Fermín de los Reyes, doctor en Filología Hispánica y profesor en la Complutense
"LA GESTIÓN POLÍTICA NOS VA A LLEVAR A UNA FRACTURA SOCIAL"
Fermín de los Reyes está «trabajando a tope» desde su casa en Segovia para la Complutense de Madrid, en plena readaptación de su actividad docente; y dolido por el fallecimiento del padre de su esposa en Madrid hace sólo unos días. Dolido por su muerte y por las circunstancias. Sin patologías previas, sin oportunidad de que sus familiares le despidieran en vida y sin más ceremonia que una cremación con dos asistentes. Un caso más entre miles con el cruel matiz, obvio pero a veces aparentemente ignorado, de que detrás de cada número hay un drama: una vida que se pierde, una familia que no puede ni llorar como querría y mucho dolor contenido que mañana, augura, puede ser el germen de «una gran fractura social».
«Yo creo que como individuos, al menos a corto plazo, todo esto nos va a hacer valorar lo cotidiano, aquello que era normal hace dos meses y ha dejado de serlo», advierte. «También nos va a hacer tomar conciencia de la fragilidad de nuestro sistema: hemos visto cómo un simple virus puede paralizar el mundo y eso nos tiene que alertar». Pero teme más por las cicatrices sociales de los daños colaterales que por una crisis económica que apenas está empezando.
«No hace falta ser economista ni adivino para saber que va a producirse una recesión que va a suponer más paro y peores condiciones para mucha gente, pero es que además ahora mismo está habiendo mucho dolor, mucha tensión en parte contenida porque la gente sólo se puede manifestar a través de las redes sociales, y eso va a suponer una gran fractura». ¿Por qué? «Pues porque hay muchos muertos, más de 20.000. Todas esas personas tienen hijos, hermanos, padres… Se está viendo manipulación y hay mucho dolor, tristeza, también enfado, y eso va a generar una desconfianza hacia el poder».
¿Pero manipulación de qué tipo? «Veo que ha habido una mala gestión por parte del Gobierno y que se está manipulando la información», opina De los Reyes. «En general, desde las autoridades, se ha visto que se ha mentido, eso genera la desconfianza y se agrava por la cantidad de fallecidos. Se está viendo insensibilidad ante la muerte y eso duele a mucha gente. El hecho de que no haya un luto oficial, que se pase muy por encima de los fallecidos... Entiendo que hay que mantener el buen ánimo, pero a la larga va a repercutir».
«Después es que todo este dolor se mezcla con la política, con un Gobierno que quiere afianzarse y una oposición que va a ser dura, las críticas hacia determinadas comunidades, las críticas de determinadas comunidades hacia el Gobierno o incluso entre comunidades… Todo esto sólo puede generar más tensión», insiste.
De los Reyes cree que esa fractura social se puede agravar también «por el hecho de que se achaque la culpa a los madrileños». «Hay gente a la que le molesta eso, que cree que no es justo, y se están abriendo heridas innecesarias, aunque pueda verse como algo más o menos lógico porque estamos en una situación crítica; y en caliente, cada uno responde de una manera».
Por otro lado, sí destaca en positivo que se valore «el trabajo de los sanitarios, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad o los empleados de la Administración», o que «profesiones que a ojos de la sociedad eran ‘invisibles’, entre muchas comillas, ahora sí se vean como muy necesarias, como las de transportistas, empleados de tiendas o pequeños negocios».
«Habrá una época de cierto miedo, de cierta paralización, de no gastar mucho quizá, no salir demasiado… Pero eso será más a corto plazo, supongo que se nos irá pasando con el tiempo», matiza.
Y por último, como algo también positivo que sí puede mantenerse en el tiempo está el teletrabajo: «Se está demostrando como una opción muy eficiente con los medios tecnológicos que tenemos ahora y en el futuro se pueden evitar desplazamientos inútiles, e incluso obtener mayores niveles de rendimiento y conciliación». Aunque De los Reyes teme sobre todo por la fractura social.
