Mejora genética: un pilar esencial

Miguel Herrera (SPC)
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Un estudio con trigo blando demuestra que las variedades que se han ido obteniendo a lo largo de los años siempre mejoran a las anteriores,tanto en productividad como en resistencia a enfermedades

Mejora genética: un pilar esencial

La obtención y selección de nuevas variedades de semillas y plantas constituye el pilar fundamental sobre el que se asienta el progreso de la agricultura y ha supuesto, a lo largo de los años, un enorme avance como consecuencia de la mejora genética que ha permitido incrementos espectaculares en los rendimientos productivos por superficie, así como la adaptación a condiciones agroclimáticas diferentes, resistencias a enfermedades y plagas, etc. La Asociación Nacional de Obtentores Vegetales (ANOVE) ha querido comprobar hasta qué punto esa selección y mejora han influido en las cosechas que están recogiendo actualmente los agricultores y para hacerlo ha llevado a cabo durante tres campañas consecutivas un ensayo con trigo blando, cereal que ha sido elegido por su trascendencia en la alimentación humana y la importancia histórica y económica que este cultivo ha tenido en gran parte de España.

Las conclusiones del ensayo muestran que la mejora vegetal resulta de especial trascendencia en las circunstancias actuales, ante los retos que plantea la evidencia del cambio climático y la necesidad de desarrollar con urgencia nuevas variedades vegetales adaptadas a condiciones medioambientales cambiantes y que permitan el mantenimiento de los cultivos, contribuyendo así a asegurar su sostenibilidad y a paliar las consecuencias negativas que dicho cambio climático pueda previsiblemente acarrear. 

Con este estudio se pretende mostrar a los agricultores cuál ha sido la evolución del cultivo del trigo blando en España, así como la trascendencia que la obtención y desarrollo de nuevas variedades vegetales tiene en el sector primario, ya que dotan al agricultor de mejores herramientas que le permiten incrementar la cuenta de resultados de su explotación. Para ello se estableció un campo de ensayo en el que fueron sembradas, en las mismas condiciones agronómicas y climáticas, variedades representativas de trigo blando de las últimas décadas, incluyendo tanto semillas antiguas como las más actuales.

El objeto era poder evaluar y comparar diferentes parámetros   -rendimiento productivo, adaptación ambiental de las nuevas variedades a condiciones adversas (altura, ciclos…), tolerancia a enfermedades, etc.- que permitan evidenciar el progreso genético que ha habido en los últimos años y las mejoras en que se ha visto traducido. Para ello se contó con un abanico de variedades de trigo que fueron cultivadas a principios del siglo pasado por nuestros ancestros (candeales y barbillas) que se compararon con variedades modernas con el fin de poner de manifiesto la importancia de la mejora genética y de la semilla certificada como factores fundamentales para el aumento de los rendimientos y de la mejora de la calidad de la cosecha.

Los ensayos se ubicaron en la finca experimental que el Instituto Tecnológico Agrario de Castilla y León (ITACyL) tienen en Zamadueñas (Valladolid). Se eligieron 22 variedades de trigo blando consideradas las más representativas de las últimas décadas, estando agrupadas en cuatro grupos en función de su época: VL (anteriores a 1940), VM (décadas de 1940 a 1960), VI (de 1980 a 2010) y VN (desde 2010 hasta la actualidad).

Todas ellas fueron sembradas a lo largo de tres campañas (2020-21, 2021-22 y 2022-23) a igual dosis, en las mismas fechas de siembra en que tradicionalmente se han venido sembrando, recibiendo el mismo tratamiento herbicida y de fertilización y efectuándose también el mismo tratamiento fitosanitario, el cual se llevó a cabo en tres de las cuatro repeticiones de las que constó cada año de ensayo, ya que se reservó una repetición sin tratamiento para poder evaluar el efecto de las enfermedades foliares en las diferentes variedades de trigo.

La campaña meteorológica 2021 se caracterizó por unas temperaturas muy bajas en algunos días de los meses de octubre a abril, especialmente el mes de enero, con temperaturas muy bajas durante muchos días. Las precipitaciones, si bien no fueron muy abundantes, sí fueron constantes a lo largo de los meses, salvo en marzo, que fue muy seco, lo que influyó de manera negativa en el desarrollo óptimo del cultivo. El mes de junio fue menos caluroso de lo normal y acompañado de lluvias generosas, que favorecieron el aumento de rendimientos finales.

