"Dispensar el mejor cuidado posible une formación y cariño"

M.G.
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María R., Cuidadora privada a cargo de una persona mayor

Llegó a España hace una década, y pese a su juventud - 47 años- María R. cuenta con una dilatada experiencia como gerocultora en su país, Venezuela, donde trabajó en centros residenciales en atención a personas mayores. La crisis política y social de su país le llevó a decidirse a cruzar el charco y recalar en España para iniciar una nueva vida con su currículo profesional bajo el brazo.

En Segovia lleva apenas un año y ya ha conseguido poder trabajar en atención a la dependencia como cuidadora privada a cargo de una persona mayor, en un sector en el que la economía sumergida copa la mayor parte de relaciones entre cuidadores y familias. De ahí reside su rechazo a dar a conocer su identidad – el nombre es figurado- para evitar "que alguien malintencionado quiera perjudicarme", ya que no tiene un contrato reglado. "Yo llegué a Segovia porque una amiga me llamó ofreciendome la posibilidad de poder trabajar como cuidadora en una familia que necesitaba a alguien de apoyo en su casa – explica- pero ya sabía que no iba a tener un contrato de inicio, aunque me han dicho que si todo va bien, en breve van a formalizar mi situación".

María asegura que tiene compañeras y amigas en la misma situación, con las que coincide en los paseos que cuando hace buen tiempo se dan acompañando a sus clientes, y en las que comentan los pros y los contras de sus circunstancias personales. Así, todas ellas aseguran que el hecho de no contar con una relación contractual "nos perjudica en cuanto a nuestros derechos y precariza mucho el empleo, pero la necesidad de llevar dinero a nuestras casas hace que sacrifiquemos lo uno por lo otro".

Donde no hay dudas es a la hora de ofrecer la mejor atención posible a las personas a quienes las familias dejan a su cargo, porque "lo importante son ellos y su bienestar". "No soy capaz de que la persona a la que atiendo tenga menos cuidados, porque pienso en que a mí me gustaría que mi padre o mi madre estuvieran bien cuidados en un caso similar", asegura sin ambages.

La jornada empieza a las 7,30 horas, cuando llega a casa de la familia e inicia la atención con el aseo personal y el desayuno a la persona atendida, para después llevar a cabo labores de acompañamiento dentro del hogar o apoyo en aquellas acciones que así lo requieran. En paralelo, también realiza tareas de limpieza del hogar y comida, que combina con salidas a la calle si la persona así lo demanda para pequeños recados o acompañarles en sus paseos matutinos si sus condiciones físicas no lo impiden. A las 14,00 h, concluye su trabajo con la llegada de los familiares al hogar, no sin antes ponerles al corriente de los detalles de la jornada. La rutina es similar de lunes a viernes, ya que no trabaja ni fines de semana ni festivos.

Su formación como gerocultora le lleva a poder interpretar en modo profesional las necesidades de su cliente, y le lleva a empatizar con él, siendo consciente de los límites que marca la relación profesional. "A mi me gusta mucho mi trabajo y me resulta a veces muy difícil no llevarme alguna preocupación a casa, sobre todo cuando están enfermos o tiene algún problema – explica- Al final, pasas muchas horas con ellos y acaban contándote su preocupaciones".

Reconoce sentirse afortunada porque "he dado con una casa donde me valoran mucho, pese a llevar pocos meses trabajando", y sabe que otras compañeras no disfrutan de ese reconocimiento. "A veces me duele escuchar a compañeras quejarse por desconsideraciones y faltas de respeto, pero es el pan de cada día", asegura con resignación.