Juan Carlos Monroy, gestor cultural
"VIVIREMOS CON MENOS, PERO NO POR ESO SEREMOS MENOS FELICES"
«Encerrado» en su casa del barrio de La Albuera se encuentra el gestor cultural Juan Carlos Monroy; por suerte y desgracia, con mucho tiempo por delante para «afianzar proyectos que tenía en marcha», trabajos expositivos de comisariado o de gestión de distintos espacios públicos y privados. «Enfrascado» en su cuarta novela, aunque piensa acabarla «más bien a medio o largo plazo»; y también con tiempo para reflexionar sobre el momento que vivimos, del que siempre busca lecturas en positivo. Lo suele hacer a diario en su blog personal (‘nadaqueobjetar.com’): «¿Cuántas veces más tendremos la oportunidad de pasar tantas horas al lado de nuestros hijos? (...) ¿En qué circunstancia anterior nos hemos acordado de nuestros mayores más que ahora? (…) ¿Cuántas veces anteriores has tenido la ocasión de volver decirle a tu pareja lo que sientes por ella y nunca lo has hecho por no haber encontrado el momento adecuado? (...) ¿Cuándo has visto a tus vecinos preocuparse por ti como lo están haciendo ahora? ¿Y a tus compañeros de trabajo o a tu propio jefe? ¿Crees que volveremos a ver lo mejor del ser humano como en estos días de confinamiento? ¿Crees que volverás a ser mejor persona de lo que eras antes? ¿Y si cuando todo termine aprendemos que tanto dolor no ha sido en vano y cambiamos el mundo para siempre?».
«Yo soy muy optimista y destaco principalmente lo bueno que se está haciendo visible en estos días, como el valor de la sanidad pública y los profesionales que la integran», señala ya durante su conversación con El Día. «También destaco la generosidad del conjunto de la población, con vecinos que están ayudando a vecinos, jóvenes ayudando a los mayores; y una cosa muy importante que está quedando claro estos días es lo esencial frente a lo superfluo: podemos vivir perfectamente sin liga de fútbol, pero no sin cultura, por ejemplo».
«En la parte que me toca a mí como gestor cultural, me ha enorgullecido mucho confirmar el papel de la cultura como elemento identitario de la sociedad. El reconocimiento de la ciudadanía a la cultura, que debe ser mimada principalmente por los máximos responsables. Y también la consideración de los profesionales del sector cultural como generadores de riqueza tanto social como económica», continúa Monroy.
«Yo creo, o al menos quiero creerlo, que después de todo esto la relevancia de la cultura dentro de la sociedad quedará como algo incuestionable que no podrá ser menospreciado por ningún ministro. Es lo primero a lo que se ha agarrado la sociedad en estos momentos de dificultad», hasta revelarse «como un bien de primera necesidad». El legado artístico que quedará de este periodo será por ello prolijo, «la primera piedra de un gran edificio».
¿Y cambiará la sociedad más allá de la cuestión cultural? «Yo creo que quien va a cambiar después de todo esto es el individuo, así que también cambiará la sociedad, que no deja de ser la suma de individuos. Soy muy optimista y creo que va a haber una gran modificación social: tendremos que acostumbrarnos a vivir con menos, pero no por ello seremos menos felices. Con una sanidad pública cubierta y con cultura, yo creo que esto sí que va a cambiar».
Esas alteraciones en positivo de la escala de valores admite que también las nota en sí mismo. «Aquellos aspectos que ya de antemano consideraba prácticamente como no relevantes ahora van a ser invisibles, y los que antes ya consideraba que eran esenciales ahora se van a multiplicar», prosigue Monroy.
Por otro lado, en un sentido parecido destaca la consideración que la sociedad tenía de ciertas profesiones que hasta hace apenas mes y medio se minusvaloraban y ahora sucede justo lo contrario: «Antes llamar a alguien por su labor profesional, hablar de una cajera de supermercado, se tomaba como algo prácticamente denigrante, mientras ahora de repente son prácticamente héroes. La mirada del ciudadano a su homólogo se va a modificar mucho, será más respetuosa. El tiempo dirá si se mantiene ese respeto, pero confío en que así sea», concluye.
