Abel Pecharromán, el humilde sacristán de Olombrada

M.Galindo
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La Diócesis distingue al veterano servidor de la iglesia con el premio 'San Alfonso Rodríguez', con el que reconoce el trabajo de ocho décadas al servicio de la actividad parroquial en su Olombrada natal

Abel Pecharromán - Foto: Diocesis de Segovia

"Cuando se enteraron de lo del premio, mis vecinos me decían que sólo te lo podían dar a ti, porque no hay nadie en el pueblo que se lo merezca más". Con una mezcla de orgullo y emoción, Abel Pecharromán celebra  la concesión del premio 'San Alfonso Rodríguez' que la diócesis otorga desde 2017  a las personas que, de forma sencilla y humilde, trabajan en el día a día de la actividad de la Iglesia, sin mayor recompensa que la de sus convecinos.

A sus 92 años de edad, Pecharromán lleva vinculado más de 80 al servicio de la iglesia de San Vicente Mártir de Olombrada, donde presume de no haber faltado ni un solo día a la misa semanal en la parroquia ni a ninguno de los eventos religiosos celebrados en las últimas ocho décadas en el pueblo. "Para mi, la iglesia es otro servicio más de los muchos que he prestado a lo largo de mi vida, y puedo presumir que en ninguno de ellos he quedado mal", asegura el galardonado.

En este tiempo, Abel Pecharromán ha acompañado a casi una veintena de sacerdotes que han desarollado su tarea pastoral en el pueblo, y ha tenido la oportunidad de conocer a los cinco últimos obispos diocesanos. Con los sacerdotes y los obispos, Pecharromán asegura haber tenido siempre una buena relación, quizá porque al tener dos hermanos en el clero las cosas son más fáciles a la hora de interpretar sus necesidades.

Como san Alfonso, es el encargado de abrir las puertas del templo, y todavía hoy sigue presente en las celebraciones dominicales, las fiestas y los momentos más delicados. Reconoce que «he nacido en la iglesia y siempre me las he apañado para hacer todas mis labores y que me quedara tiempo para atender a la iglesia».

En la actualidad, en Segovia siguen existiendo muchos «san Alfonsos Rodríguez» que, debido a su discreción, no suelen aparecer en las noticias. Fieles de a pie, gente sencilla como Abel, casado con  desde hace  67 años, padre de cuatro hijos, abuelo de tres nietos y bisabuelo de una niña «que es lo más listo que hay». Desde los nueve años es sacristán de la iglesia parroquial de San Vicente Mártir, siendo imprescindible en la organización y el orden de las celebraciones, siempre dispuesto a colaborar.

Toda una vida dedicada al trabajo, durante más de tres décadas Abel fue empleado del servicio de Correos, labor que compaginaba con la de agricultor en sus tierras, pero una de sus verdaderas pasiones fue la literatura, y deja como poeta y escritor autodidacta  un legado de más de 300 poemas.

Hijo Adoptivo de Fuentesaúco e Hijo Predilecto de su pueblo natal, es autor del libro «Olombrada desde sus crónicas», compendio de los escritos que publicó durante más de dos décadas en El Adelantado de Segovia y trabajo que ofrece una visión de la vida del pueblo en la segunda mitad del siglo XX.

La entrega de «el llamador», como se denomina al galardón, tendrá lugar el próximo domingo 27 de octubre a las 17.30 horas. Será en su pueblo, Olombrada, en la que es su segunda casa, la iglesia parroquial de San Vicente Mártir, tras un concierto a cargo de la soprano ucraniana Anna Mischsenko. El acto, muy sencillo al estilo del santo, pretende mostrar la realidad de una Iglesia acogedora y abierta a todos, que se nutre de la labor discreta y perseverante de personas como Abel que, en nuestros pueblos y barrios, salen diariamente al encuentro de los demás con la mayor entrega y total gratuidad.

El santo de lo cotidiano San Alfonso Rodríguez es conocido por ser el santo de lo cotidiano, alguien que podríamos denominar como nuestro «santo de la puerta de al lado».

Nacido en el barrio de El Salvador de Segovia, pasó la segunda parte de su vida, desde los 40 años hasta más allá de los 80, sirviendo como portero del colegio jesuita de Monte Sión, en Palma de Mallorca. Dicen que cuando oía la campana de la puerta, acudía a ella diciendo «Ya voy, Señor», franqueando el paso a todos. Allí se santificó en los pequeños servicios, escuchando a todos, procurando que todo estuviera bien.

Ya en vida, Alonso se ganó la fama de santo, tanto entre los estudiantes del Colegio, que acudían a él para pedir consejo, como entre los religiosos y teólogos, entre los cuales destacó san Pedro Claver, que trató con el santo portero los tres años que estudió en la capital mallorquina, y por su consejo pidió las misiones de las Indias. Alonso murió el 31 de octubre de 1617. Un año después de su muerte se incoó el proceso de beatificación, y en 1633 fue proclamado copatrón del Reino de Mallorca. Finalmente, el papa León XII lo beatificó en 1825 y años más tarde, en 1888, fue canonizado por León XIII.