El atleta segoviano Mario Calvo y su marido han denunciado este domingo haber sufrido la misma situación de homofobia pero en la localidad de Basardilla que desveló este sábado el alcalde de Torrecaballeros, Rubén García de Andrés (PSOE). Según informa Efe, el Obispado de Segovia ha rechazado realizar declaraciones hasta la llegada del nuevo obispo en los próximos días. Este es el mensaje íntegro que ha publicado Calvo y su marido en sus redes sociales este domingo:
"Buenos días, Tras una semana pensando y hablando con personas que han sufrido lo mismo ( Rubén García de Andrés gracias por tu apoyo y dar voz a lo que nos ha ocurrido) nos decidimos a escribir y mostrar el señalamiento que se nos hace a mi marido Jml Villa una mí por formar una familia y vivir nuestro amor como nos han enseñado nuestros padres y abuelos.
A la comunidad y responsables de la Iglesia de Basardilla:
Escribimos estas palabras con el corazón en la mano, llenos de tristeza, pero también con la esperanza de que sean escuchadas. Durante años hemos participado activamente en esta parroquia, hemos compartido nuestra fe, nuestras manos y nuestro tiempo para construir comunidad. Sin embargo, hoy sentimos que esa comunidad nos da la espalda.
Se nos ha prohibido comulgar y celebrar la Palabra, no por nuestra fe ni por nuestras acciones, sino por vivir con la persona que amamos. No se nos condena por ser homosexuales, sino por tener la valentía de compartir nuestras vidas, nuestro hogar, en un acto de amor sincero. Nos han advertido que nuestra situación es 'irregular' y que debemos buscar una solución. Pero, ¿cómo podemos solucionar algo que no es un problema, sino una expresión del amor que Dios ha puesto en nuestros corazones?
Lo más doloroso es que ahora, quienes antes eran nuestra familia en la fe, nos señalan. Se nos marca como diferentes, como si amar de esta manera nos apartara de Dios. Incluso se ha hablado con nuestras familias, asegurándoles que ellos no tienen un problema, sino que el problema somos nosotros. Pero, ¿qué problema puede tener una persona que ama, que cuida a sus hijos, que sigue los mandamientos de Jesús, que vive con la conciencia tranquila de estar haciendo el bien?
¿Acaso no somos todos hijos del mismo Dios? ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI un vecino pueda denunciar a otro por amar? ¿Dónde queda el mandamiento que nos llama a amar al prójimo como a nosotros mismos? El Jesús en el que creemos no es un Jesús que condena ni que excluye. Es un Jesús que abre los brazos, que come con los marginados, que rompe las barreras de su tiempo para enseñarnos que el amor está por encima de cualquier norma.
No entendemos cómo, después de tanto dar a esta comunidad, se nos juzga ahora como si fuéramos indignos. No comprendemos por qué el amor que compartimos, basado en el respeto, el cuidado y la fe, es visto como un motivo de rechazo en lugar de comunión. ¿Cómo puede alguien, en nombre de Dios, intentar reconstruirnos, como si nuestro amor fuera un error que corregir?
Escribimos estas palabras con dolor, pero también con amor. Con amor hacia una Iglesia que, aunque ahora nos rechaza, seguimos viendo como nuestra casa. Con amor hacia una comunidad que esperamos pueda reflexionar y ver más allá de los prejuicios. Con amor hacia un Dios que nos creó tal como somos y que nunca ha dejado de acompañarnos.
No pedimos más que ser tratados como lo que somos: hijos de Dios, hermanos en la fe. Queremos seguir participando, seguir creciendo, seguir compartiendo el Evangelio. Queremos ser parte de esta familia sin sentir que debemos escondernos o fingir ser algo que no somos.
A quienes nos señalan, les pedimos que miren con el corazón, no con los ojos del juicio. A quienes nos han apoyado en silencio, les pedimos que levanten la voz junto a nosotros. A toda la comunidad, les pedimos que recuerden que el amor, en todas sus formas, nunca puede ser un pecado.