Han pasado cuatro días y todavía tengo un poco de agujetas. Los trayectos a pie entre mi casa y la redacción ya los completo a mi ritmo de siempre –a paso ligero–, pero los cuádriceps todavía me recuerdan que el pasado domingo corrí la Media Maratón de Segovia. La primera media maratón de mi vida... Corriendo porque esta prueba la había cubierto varias veces en moto. La conclusión: es espectacular pero yo debería haber llevado una mejor preparación detrás.
El domingo me levanté pronto pero intenté no pasarme con el desayuno y sí beber bastante agua y echarme crema solar pensando en el calor que iba a pasar y las más de dos horas que iba a estar expuesto al sol. Antes de salir de casa, dorsal al pecho y últimas comprobaciones de que todo está en su sitio. Me probé varias camisetas preocupado porque me pudiera molestar durante la carretera y me ajusté varias veces el brazalete para el móvil también por el mismo motivo. También eché al bolsillo diez euros por si me retiraba y tenía que coger un autobús de vuelta a casa.
Salí a la calle a las diez de la mañana y bajé corriendo desde la Plaza Mayor hasta el Azoguejo para calentar, pero me sobraron bastantes minutos; tiempo que aproveché para hacer algunas fotos con el móvil del ambiente previo a la carrera que luego utilizaría en las noticias que publicaríamos en la página web del periódico. Cuando se acercaba la hora de empezar vi a unos chicos con los globos para que les siguieran quienes quisieran hacer dos horas y le dije a uno que iba a ir con ellos. «Y seguro que nos dejas atrás».
Pobre iluso. En Vía Roma ya había perdido su estela y, a pesar de que es bajada, decidí que no me iba a calentar y que iba a llevar el ritmo en el que me sintiera cómodo. De repente me vi rodeado de un grupo de unos 30 militares de la Brigada Paracaidista con los que llegué hasta El Sotillo y con los que me emocioné cuando, al unísono, aplaudieron a un grupo de dulzaineros. De mis anteriores años cubriendo como periodista la Media Maratón ya sabía que una de las cosas que la hace más especial es la cantidad de gente que se vuelca para que Segovia se convierta en una fiesta.
La subida de El Sotillo era el primer desafío y lo superé animado desde el balcón de su casa por Isa y Ana –la mujer y la hija de mi amigo y compañero Rober– y por los chicos de la residencia de Apadefim, que también nos jalearon con una enorme ilusión. Incluso a los que ya íbamos en la cola y a los que nos pasó un chico disfrazado de tortuga (¡Madre mía el calor que tuvo que pasar!).
En el descenso desde El Sotillo aproveché para recuperar fuerzas y para hidratarme por primera vez. En el avituallamiento se habían acabado los vasos y la organización nos dio botellas de un litro y medio que los corredores compartimos. Como compartí charla en la zona de la Alameda del Parral con Pablo, un chico de Villajoyosa (Alicante) que había elegido Segovia para correr su primera media maratón. También era la primera vez que visitaba Segovia y me dijo que estaba alucinando.
Él se fue por delante y yo me preparé para sufrir en la subida desde San Marcos hasta el Acueducto. Me lo conozco de sobra y sabía que había que apretar los dientes para poder saborear el premio que es en esta carrera llegar a la Calle Real. Allí es donde más público se concentra y encima me estaba esperando mi familia. Ellos y solo ellos son los que nos permiten que les restemos tiempo para entrenar o, en este caso, para perder toda la mañana del domingo.
Porque lo que me quedaba por afrontar me iba a terminar de rematar físicamente. El callejeo por el casco histórico no me dio un alivio porque era consciente de lo que me aguardaba y las altas temperaturas me estaban pasando factura. Buscaba las sombras con más ganas que el Madrid los penaltis contra el City y daba igual que para ello me tuviera que subir a las aceras. Así empecé José Zorrilla, una tortura. Pero aproveché el avituallamiento para hacer un descanso y, con el apoyo de mis amigos Gonzalo y Lucía, me armé de fuerzas para el final.
Del último tramo me impactó la fatiga que evidenciaban algunos miembros de la Brigada Paracaidista, sorprendidos seguramente por la exigencia de la prueba. Aunque yo estaba muerto, quise darles ánimos indicándoles que solo quedaban un par de repechos. Me gustaría decir que disfruté de la entrada en la avenida del Acueducto –los últimos metros– pero solo quería acabar. Mi mujer me invitó a que mi hija cruzara la meta conmigo pero lo rechacé por miedo a marearme y que se cayera conmigo. Lo demás, ya lo saben, cuatro días de agujetas, diez euros en el bosillo y una duda todavía por resolver. No sé si volveré a correr la Media de Segovia.