Ignacio Sanz, escritor, conservador y difusor de la tradición oral y ceramista
"LA PARTE ANIMAL QUE HAY EN NOSOTROS HARÁ QUE NO CAMBIEMOS"
Leyendo y viendo películas pasa los días el escritor segoviano Ignacio Sanz. Un hijo hace la compra para que ni él ni su pareja salgan por nada desde hace más de un mes. Subiendo y bajando escaleras para ejercitar y también escribiendo «pero poco», porque «el estupor» le mantiene «casi paralizado». Lúcido, sin embargo, para responder a bote pronto cuando le llama El Día y le lanza sin previo aviso la misma pregunta que al resto, la que muchos se hacen: ¿cambiará la sociedad tras la crisis del coronavirus? «Uno no es un oráculo, lo digo porque se nos pregunta habitualmente a los escritores cuando hay alguna conmoción y entonces… El mundo es un poco disparate, pero entiendo que alguien tiene que hacer de interlocutor», asume.
«En mi caso, lo único que puedo decir es que, efectivamente, de la misma manera que nuestros mayores nos hablaban de lo que había ocurrido en la época del hambre o la época de la Guerra, pues muchos de nosotros, la sociedad, va a quedar marcada ahora», señala. «Se supone que esto nos va a hacer mejores, pero yo lo dudo porque hay también una parte animal en nosotros, y una vez que esto lo dejemos atrás volveremos a las viejas rencillas, a las viejas disputas, a mirar con cierta inquina al vecino por lo que sea… En definitiva, que el hombre ha pasado por situaciones semejantes a lo largo del tiempo, no sólo pandemias, guerras, pestes, sino todo tipo de situaciones, y luego la vida vuelve a su cotidianidad, donde hay elementos maravillosos, personas desprendidas, generosas, que trabajan por la comunidad. Y luego el propio sistema se encarga de ofrecernos elementos que hincan el diente, que ponen los pies encima de los demás y tratan como sea de salir adelante, dando codazos y provocando todo tipo de… digamos situaciones agresivas. No sé si estoy respondiendo de manera precipitada, pero esto es lo que pienso».
Sanz guarda una metáfora en positivo: «Pese a todo siempre surge la poesía. La vemos en las manifestaciones maravillosas de los cantantes, actores, narradores orales o pintores, tratando de poner una pequeña nota de poesía para que todo este estupor sea más leve, aunque yo creo que la vida va a seguir por las mismas coordenadas».
¿Y no le queda un hueco al optimismo por una sociedad que evolucionara hacia algo mejor? «Ojalá esto tuviera alguna incidencia y nos planteáramos hacia dónde vamos, pero yo creo que no, que esto va a quedar atrás y se nos irá olvidando. El propio sistema nos volverá a meter en el ritmo de consumo desaforado, de hacernos 500 kilómetros los fines de semana para estar cuatro horas en una playa y volver otra vez al día siguiente, pudiendo decir así sobre todo que hemos estado en esa playa».
«No tenemos remedio, pero al mismo tiempo que digo esto, pienso también en esa parte poética» que no sólo ve como patrimonio de los artistas. «Está en esos gestos que no sólo son de un familiar con otro familiar, sino gestos colectivos donde la poesía, la poesía como abstracción de los gestos poéticos, también va a seguir a nuestro lado, y ahí estaremos conviviendo». Porque «a pesar del estupor que vivimos también se producen hechos maravillosos».
Ana Zamora, fundadora y directora de la compañía de teatro Nao d’Amores
"LAS COSAS VAN A CAMBIAR Y NADIE DEBE QUEDAR FUERA"
Zamora atiende la llamada de El Día desde su singular confinamiento en el monasterio que sirve de sede a la Real Academia de España en Roma. «Aquí convivimos día y noche», explica, mientras observa la ciudad eterna a través de una ventana. Tan cerca y tan lejos de «catarla», algo frustrante. «Con ganas de regresar a Segovia, pero también contenta por poder seguir trabajando aquí», donde continuará hasta finales de junio con una beca de Artes Escénicas sobre títeres y teatro popular. Fácil imaginarla allí por la foto que le ha hecho Rubén Fernández-Costa y que cede para esta publicación.
«Yo en realidad aún no he pasado a la fase de elucubración porque sigo en shock. No me ha dado tiempo a digerir qué es lo que está pasando, también por estar en unas condiciones un poco diferentes al resto», explica. «De momento yo he optado por una vía que además creo que es la buena, la que nos va a hacer falta: trabajar. Y quizá también sea un buen agarradero cuando pase todo esto, que ahora mismo, tal y como está la cosa... Trabajar por encima de todo y cada uno a hacer a muerte lo que sabe hacer, porque yo creo que las sociedades se hacen con especificidades diferentes», continúa Zamora.
