Hubo un día en el que la única forma de llegar a Venta Marcelino era con esquíes o andando sobre la nieve porque las máquinas quitanieves solo llegaban hasta Navacerrada. Lo cuenta el alpinista Carlos Soria en 'Venta Marcelino. 100 años en el Puerto de Cotos' (Desnivel), un libro que repasa la historia de este emblemático restaurante que aún hoy sigue abriendo sus puertas todos los días. Con su esencia de siempre: cocina castellana con un ambiente familiar en el corazón del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama.
Un paraje en el que Venta Marcelino es un símbolo. Más de 80 personas han escrito alguno de los 79 textos que incluye el libro, repleto de fotografías que ilustran el cambio que ha experimentado la Sierra de Guadarrama, en la actualidad destino predilecto de los excursionistas madrileños y en otros tiempos tierra de mujeres y hombres esforzados dedicados al campo y a la familia. Como Marcelino y Natalia, los fundadores de Venta Marcelino.
Marcelino cuidaba cabras y vacas en Rascafría, hacía labores de guarda de los terrenos propiedad de Ferrocarriles Eléctricos de la Sierra de Guadarrama, siempre disponía de unos pellejos de vino y aguardiente y atendía y daba cobijo a los gabarreros y a cualquiera que pasaba por allí. Natalia, natural de Santo Tomé del Puerto, fue la cocinera de la venta y se la recuerda como su gran promotora, además de como una incansable trabajadora y madre de ocho hijos.
Natalia y Marcelino, a la derecha, junto a sus hijos.Venta Marcelino comenzó siendo una cabaña en la que Marcelino tocaba la guitarra, cantaba y recitaba los poemas que recordaba. Hasta que los tres hijos varones del matrimonio construyeron la primera fase de la venta actual con piedras y pinos para las vigas que ellos mismos cargaban. Era una época, por supuesto, sin las comodidades, la vorágine y la necesidad de una recompensa inmediata actuales. A la boda de la hija pequeña de Marcelino y Natalia, Araceli, la novia y parte de la familia llegaron con un día de retraso y en un trineo tirado por un caballo, después de que el día del enlace el Puerto de Cotos hubiera amanecido, sin pronóstico previo, con más de un metro de nieve.
«No exageramos si decimos que en estos casi treinta años que llevamos trabajando aquí no ha habido un solo día sin que alguien nos cuente una anécdota sobre la venta, el Puerto de Cotos, Peñalara o la Sierra de Guadarrama», señalan Rafael y Héctor Sánchez, actuales propietarios de Venta Marcelino. Los hijos y nietos de Marcelino y Natalia vendieron el negocio en los años 90 como solución de consenso ante las dificultades para seguir adelante con una familia tan amplia implicada. Tras el relevo, no obstante, quedaron multitud de recuerdos, como demuestra el libro que se acaba de publicar.
Los más pequeños de la casa aprendieron a esquiar con tablas antes incluso de que entrara en funcionamiento el primer remonte. Una de ellos, Araceli Velasco García, fue campeona de España en varias ocasiones y participó en pruebas alpinas de la Copa de Europa y del mundo. En verano, mientras, Marcelino y sus hijos subían con un burro a los venstiqueros de las faldas de Peñalara para buscar nieve para mantener las bebidas frescas.
Imagen actual de Venta Marcelino.A reconstruir la historia de Venta Marcelino han contribuido personajes muy heterogéneros. Desde alpinistas, montañeros y esquiadores hasta un exciclista, Félix García Casas, políticos y trabajadores de la venta. «En estos más de 50 años trabajando en el Puerto de Cotos, aparte de frío y calamidades, hemos pasado muy buenos ratos y muy buenos días. Aquí hemos trabajado muchos y cuando había que arrimar el hombro, arrimábamos el hombro. Me acuerdo de que había un cuartito pequeño y se metían los chicos y las chicas (los nietos de Marcelino) a hacer bocadillos de tortilla francesa, aparte de la cocina, y hacían muchísimos. Con lo que me quedo es con haberme sentido parte de las familias que han llevado la Venta Marcelino», destaca Javier Blas García, camarero allí durante más de 40 años.
En la actualidad tiene una decena de trabajadores. «Abrimos todos los días del año con una carta que no ha cambiado desde los años 70. Tenemos una cocina castellana en la que no faltan los judiones, los callos, el chuletón», explica su actual responsable, Héctor Sánchez, arropado por su padre, que sigue frecuentando la venta a pesar de que ya está jubilado. «Desde el primer día supimos que este era un sitio especial que traía buenos recuerdos a todo el que había pasado por aquí (…) Creemos que Venta Marcelino es un ejemplo de capacidad de adaptación, de saber entender que se encuentra en un lugar privilegiado y de sentirse parte del mismo», escriben al únisono en el libro. A Venta Marcelino le queda que ni al pelo aquel verso de Quevedo de 'érase un hombre a una nariz pegado'. Érase un restaurante a una montaña pegado.