La campaña 2022 se caracterizó por unas precipitaciones por debajo de la media de los últimos años. Lo más destacado de la campaña fue la escasez de precipitaciones en los meses de enero y febrero, que condicionaron el desarrollo posterior del cultivo. Si bien el mes de marzo registró lluvias superiores a la media de años anteriores y fue seguido por un mes de abril también húmedo, posteriormente las escasas precipitaciones y temperaturas elevadas en la primera quincena del mes de mayo provocaron problemas en la formación de grano, lo que influyó negativamente en los rendimientos.

En relación a la campaña 2023, concluida hace apenas medio año, estuvo marcada por un fuerte estrés hídrico durante todo el ciclo vegetativo del cultivo. A ello se unieron unas temperaturas por encima de la media histórica en todos los meses, lo que influyó muy significativamente en el desarrollo del cultivo. A pesar de que las precipitaciones registradas en el mes de junio permitieron a las variedades más tardías un llenado de grano más adecuado, los rendimientos finales fueron muy inferiores a los de las campañas anteriores en todos los grupos de variedades.

Rendimiento.

Tras las tres campañas, el análisis de los datos recogidos puso de manifiesto la importante diferencia que existe en cuanto a rendimientos entre las variedades actuales y las más antiguas, llegando a duplicarse en algunos casos la producción por hectárea, lo que confirma el esfuerzo realizado en los programas de mejora, consiguiendo variedades que permiten mejorar la productividad.

El rendimiento medio, considerando los tres años, fue de 4.362 kilos por hectárea, siendo de 5.260 kilos el rendimiento de la variedad más fructífera (perteneciente al grupo VN, el más moderno) y de 2.904 kilos el de la menos productiva (grupo VL, el más antiguo), existiendo una diferencia de 2.356 kilos por hectárea entre ambas.

El rendimiento de las variedades se ve siempre ligado a la estabilidad y adaptabilidad que son propias de cada genotipo. La estabilidad hace referencia a la capacidad de una variedad en mantener un rendimiento constante en diferentes situaciones productivas, es decir, que presenta menos sensibilidad a cambios sufridos en el ambiente, mientras que la adaptabilidad implica una mayor respuesta por parte de una variedad a medida que disponemos de mayores recursos, de modo que las variedades más adaptadas ofrecen una mayor y mejor respuesta cuando las condiciones son más favorables. Tras el análisis de los datos recogidos, se observa cómo las variedades locales (antiguas) son estables en condiciones de bajo rendimiento, mientras que las variedades más modernas son variedades adaptables en los ambientes con alto potencial. En cualquier caso, se puede apreciar cómo las nuevas variedades han obtenido en los tres años un mayor rendimiento que las variedades antiguas, a pesar de las diferentes condiciones climáticas experimentadas, incluso en un año como el 2023, tan condicionado por las elevadísimas deficiencias hídricas que se padecieron.

En lo relativo a las enfermedades, con los datos del 2021 y 2022 se observa que los materiales más antiguos son más susceptibles a sufrir patologías, principalmente la roya amarilla. En el año 2023, como consecuencia de la ausencia generalizada de lluvias, no se observó incidencia reseñable de hongos patógenos.

Tras el análisis de los datos de tres campañas, se observa que las variedades obtenidas tras la revolución verde (grupos VI y VN) rinden significativamente más que las variedades que se cultivaban antes de este evento, es decir, previo a los años setenta del siglo pasado. La mejora genética ha ido por lo tanto encaminada a una mejora de la productividad. Se observa también que en general, los materiales más antiguos son más susceptibles a las enfermedades, principalmente la roya amarilla, y poseen una mayor altura que las variedades modernas, siendo por lo tanto el índice de cosecha (grano/biomasa total), muy bajo en el caso de estas variedades.

En relación a la adaptación y estabilidad, en general las variedades más modernas se adaptan mejor a las condiciones de alto potencial, siendo las variedades más antiguas más estables. Por lo que se refiere a la calidad, si se habla de proteína, si bien porcentualmente las variedades antiguas poseen un mayor contenido, cuando se considera el volumen total de proteína cosechada (kilos por hectárea) este valor es mucho mayor en las variedades modernas.