Esta semana Cuéllar ha llegado a marcar la segunda temperatura más fría de España con tres grados bajo cero. Con la llegada del frío y las heladas, qué mejor cosa para entrar en calor que un chocolate con churros. Es, a buen seguro en muchos hogares, el desayuno típico del domingo en familia. Sin embargo, en Cuéllar, aunque resulte curioso, este producto solo se puede consumir si se compra congelado en los supermercados. En la capital segoviana continúan abiertas más de media docena de churrerías. En Riaza hay una fábrica de patatas fritas que también vende churros los domingos de invierno, pero en Cuéllar no hay un solo local donde se vendan churros físicamente. Hace más de 40 años que desapareció la figura del churrero a pie de calle y a diario ubicado en distintos puntos de la villa, según fuera día laborable o fin de semana.
La abuela Felipa, madre de Esteban Quintanilla y abuela de César y Gregoria Quintanilla Pascual, fue la artífice de los churros en Cuéllar tras el fallecimiento de su marido, Balbino, en un accidente. A ella la enseñaron a hacer churros y tanto Esteban como su esposa, Justa Pascual, y sus hijos continuaron con este trabajo familiar hasta 1983. En los momentos de mayor auge de ventas como las fiestas de los encierros, primos, tíos y demás familiares echaban una mano en la venta, cuidado y cocinado de los churros y el correspondiente puesto que, durante décadas, han regentado en los Paseos de San Francisco. Gregoria, tercera generación de churreros, hace memoria y calcula que desde que empezara su abuela llevaría más de cien años haciendo churros.
A lo largo de todo ese tiempo, día tras día, Esteban madrugaba para hacer la masa de los churros y después se bajaba a la plaza de los Coches, punto de llegada y salida de los llamados coches de línea, para desde las ocho y hasta las diez de la mañana vender churros entre los viajeros. César recuerda cómo los primeros churros se cocinaban con las máquinas de hacer los chorizos en las matanzas y un bombo metálico de gran tamaño donde se echaba leña o carbón para calentar el aceite de la sartén donde se freían. Con el tiempo adquirieron una máquina vertical donde la masa del churro caía a la sartén y solo tenían que cortarla. «Es un negocio en el que había que trabajar mucho y madrugar. Daba dinero pero había que trabajarlo mucho», recuerda César. Su hermana Gregoria también está de acuerdo en que era un trabajo duro y afirma que «Cuéllar no era un pueblo de churros». «Yo iba los domingos puerta por puerta para vender los churros, mientras mi madre se iba con la cesta a la iglesia de San Andrés y mi hermano a la de El Salvador para venderlos a la hora de la misa», añade.
Justa y Esteban, en su puesto de venta de churros en El Henar. - Foto: DSDurante muchos años tuvieron varios puestos fijos. De lunes a viernes estaban en la plaza de los Coches, los jueves también tenían un puesto en el mercado de la Plaza Mayor y los domingos, además de en las iglesias, también estuvieron muchos años en un kiosco en los Paseos de San Francisco durante la primavera y el verano. César recuerda que en 1959, cuando se inauguró la plaza de toros de Cuéllar, tenían un puesto a la puerta de la plaza para vender los churros y otro en la antigua plaza de madera en la Plaza Mayor.
Para Gregoria, el recuerdo de las fiestas era ligado a los churros, tanto de joven como cuando se casó. Se turnaban día y noche para que el puesto siempre estuviera atendido por varias personas. Por un lado, estaban en la plaza de los Coches a la hora del encierro, también en los Paseos de San Francisco, a la salida de la Plaza de Toros cuando terminaban los festejos de tarde y durante el baile por la noche. «No he disfrutado de las fiestas. Era un trabajo muy esclavo», comenta Gregoria mientras su marido, Jacinto, que también ayudaba en muchas ocasiones haciendo las masas estima que en fiestas podían hacer más de 300 kilos de churros. Tal era la venta de churros durante las fiestas que incluso venían churrerías de pueblos de Valladolid a vender, tal y como recuerda ella.
Tanto Gregorio como César evocan que también iban a los pueblos de alrededor a vender. «Los domingos iba con una cesta de churros en la bicicleta para venderlos en Viloria y a la salida de misa», comenta César. «Empezábamos el recorrido por los pueblos acudiendo a la fiesta del Corpus en Viloria, después íbamos a Chañe, hacíamos las fiestas de Cuéllar, después íbamos a San Miguel del Arroyo, seguíamos con El Henar y El Henarillo y acabábamos en las fiestas de Sanchonuño», señala Gregoria. A estas citas fijas en el calendario había que sumar las ferias que se hacían en Cuéllar y el tradicional día de San Pedro, conocido en la villa como el 'Día del Chocolate', donde también vendían churros.
César Quintanilla, ayudando a su padre en El Henar. - Foto: DSCon el tiempo, ya en la última etapa de la churrería, también vendían los domingos, especialmente por la tarde en el portal de la casa situada cerca del Cine Ideal cuando los chavales iban al cine y en la plaza de Los Coches incorporaron la venta de patatas fritas y de cortezas, que además acudían a vender a los bares. Esteban siempre compaginó este trabajo con el de labrador y contó con la ayuda de sus hijos hasta que César se marchó a trabajar a Asturias y Gregoria y su marido continuaron ayudando hasta que Esteban falleció. Ellos, además, enseñaron a otra familia de Peñafiel a hacer churros y hasta hace unos 15 o 20 años han venido a Cúellar en las épocas especiales.
Desde que 'los churreros' dejaran de hacer la masa en Cuéllar no ha habido ningún local que de forma permanente haya vendido churros. Durante una temporada el mítico Bar Madrid sí los hizo para vender en el desayuno a los que se trasladaban desde Valladolid a las estaciones de esquí tanto de Navacerrada como de La Pinilla. Tenían por costumbre parar en Cuéllar a desayunar churros. Al margen de estas ocasiones puntuales, desde hace años en Cuéllar solo se comen churros caseros en la Feria Comarcal, las fiestas y el Henar, con la presencia de churrerías de Valladolid y otros puntos que ayudan a mantener una dulce costumbre que aún conservan muchos cuellaranos.
En la familia Quintanilla Pascual, Gregoria sí conserva la churrera y han hecho churros en fiestas y con amigos, pero desde hace años apenas conservan la tradición. No es así en el caso de César, que dos días antes de hablar con él para hacer este reportaje hizo churros para su hija y unos amigos. La receta no la olvida: la misma cantidad de harina que de agua, esta última hirviendo, y una pizca de sal, amasar bien y dejar reposar unos quince minutos antes de echarlos a freír. Mientras en su cabeza sigue resonando una frase: «¡Cuatro la peseta, veinte al duro!».