En un día mal, Mbappé te puede ganar un partido. En un día bueno, un torneo. Aquella Francia objetivamente mediocre de 2022 estuvo a punto de levantar un Mundial porque la 'bestia' de Bondy marcó ocho goles en siete partidos. En 'esos días', Kylian se encuentra con Kylian: el futbolista que es capaz de sacarse unos violentos zapatazos de la nada, el que arranca con una potencia reservada a jugadores de dentro de 20 o 30 años sin que, por tanto, haya nacido el defensa capaz de detenerle. El moderno «dársela a Mbappé» es el «pasádsela a Jordan» de los Bulls de los noventa, que ganaron seis anillos en ocho años y solo tenían que preocuparse de jugar 'decentemente' a la espera de que Michael hiciera su magia. Como aquel '23', este '9' se ha anticipado a su tiempo y en las noches inspiradas el madridismo ya no sufre. Cualquier pase al espacio puede ser una asistencia de gol, cualquier balón en sus pies, una ocasión clara. En un día bueno, efectivamente, toca sentarse a disfrutar sin nervios porque la victoria está prácticamente asegurada.
Fin de ciclo
A la exhibición de Mbappé se unió esa versión mediocre y mezquina de un Manchester City que, objetivamente, lo puso muy fácil. Pocas eliminatorias en la historia moderna del Real Madrid habrán sido tan placenteras (encajó dos goles en la ida, pero pudo marcar ocho). De una manera insospechada y vertiginosa, el cuadro celeste ha sido víctima de su propia vanidad, mirándose en el espejo después de siete años prodigiosos, negándose a renovar lo agotado, a tocar lo que funcionaba. Todo reventó con la rodilla rota de Rodri a comienzos de temporada, después quedó condicionado por el mal año en lo profesional y lo personal de Guardiola, el ideólogo, y definitivamente se pudrió con el exceso de años y la falta de referentes (en el campo y en la banda) de una plantilla caduca, harta de ganar, desinteresada por la fórmula de su propio éxito. Caer ante el Real Madrid no es ninguna deshonra; haber jugado 10 partidos de Champions y ganado solo tres (Brujas, Sparta de Praga y Slovan de Bratislava), sí.
Otra oportunidad
Hubo debacle italiana en Milán, en Bérgamo y en Eindhoven. El siete veces campeón de la Copa de Europa y el actual ganador de la Europa League mordieron el polvo ante Feyenoord y Brujas. Si las sorpresas son consecuencia directa de accidentes, el de San Siro llevó el nombre de Theo Hernández, que se autoexpulsó con 1-0 a favor y dejó cojo al equipo (1-1 final); en el Gewiss Stadium, a la Atalanta de pasó de todo (además de un buen Brujas enfrente). Para muestra, la última jugada de la primera parte: disparo al poste y rechace, disparo a bocajarro que se estrella en Mignolet, otro balón suelto y otro disparo al poste… que genera el contragolpe belga con el que Jutglá anotó el 0-3. Ni Lookman, héroe de la Europa League en la que destronaron al Leverkusen, que marcó el 1-3 y falló el penalti que hubiera significado el 2-3, arregló el desaguisado. Y en Eindhoven, esa Juventus con escudo pero sin fútbol se encontró con una prórroga inmerecida en la que Flamingo hizo justicia para el PSV (3-1). Con el Ajax y el AZ Alkmaar en la Europa League, y PSV y Feyenoord en octavos de la Champions, Países Bajos reclama su cuota de protagonismo en el Viejo Continente. Y mientras, Italia, competidora directa de España en la lucha por una quinta plaza en la Champions 25/26, se desploma: LaLiga se dispara.
Rozando el desastre
El Bayern está en algo parecido a un período de transición que dura demasiado. Tiene una ventaja sólida en la Bundesliga (más por inacción de sus rivales que por méritos futbolísticos), pero en Europa se le ven las costuras. Y casi le desnuda un equipo, el Celtic, que solo había ganado dos de sus 43 partidos de Copa de Europa a domicilio. Los escoceses habían perdido 1-2 en la ida y se pusieron por delante (0-1) en la vuelta. Un gol de rebote de Davies en el 94 echó por tierra el sueño de Glasgow. El Bayern evitó el desastre, pero no el bochorno.