En 1793 Pedro Antonio Compta ejercía como Maestro de Capilla de la Catedral de Segovia, y uno de los primeros trabajos que le fueron encomendados fue el de renovar el repertorio musical de la seo segoviana con la composición de obras propias que pudieran utilizarse como ambientación en las celebraciones religiosas.
Ese año, entre las composiciones que el maestro Compta creó figuraba un modesto villancico dedicado a San Frutos que quedó en los archivos catedralicios hasta que otro maestro de capilla - en este caso Antonio Hidalgo- rescatara la letra compuesta por su antecesor y le pusiera música para interpretar este villancico por primera vez el 25 de octubre de 1874.
El trascoro de la Catedral es desde siempre el lugar elegido para reunir a músicos y voces en la agrupación más numerosa y más efímera de la historia de la música, ya que los cerca de 300 integrantes de este coro se reúnen una vez al año para cantar el villancico en el preludio de la misa solemne que se celebra en honor a San Frutos. asegura el canónigo emérito y prefecto de música del Cabildo Catedral Alfonso María Frechel Merino, que se ha encargado de dirigir y preparar el villancico durante 25 años y que aún sigue vinculado a esta interpretación en su condición de responsable musical en la Catedral.
Frechel define el villancico como «una obra amable» con una clara influencia del romanticismo y del clasicismo, que tiene la estructura de una cantata, aunque con una duración más reducida, ya que el villancico apenas dura 14 minutos.
Su estructura está claramente dividida en dos partes, un coro y una estrofa, según explica Frechel, que precisa que hay una que no se canta nunca «porque es muy difícil y exigente», y señala que la composición ha llegado hasta nuestros días con muy pocos cambios sobre la versión inicialmente compuesta por Hidalgo.
El elemento que singulariza esta composición es el solo que interpreta el niño, cuya voz realiza un ejercicio especialmente difícil «porque es muy dificil llegar a una tesitura tan alta como la que plantea el villancico», asegura Frechel. Afortunadamente, la cantera de 'voces blancas' de Segovia ha permitido contar siempre con excelentes intérpretes, e incluso el pasado año la voz de una niña fue la encargada de llevar a cabo esta dificil interpretación.
El Colegio Maristas en su época y la Escolanía de Segovia han sido históricamente las encargadas de proveer de jóvenes cantantes al villancico, y este año, el cambio en la dirección de la Escolanía de Segovia no ha hecho posible cuadrar fechas para buscar la voz infantil, por lo que el director del villancico Francisco Cabanillas ha tenido que apelar a un alumno del Colegio Claret, Marco Rubio, que a sus 11 años será el responsable del solo.
En cuanto a la dirección musical, ante el atril han estado prestigiosos músicos locales, y el pasado año fue Cristina Ortiz la primera mujer en dirigir el villancico. Este año repetirá Francisco Cabanillas, a la sazón director de la Unión Musical Segoviana, a quien el cabildo ha encomendado de nuevo esta tarea. En este sentido, Frechel asegura que Cabanillas «tiene ya muchas tablas y al dirigir la Unión Musical nos garantiza contar con muchos instrumentos».
En la semana en la que se ubica la fiesta, se programan los cuatro días de ensayos del villancico, dos para las voces y otros dos para la música, aunque el ensayo general se produce muchas veces una hora antes de su interpretación.
«Hay coros y orquestas que preparan una sola obra con meses de ensayo, y en Segovia lo hacemos en cuatro días. Ese es un milagro de San Frutos», asegura el canónigo prefecto de música. Tras la interpretación, el «¡Viva San Frutos bendito!» con el que el coro aclama al patrón da lugar al aplauso espontáneo del público que llena la Catedral, algo que Frechel interpreta «como una demostración de alegría que queda bien», y celebra que sea cada vez más gente la que se quede a participar de la Eucaristía después de la interpretación.
«El que viene por primera vez puede entender que es un espectáculo, pero su importancia va más allá, porque representa la espiritualidad y la devoción de todo un pueblo», asegura el canónigo.
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