Abella, el compromiso sensible

M.Galindo
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Amigos del escultor, escritor y médico fallecido glosan la trayectoria artística y humana de un hombre que aprendió y enseñó a amar Segovia

José Antonio Abella - Foto: Rosa Blanco

Llegó a Segovia hace más de tres décadas como médico rural tras un periplo por varios pueblos de su Burgos natal y de León, en lo más profundo de una Castilla que le imprimió el carácter recio del que hacía gala y que le ayudaba a superar las adversidades.

En Segovia hizo parada y fonda definitiva, porque aquí José Antonio Abella encontró el lugar que estaba buscando y que le permitió desarrollar su talento creativo como escritor y escultor cuyo legado es ahora la prueba definitiva de la sensibilidad y el compromiso de un hombre que derrochaba humanidad y sensibilidad, porque "no se puede ser humano sin ser sensible", tal y como asegura Claudia de Santos, una de las personas que mejor conoció a Abella junto a su esposo Ignacio Sanz, con quien compartió proyectos culturales y artísticos de calado para la ciudad que le dio cabida.

El pasado 5 de julio, José Antonio Abella fallecía en Madrid culminando así una larga lucha contra el cáncer de colon que libraba desde hace varios años, y quienes le conocieron y convivieron con él glosan la figura de un escritor que deja más de una decena de libros en los que quiso retratar su peculiar visión de la realidad de la misma manera que lo hacía con la escultura. Claudia de Santos asegura que Abella era un escritor "meticuloso, puntilloso, documentado, preocupado por cada detalle, lo que le hacía un constructor de la arquitectura de sus novelas con una increíble preparación previa antes de escribir". La profesora y ahora artista plástica asegura que descubrió a Abella gracias a 'Yuda', su opera prima escrita en 1992 y no puede reprimir la emoción al evocar un relato "deslumbrador" en el que habla de la expulsión de los judíos "sin una sombra de rencor" en toda la obra, lo que para ella prueba su fe en la humanidad.

Desde aquella primera novela, fueron surgiendo otros títulos con los que consiguió algunos prestigiosos premios como el 'Hucha de Oro' de cuentos con 'El fin de las palabras' en 2008 o el Premio de la Crítica de Castilla y León en 2014 con 'La sonrisa robada'. Su pasión literaria le llevó a emplear parte del dinero conseguido en 2008 en crear en Segovia la editorial Isla del Náufrago, con la que puso en marcha muchos y muy variados proyectos literarios. Nueve años después cedió el testigo de la editorial a Amando Carabias, que recuerda al que fuera su primer editor y después amigo y colaborador como una persona "con una inagotable capacidad de escuchar y muy generoso", y que asegura que como escritor fue "grandísimo y precioso", con una obra marcada por el humanismo, el compromiso y la sensibilidad

De su generosidad y compromiso también es testigo Claudia de Santos, que asegura que a lo largo de su vida quiso mostrar esta forma de ligarse a la tierra a través de iniciativas como la donación del dinero de premios literarios a organizaciones benéficas o de los derechos que pudiera generar la estatua del 'diablillo' que regaló a la ciudad y que corona la calle de San Juan para proyectos efectivos para Segovia. De este modo, señala que Abella "nunca hizo nada para conseguir reconocimiento o que se lo tuvieran en cuenta, y pensar de otra forma es hacerlo desde el desconocimiento profundo de los valores que José representa y puede banalizar ciertas iniciativas como la del diablillo". "A veces, estamos sobre los hombros de gigantes que no sabían que lo eran – asegura De Santos- y Abella era poseedor de un aliento poético capaz de recoger la voz colectiva en un momento en el que parece que nos sentimos extraños en el mundo que nos rodea".

El 'Diablillo' y el 'Monumento a la Trashumancia' que corona la rotonda de entrada a Segovia desde Madrid son hitos que permanecerán inamovibles – si la cerrazón integrista de algunos no se impone a la lógica- en la ciudad, y en los próximos meses verán la luz varias obras póstumas que Abella dejó escritas y terminadas antes de su marcha de un hombre que como decía en los versos del poema que sus amigos compartieron como recordatorio en su funeral que "sumar los instantes que fuimos felices es ya sí darse cuenta de que sí lo fuimos al menos un día, una hora al menos". Y Abella sumó y ayudó a sumar a su alrededor muchos de ellos.