«Los roles de cada uno son igual de importantes, los de la cultura son imprescindibles también. Y entonces, a mí lo que me gustaría es que realmente la sociedad entendiese que salir adelante es una responsabilidad de todos. Hay que trabajar con ahínco y ya no para que las cosas vayan mejor, sino por sobrevivir». Es lo que considera que toca ahora más que nunca: «Hace dos meses podíamos decir que por cuestión social era mejor esto o lo otro, pero yo creo que ahora mismo lo que tenemos que hacer es sobrevivir, y como en esta supervivencia las cosas van a cambiar, yo creo que hay que hacerlo aparcando el egoísmo que ha mandado en las formas de proceder en los últimos años, que consigamos hacer lazos mucho más fuertes a nivel social y cada uno desde la parte que le toca como sociedad, con el rol que ha elegido».
Zamora recalca esa idea por encima de cualquier otra. «Vamos a tener que partir de que todos los roles son igual de importantes, no se puede quedar nadie fuera porque si no, construiremos una nueva sociedad muy chata». «Yo creo que lo que está bien ahora mismo es que con este nivel de alarma parece que nos estamos dando cuenta de lo fundamentales que son tanto la Sanidad como otros servicios primarios. Pues no nos olvidemos de eso, pero no nos olvidemos tampoco de que el resto de perspectivas, y la cultura entre ellas, son también imprescindibles».
¿Pero habla más de deseos de futuro que de realidades previsibles o alcanzables? «Es que yo creo que querer es poder, y entonces a mí realmente no me gusta pensar en lo que podría llegar a ser, sino empujar en esa dirección. Siempre tiene que haber cierta utopía en nuestra manera de proceder y yo creo que los que nos dedicamos al mundo de las artes tenemos la obligación de trabajar desde ahí, pensar qué es lo que desearíamos y soñar con que podemos hacerlo realidad. No soñar con que se haga realidad, sino que entre todos, arrimando el hombro, podamos hacerlo realidad».
Marifé Santiago, doctora en Filosofía, profesora en la Universidad Rey Juan Carlos y escritora
"LA CAÍDA DE LAS TORRES GEMELAS NO CAMBIÓ EL ORDEN SOCIAL, ESTO SÍ"
«Preparando las últimas semanas de clase» coge a Marifé Santiago la llamada de El Día. Tras exponerle el motivo y la pregunta, de inmediato lanza una primera reflexión: «La fisura hacia un nuevo orden social no fueron las torres gemelas en su caída, esto sí lo cambia clarísimamente». Pero quiere pensar la respuesta con más calma, se deja llevar por su faceta literaria y sugiere enviarla por escrito:
«Las pandemias que nos cita la historia no ocurrían en contextos donde las distancias de un lado a otro de la Tierra pueden recorrerse a una velocidad que impide frenar un contagio. Una velocidad cuyo vértigo porta el engaño de la economía ‘globalizada’, esa que cava fosas infranqueables entre quienes obtienen beneficios a costa de nuevas y sutiles formas de esclavitud y control, y quienes incluso tendrán en su haber que se probaron nuevos medicamentos en sus cuerpos sin valor. La pandemia desenmascara estructuras ciegas e insolidarias que han convertido a los seres humanos en ‘recursos’ intercambiables, anulando rostros y biografías personales. Estructuras a las que se apela para inocular el virus del miedo, una vez más, advirtiendo que lo que vendrá después será más duro y más difícil para millones de personas que ya saben que se está hablando, una vez más también, de ellas».
«¿Somos conscientes de que esta pandemia no es una guerra y, por ello, no se vence con bombas ni con una virilidad violenta y épica, ni con arrogancia imperialista? La eficacia para vencer esta pandemia está hecha con sentido común, solidaridad en lo más cotidiano, con cuidados, con afectos».
«¿Seguiremos sin reconocer que esos grandes valores han sido minusvalorados a lo largo y ancho de la historia de la humanidad, tachándolos de «femeninos» con desprecio? Hemos oído declaraciones que creíamos enterradas en los más siniestros discursos totalitarios. Y ha habido que sacar palabras que las frenaran: repugnante es una de ellas».
