Los acuerdos internacionales posteriores a la Segunda Guerra Mundial persiguieron establecer organismos supranacionales que sirvieran como foro de debate y toma de decisiones al margen de los caprichos o necesidades, ciertas o inventadas, de las grandes potencias militares y económicas. Esa era la música, pero la letra ha resultado ser diferente. En aras de sentar a la mesa a quienes tienen la capacidad cierta de provocar un cataclismo mundial, la ONU, como máximo exponente de la fraternidad entre naciones, estableció una oportunidad de veto que limitó, precisamente, a quienes pueden subvertir el orden mundial. Muchas guerras, matanzas, genocidios y masacres después, sabemos a ciencia cierta que la ONU sirve para poco cuando la víctima es el más débil, cosa que sucede siempre.
Hoy, el mundo está manejado por un puñado de 'napoleones' de escaso horizonte vital y nula capacidad humana y política. Un lugar peligroso. Y lo será más en los meses y años venideros. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, aupado de nuevo por el populismo norteamericano que gusta de ir a hacer la compra con un revólver en el cinto en connivencia con la jerarquía económica mundial, está provocando marejadas de resultado incierto, pero en cualquier caso muy alarmantes para la estabilidad mundial. Ya no es una cuestión de guerra arancelaria, que también. Es un asunto de puro respeto a los derechos humanos más básicos y a la legitimidad territorial de los estados. La boutade de proponer la anexión de Groenlandia, que es territorio europeo a los efectos administrativos, se antoja hoy una broma de mal gusto -Trump no sabe hacerlas de buen gusto- en comparación con su idea de expulsar a los gazatíes de su tierra y convertir la Riviera palestina en un conjunto de resorts para ricos. La propuesta es demente en sí misma, pero no es inocua.
España mantiene conexiones umbilicales con los Estados Unidos, así que nada de lo que haga Trump saldrá gratis. La más clara es la política de defensa a través de la OTAN, donde nuestro país juega un papel estratégico crucial por su ubicación geográfica pero también está señalado por su limitada inversión en defensa. Otra es la económica, sustentada a través de los acuerdos de la UE -antaño otro tinglado económico- con su socio trasatlántico. El terremoto Trump está levantado fuertes mareas sobre las que Europa y España deberán saber navegar con pulso y acierto. El presidente norteamericano no durará mucho, pero el daño que puede causar sí lo hará. Por eso es prudente actuar en bloque, proyectar una Europa firme y unida y no pretender abanderar ninguna lucha España-EEUU que, además de asimétrica, resulta tan párvula como temeraria.