Obras hidráulicas insuficientes, asentamientos poblacionales en zonas inundables, falta de preparación de la población ante catástrofes naturales de este tipo, escasez de avisos tempranos, falta de previsión de los organismos oficiales, descoordinación de las múltiples administraciones operativas, deforestación creciente de zonas anteriormente protegidas por plantaciones, modificación de los cursos de agua naturales, mala situación de los sistemas de drenaje…)
Y luego, la desdicha, la fatalidad, un azote que suele martirizar a zonas del Mediterráneo, pero no sólo. La realidad de una naturaleza que se encara contra nosotros para recordarnos quién manda aquí. Tragedias como la de las inundaciones de estos días con nefastas consecuencias sobre decenas de vidas. Y las haciendas. En un instante la vida te cambia, la vida se va.
Y con el agua se irán de nuevo los propósitos correctores, las ganas de que esto no vuelva a ocurrir en la medida en que puedan evitarse sucesos así. La evaluación de los desastres debe incluir la de sus causas y no solo las consecuencias y lo mismo que se pagan los daños debería pagarse por la culpa. Por eso sigue causando rubor esa delicuescente manera de decirnos lo que les debemos de los políticos que gestionan estas situaciones. Ese agua siempre llega al mismo molino, que es el suyo. El caso es darse bombo.
Unirse en la adversidad. Ahora todos somos valencianos, conquenses, albaceteños, gaditanos, ejidenses. Y para aquellos que son incapaces de gestionar el pasado en su propia insuficiencia argumental, la gratitud a la Guardia Civil, a los embalses que se hicieron y el lamento de los que no se han hecho. Todos a una para gestionar el presente, para aprovechar el pasado y para empezar a manejar las claves de la próxima desgracia por venir. El presente nos es adverso. Pero de nosotros depende que el futuro nos sea propicio. Es necesario invertir en infraestructuras resilientes, mejorar los sistemas de alerta temprana, fomentar la educación y la concienciación sobre los riesgos, y establecer mecanismos de coordinación efectivos entre las diferentes administraciones. Solo así podremos reducir el impacto de las futuras catástrofes y construir un futuro más seguro para todos.