«Este confinamiento exige revisar conceptos que, para muchos, son ingenuos. Solidaridad, por ejemplo. Mi corazón admira y aplaude a toda una generación de jóvenes a quienes la vida les roba meses irrepetibles y se quedan en casa por responsabilidad cívica, y solo salen, por turnos, para comprar comida y medicinas a sus vecinos y vecinas mayores que, muchas veces, están solos».
«Mi corazón aplaude a quienes cumplen con su obligación profesional en condiciones temerarias. Y, cuando, cada día, como estamos haciendo todos los profesores y profesoras de este país, he de curar con estoicismo esa innegable brecha abierta contra las oportunidades porque no todos mis estudiantes tienen en sus hogares condiciones que les permitan seguir las clases on line, mi corazón aplaude y acompaña a esa genealogía de héroes y heroínas que entregaron sus vidas por un mundo donde la equidad se lograse instaurando el derecho a una sanidad y una educación universales. Y mi corazón late con una fuerza que acalla la mezquindad para que no dejemos en el camino a los trabajadores y trabajadoras de la cultura que siembran, con generosidad, nuestras horas para que el confinamiento no destruya nuestra humanidad. ¿Seguiremos soslayando su importancia?, ¿se seguirá confundiendo cultura con entretenimiento?».
«Este virus ha puesto delante de nuestra integridad como seres humanos toda la grandeza de la que somos capaces, y toda la mezquindad que conlleva el desprecio a esa grandeza».
«Esta pandemia se vencerá con sensatez, con profesionalidad, con creatividad solidaria. La sensatez es siempre amor, sin que dé vergüenza decirlo ni entregarlo. La profesionalidad es siempre esfuerzo e investigación, lo que significa tener muy en cuenta cómo se distribuye la riqueza común y dónde se pone el foco de atención que nos hará definirnos como sociedad. Y la creatividad es siempre una revolución ética que, como tal, abraza y cura de tanto abandono como nuestra forma de vida deshumanizada ha demostrado que acumula».
Marta Laguna, decana de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación de la UVa
"EN EDUCACIÓN HAY COSAS QUE HABRÍAMOS TARDADO AÑOS EN HACER"
Marta Laguna hace los deberes con su hija pequeña cuando recibe la primera llamada de El Día; no falta trabajo en casa, con una en Primaria y otra en Bachillerato. La segunda llamada se demora al surgirle una videoconferencia con otros miembros de la Universidad de Valladolid. Destaca que están «trabajando mucho más de lo habitual» para afrontar una situación excepcional que exige resolver problemas excepcionales. En la docencia, «todos nos hemos tenido que adaptar a una situación para la que no estábamos preparados, y tampoco contábamos con vivir un escenario tan a largo plazo», explica. De hecho, la UVA confirmó hace apenas dos semanas que no retomará las clases presenciales y terminará el curso de manera telemática. Con las aulas vacías, toca asegurar que los alumnos puedan acabar sus estudios con las adaptaciones que sea preciso para formarles y someterles a unos sistemas de evaluación irremediablemente novedosos que deben dar a conocer a conocer con el mayor margen de tiempo posible. YLaguna, de profesora a distancia y también en casa, sin descuidar su responsabilidad como decana de la Facultad de Ciencias Sociales, Jurídicas y de la Comunicación.
«Los padres ahora estamos trabajando en muchos ámbitos diferentes porque claro, los niños necesitan cierto soporte también por nuestra parte». Con la casa «más informatizada que de costumbre» por ese mismo motivo. «Estamos utilizando todos los ordenadores, tablets y toda la fibra del mundo», aunque el confinamiento también se presenta ve como «una oportunidad para fomentar las relaciones entre hijos y padres», al tiempo que se mantienen «pendientes de los abuelos en la distancia».
«Posiblemente los efectos del cambio se verán también en el futuro, pero creo que esta situación tan excepcional, que antes de vivirla nadie podíamos pensar que fuera posible, ya ha empezado a cambiarnos», advierte cuando ya por fin consigue un hueco para atender a esta redacción. «A nivel humano yo creo que estamos recuperando valores importantes, sobre todo los de la solidaridad, la empatía... Estamos volviendo a prestar atención a nuestros mayores, a esa generación a la que debemos tanto, y sobre todo estamos aprendiendo a apreciar nuestro estilo de vida, nuestras rutinas, los gestos cotidianos, salir de casa, saludarnos, abrazarnos, besarnos. Esas son cosas que efectivamente ya hemos cambiado y cuando se recupere la normalidad nos seguirá cambiando».
