Díaz. Ni tampoco para descalificar una causa justa y necesaria. Al menos lo ha sido hasta ahora, a la vista de los avances logrados. Y no solo en términos de "empoderamiento" creciente de la mujer -aunque aún hay un trecho por recorrer- a todos los niveles y en todos los campos
Me explico:
Con el movimiento "woke" en retroceso y el feminismo partido en dos en el momento de celebrar el "Día Internacional de la Mujer" (el oficial y el crítico, la iglesia y la secta), parecería un diagnóstico atinado constatar el fracaso de una causa: la de la igualdad. O, al menos, su retroceso, por culpa de absurdas controversias de lo biológico frente a lao cultural (sexo-género), y al revés. Sería un error de apreciación.
Bastaría remitirse a una escena cada vez más frecuente en la sociología nacional del día a día. Me refiero al bebe colgando de un arnés en el pecho del varón, o el papá paseando el carrito por el parque mientras que la mujer está en su puesto de trabajo (y al revés, claro, por imperativos de paridad y conciliación). Pero también pienso en la legislación impulsada por los poderes públicos en defensa de los derechos de la mujer (políticas de inclusión y contra la violencia de género, por ejemplo).
Son dinámicas propias de una sociedad tradicionalmente patriarcal (y machista, por qué no reconocerlo) que ha ido normalizando las principales reivindicaciones del movimiento feminista. También en el campo empresarial, donde ha aumentado sensiblemente la presencia de mujeres. En la actualidad, ocupan el 38,4 % de los "puestos directivos". Eso nos coloca por encima de la media europea si aplicamos baremos de la llamada brecha de género, si bien es verdad que no podemos ser tan optimistas en "altos cargos directivos". O sea, que siguen faltando mujeres en posiciones de máxima autoridad empresarial, como ceos, directoras generales o puestos en consejos de administración. Todo se andará.