La maquinaria propagandística trumpiana es tan estúpida que ha montado una descomunal campaña para demostrar que un señor mayor es, en efecto, un señor mayor, y que, como a tal, se le va el santo al cielo de vez en cuando. Joe Biden, el señor mayor, tiene 81 años, y el alentador de la referida campaña, Donald Trump, 78, es decir, que es tan mayor como el objeto de su miserable operación de descrédito, solo que como es malo de narices no se le nota tanto.
Es cierto que la imagen del presidente de la gran potencia que sigue siendo Estados Unidos, tal vez debiera transmitir un poco más de brío, incluso de vitalidad si se quiere, pero el caso es que los norteamericanos no eligieron a un tío de 30 o 40 años, sino a uno que ya tenía una edad, y cuando se tiene una edad, o dos como parece tener Biden, no se está para bailar mucho góspel ni para aguantar de pie mucho rato. El problema no es que Biden esté viejo, cosa enteramente natural entre los octogenarios, sino que no haya sabido o querido detener el genocidio de Gaza, acción que, por depender absolutamente Israel de Estados Unidos, estaba de su mano.
Biden tropieza en las empinadas escalerillas de los aviones, permanece impávido mientras los demás bailotean y prefiere contemplar el descenso de unos paracaidistas que ponerse a hablar con Meloni, y todas esas cosas son completamente normales a cualquier edad, sin necesidad de tener 81 años. Es verdad que a veces se le nota algo tórpido o abstraído, pero más se nota en la sucia campaña que se burla de él, aparte de la estupidez, la más reprobable gerontofobia. Si ser Biden especial santo de mi devoción, no lo cambiaría por Alvise, Milei o Abascal, que son más jóvenes, aunque por el contenido de sus cabezas, donde deberían habitar pensamientos, no lo parecen. En suma; que sí, que Biden está mayor. ¿Y?