En el ámbito empresarial también percibe Laguna esa «recuperación de valores y de la solidaridad». «Yo creo que nuestras empresas, en la medida de sus posibilidades, han reaccionado bien», destaca. «Al final las organizaciones las formamos personas y una situación como esta ha hecho que muchas de ellas, o la mayoría, también ayuden y colaboren. Hemos visto empresas de moda fabricando mascarillas y otras protecciones, donando material e incluso produciendo con impresoras 3D. En el sector turístico, hoteles reconvertidos en hospitales, acompañamiento telefónico a personas mayores… yo creo que el sector empresarial también ha tenido unos gestos muy importantes, dadas las circunstancias», incide.
Y en el ámbito educativo, «yo creo que las universidades, que en general estamos más habituadas a un sistema presencial, estamos aprendiendo mucho de esta situación», añade. «Profesores y estudiantes estamos asimilando un montón de cosas que posiblemente en otro contexto nos habría llevado años recorrer este camino. Sobre todo en relación con la parte de la docencia no presencial, mantener el contacto, adecuarnos a nuevas herramientas de educación virtual… Y bueno, los estudiantes, dentro de lo complicada que es la situación, la verdad es que están teniendo un papel mucho más activo incluso del que ya tenían normalmente, responsabilizándose de su propio aprendizaje». Es lo que hay en una época que dejará sobre todo cicatrices, pero también muchas lecciones.
Álvaro Gil-Robles, profesor de universidad, exdefensor del pueblo y excomisario de Derechos Humanos del Consejo Europeo
"LA SOCIEDAD EXIGIRÁ MÁS SOLIDARIDAD, NO CAPITALISMO PURO"
Álvaro Gil-Robles pasa el confinamiento en su casa de Sotosalbos y la mayor parte del tiempo, «en el ordenador escribiendo, de lo poco que puede hacer uno ahora». Días antes de que se declarase el Estado de Alarma en España estuvo en Nueva York, donde comprobó el escepticismo de entonces allí ante el coronavirus, frente al drástico cambio de escenario que les sobrevino dos semanas después, al empezar a sufrir la pandemia, con «intervencionismo puro y duro» por parte del Gobierno, en lugar de su tradicional «capitalismo individualista». «Yo no sé lo que va a cambiar, pero sí lo que debería cambiar», destaca.
«Esta pandemia nos ha pillado a todos viviendo en una filosofía vital muy alejada de los valores que debería tener una sociedad realmente solidaria y democrática. Nos ha pillado pensando que el capitalismo es un sistema que no tiene ningún problema, con la idea de que cada uno debe velar por sí mismo, y por lo tanto un sistema muy insolidario», advierte. «De ahí que no se hayan dado mucha importancia a las inversiones en lo público, que se hayan potenciado tanto las privatizaciones, hasta que nos hemos dado cuenta de que la sociedad está desarmada cuando se producen estos fenómenos de la naturaleza».
«Es necesario pensar en una sociedad en la cual la presencia de lo público y de los legítimos intereses colectivos estén por encima del lucro personal. Y no sólo hablo de la Sanidad, a la cual se le han aplicado limitaciones económicas brutales, sino que están también la educación y otros servicios públicos fundamentales».
Por motivos semejantes considera que «Europa también tiene que cambiar», advierte pensando en «esa especie de insolidaridad norte-sur» que se ha visto con la negociación de ayudas. Pero «todo eso sin tocar nuestro sistema de libertades, la democracia, y con un sistema económico competitivo», matiza, «donde lo público debe volver a tomar su camino». «La sociedad tiene que ser más justa, la fiscalidad más justa, no podemos seguir en este sistema de ricos riquísimos y cada vez más gente con menos capacidades, cobertura y protección».
«Es un reto enorme, pero es que ya no es una cosa de la clase política, sino una exigencia de la sociedad. Y no es que hablemos de intervención pública en todo, sino en lo que es justo, necesario e imprescindible, no un capitalismo salvaje que ha dejado desamparado al Estado, sin instrumentos para intervenir cuando vienen las grandes crisis».
