La solución a la rutina y el descrédito de nuestro campeonato pasa por programar un Barça-Atlético o un Atlético-Barça cada tres o cuatro semanas. Son duelos volátiles e imprevisibles que se alejan del habitual corsé que aprieta las costillas de nuestro fútbol. Son una moneda al aire, el no saber qué va a suceder casi en cada jugada, un soplo de aire fresco. Esta vez le salió cara al cuadro culé: percutió sin descanso incluso encontrándose un 2-0 en contra -nadie le había remontado algo así al equipo de Simeone-, consciente de que los rojiblancos llegaban de una prórroga extenuante el pasado miércoles y que a base de agitar el árbol los frutos terminarían cayendo. Lewandowski abrió la caja de Pandora: su golazo fue un disparo en las piernas de unos futbolistas, los locales, que hasta entonces lo habían resistido todo con entereza… pero entonces se dieron cuenta de que ya no les quedaba nada. Lamine, el diablo adolescente, encontró los regates que antes le habían negado. Y Ferran Torres, estelar desde el banquillo, puso frescura e instinto donde la defensa local ya no llegaba. El 2-4 refuerza la candidatura blaugrana y hunde la del combinado de Simeone, pero el ejercicio coral conjunto dejó otro maravilloso encuentro de fútbol de los que pegan al público al televisor. Que no es poco a estas alturas de LaLiga, donde todos empiezan a 'conservar'.
Descanso
Este fin de semana se disputaba la Copa de la Reina de balonmano. Uno de los finalistas, el Beti Onak, terminó su semifinal en la tarde-noche del sábado y jugó por el título el domingo al mediodía. Seguro que cada deporte tiene sus mecanismos y exigencias, pero el órdago del Real Madrid («Nunca más vamos a jugar un partido con menos de 72 horas de descanso») en La Cerámica sonó muy alto, pero a farol. Un quejido que anulaba otra victoria burocrática del equipo porque Courtois hizo de Courtois -el Madrid concedió 23 tiros del Villarreal, 10 a puerta- y Mbappé hizo de Mbappé:lleva 17 goles en 2025. Es la razón de que el equipo siga cansado pero vivo.