No obstante, aboga por permanecer unidos «con independencia del color político de cada uno, que ya habrá tiempo de analizar, valorar y discutir, cosa que parece que no todo el mundo está entendiendo».
¿Pero es un deseo o cree realmente que podemos cambiar hacia un modelo menos insolidario a partir de esta crisis? «Eso es otro cantar», responde. «Aunque soy optimista por naturaleza; si no, con todo lo que he vivido ya me habría muerto». «Esto es una lección y después del coronavirus puede venir otra cosa. Nos acaban de dar el primer toque, muy duro, todavía no hemos visto dónde terminarán las consecuencias en cuanto a vidas humanas, desastre social y económico, y como no saquemos la lección de que en el futuro no se puede continuar con la misma receta, entonces es que no hemos aprendido absolutamente nada», sentencia.
Ana Belén Arcones, directora de IMF Business School y elegida Top 10 Mujeres Directivas de España
"LOS MODELOS DE TRABAJO Y EDUCACIÓN VAN A CAMBIAR"
Con tres nominaciones seguidas al Top 100 Mujeres Líderes de España (Top 10 en la categoría de directivas), a esta segoviana afincada en Madrid, fundadora y directora de la IMF Business School, le da tiempo a dedicar unos minutos a El Día tras dar la merienda a sus tres hijos y sin dejar de trabajar. De hecho, IMF fomenta la formación online desde su origen (aunque también ofrece presencial) y permanece activa.
Días antes de la declaración del Estado de Alarma, Arcones se planteaba volver a su tierra una temporada, pero cambió de opinión «por miedo» a propagar el virus y pensando especialmente en sus padres. «No sé hasta qué punto, pero esto nos va a marcar a todos, evidentemente». Por de pronto, nunca pensó que ellos pudieran aprender a hablar por videoconferencia: «Les he enseñado hasta la fase Zoom, quién me lo iba a decir».
En las nuevas tecnologías intuye precisamente claves a corto plazo: «Los hábitos de estudio y trabajo ya están cambiando y lo harán más. Nosotros (IMF) ofrecimos a nuestros alumnos de presencial sumarse a los que ya estaban online y al principio hubo mucho rechazo, pero les propuse probar con el compromiso de que, si no les convencía, podrían volver a las aulas en cuanto se permitiera aunque hubiera que retrasar dos meses el final del curso, y ahora están encantados».
«Lo de mis padres y esto son ejemplos de cómo hemos perdido el miedo a lo tecnológico», prosigue. «A nivel académico, la gente está viendo las ventajas de la flexibilidad, lo que ahorras en desplazamientos, y también es verdad que tiene menos costes. La memoria del alumno será menos importante y más su capacidad para buscarse la vida, o de buscar la información adecuada en el lugar adecuado, ya que los exámenes no tendrán tanta importancia como los proyectos».
En el ámbito laboral cree que pasará parecido: «Con la crisis que se avecina, que va a ser fuerte, nos hemos dado cuenta que también trabajar desde casa tiene ventajas por el ahorro de tiempo y dinero en desplazamientos, la conciliación o el poder trabajar de forma síncrona en un momento dado, pero también cuando a uno le venga mejor, ya sean las 2 de la tarde que las 4 de la mañana. Los empresarios tenderemos a contratar más por proyectos que por tener a una persona ocho horas al día. Y parece que nos hemos dado cuenta ahora a pesar de que lo que estamos haciendo es mucho más difícil que el teletrabajo, porque en condiciones normales los niños están muchas horas en el colegio o fuera de casa».
Respecto a la situación actual en general, «las crisis sacan lo peor de la gente mala y lo mejor de la gente buena». «Pero me quedo siempre con lo bueno y estoy viendo tal solidaridad, tal forma de trabajar, tal adaptación hasta de los niños, que yo creo que saldremos reforzados». «Quiero creer de verdad que vamos hacia un futuro donde prime la capacidad de contribuir todos a un mundo mejor, basado en valores y con la gente habiendo vencido la barrera de lo tecnológico», incide.
Claro que aún está por verse la dimensión completa del drama y la consecuente crisis social: «Todo esto dependerá de si la pandemia nos ha rozado o nos ha herido de muerte. El hecho de perder familiares o amigos sin poder ni llorarles va a generar determinados traumas. Los que salgan de la pandemia superando esto, valorarán mucho más el día a día».