Según datos del Ayuntamiento, frente a las ya citadas 136 llamadas a la Policía Local por ruidos procedentes de viviendas y 43 de bares entre enero y septiembre, el número de denuncias presentadas de manera formal se ha limitado a 15 en ese periodo. Ahí ya no existe tal desproporción de tres a uno entre unas y otras, dado que hubo ocho en total por problemas de ruido con vecinos y siete con hosteleros, y sí coincide que el mes pasado concentró más denuncias que ninguno: dos en enero, dos en febrero, dos en abril, dos en mayo, tres en junio (último mes del curso universitario), ninguna en julio y agosto y cuatro en septiembre (inicio del nuevo curso).
No obstante, tanto el defensor de la ciudadanía, Rodrigo González, como el presidente de la Asociación de Vecinos del Recinto Amurallado, Pedro Montarelo, y algunos vecinos afectados coinciden en advertir «demasiada permisividad» por parte de la Policía Local y poca eficiencia de las denuncias.
Por un lado, nadie duda de que las actuaciones policiales son tan frecuentes como notorias cuando los toques de atención acaban en desalojos; pero, por otro, como señala el concejal de Podemos-Equo,Guillermo San Juan, «las sanciones por esto deben de ser pocas, puntuales y por casos extremos». El Día solicitó al Ayuntamiento el 29 de septiembre datos oficiales sobre el número de quejas contabilizadas en 2018, así como de denuncias y sanciones, pero no han sido facilitados hasta el momento.
«Nosotros (Podemos-Equo) teníamos la impresión de que había un malestar muy intenso que muchas familias estaban viviendo de manera aislada, y el volumen y la variedad de quejas que nos han llegado nos han venido a confirmar que existe una problemática que debemos dimensionar», considera San Juan. «Por eso hicimos la pregunta en un pleno (la del número de quejas atendidas por la Policía Local este año), e insistiremos en ello, primero, para que se desagreguen los datos», avanza en alusión al hecho de que el Ayuntamiento sólo disponga de estadísticas generales, sin precisar ni la zona a la que corresponde cada queja. «Si queremos ser efectivos en la reacción, debemos conocer la localización, el tipo de molestias y el perfil de los denunciantes». En su opinión, el Ayuntamiento debe actuar «sobre todo por la sensación de impunidad con la que viene ocurriendo esto, y ante la sensación de algunos vecinos y agentes de que no se puede hacer nada».
Podemos-Equo teme incluso que la Policía Local no tenga suficientes sonómetros disponibles. «Sin ánimo de estigmatizar, también nos parece importante recabar todos los datos posibles por si fuera necesario llevar a cabo alguna intervención preventiva de mediación con IE University, con otros centros que pudieran estar afectados o con las inmobiliarias que alquilan estos pisos», añade. «Y convendría reformular la ordenanza de convivencia y seguridad en todos aquellos aspectos que complementen la ley del ruido para intervenir ante ciertos desórdenes». Temas que avanza que estudiarán «en los próximos meses» porque «ante esto no vale ponerse de perfil», concluye.
IE University, por alusiones, remite por escrito a El Día la siguiente respuesta: «No nos consta que ninguno de nuestros alumnos tenga relación con esos hechos. Todos nuestros alumnos firman un código de conducta al incorporarse a nuestra institución por el que se comprometen con nuestros valores de respeto a la diversidad de culturas, pensamiento, defensa de la igualdad y la solidaridad, entre otros principios. En IE University agradecemos el apoyo que recibimos en Segovia, que siempre nos ha acogido de manera muy positiva. Trabajamos para promover iniciativas que nos permitan dejar un legado, ser un motor de desarrollo económico y generar empleo en la ciudad», concluyen.
Vecinos. Dos de las denuncias presentadas este año por ruidos de vecinos las presentó un matrimonio con tres hijos pequeños que vive en el entorno de la Plaza Mayor. En su bloque hay un piso de estudiantes, pero, «aunque también puedan molestar, se oye mucho más a los del bloque contiguo», advierte ella, que pide no desvelar su identidad. El año pasado «ya fue horrible» y ayudaron a poner tres denuncias a un vecino de ese edificio contiguo, pero cree que no sirven de nada: «Las presentamos y ya está, ni la Policía Local ni el Ayuntamiento se han puesto en contacto con nosotros por teléfono ni de ninguna manera», lamenta. Aunque las molestias continúan a un ritmo de «tres o cuatro noches de fiestas por semana». «Suelen empezar a medianoche o poco antes, a veces paran y a veces se convierten en fiestones hasta altas horas, y el problema no es sólo la música, sino el trajín de los que llaman, los que suben y bajan, el griterío dentro y fuera de la casa… La Policía Local llegó a desalojar a más de 60 personas el año pasado, pero según se fueron los agentes los chicos volvían a subir; y también hemos visto noches con un montón de coches de Policía Local y Policía Nacional porque han podido coincidir cuatro o cinco fiestas en la zona», continúa.
El vecino del bloque contiguo al que ayudaron a poner denuncias, que ya se marchó, les dejó «de regalo» un sonómetro que compró cuando ya estaba «harto de tanto ruido». «Ahora lo usamos nosotros y hemos llegado a medir 54 decibelios por estas fiestas, el doble de lo que está legalmente permitido aquí». ¿Y por qué no piden entonces que vaya la Policía Local para hacer una medición homologada? «Nos la ofrecieron una de las veces que llamamos y dijimos que no porque decían de entrar en casa y no queríamos molestar más a los niños», responde la mujer. «Pero en otra ocasión sí les pedimos que midieran y nos dijeron que no podían venir con el aparato hasta las seis de la mañana, horas después, y todas las demás veces que han venido lo han hecho sin aparato, cuando no me imagino a un médico acudiendo a ver a un paciente sin maletín. Una de las últimas veces que llamé hasta me respondieron algo así como ‘poco podemos hacer’, así que mal vamos», añade el marido.
Otro matrimonio, en este caso con hijos adolescentes y residente en una vivienda unifamiliar próxima a la plaza de San Esteban, cuenta una experiencia parecida, pero de nuevo desde el anonimato: «Te encuentras con 30 y 40 personas esperando entrar a montar juerga en la casa de al lado y no solo la montan dentro, ya que tienen patios a los que salen a fumar o a lo que sea.Luego es que llamas a la Policía y te dice que no pueden hacer nada, como mucho medir. Te quitan las ganas de todo, cuando voces de madrugada en un patio no son de recibo incluso sin entrar en el tema de los decibelios», critica la mujer.El año pasado destaca que también fue muy problemático: «Un vecino que es médico, que necesitaba descansar bien por el tema de las guardias, terminó marchándose», recuerda. Y es que «prolongan las fiestas hasta la una, las dos, las tres… según el día. Los fines de semana no suele haberlas, pero las tengo un martes, un jueves o incluso un domingo por la noche».
Paredes finas. En una de las calles más próximas a la Catedral vive otro matrimonio con niños pequeños que aporta otra variable a la compleja ecuación de la convivencia entre residentes estables y estudiantes en el recinto amurallado: «Los he tenido buenos y también muy malos porque cambian todos los años, pero el problema que tenemos es que a estos chicos les alquilan supuestas casas de lujo y no lo son. Pagan una pasta a los arrendadores y a cambio se alojan en pisos que pueden ser bonitos para la vista, pero que se reforman con lo justo, cambiando buenos materiales viejos por otros nuevos que son peores porque dejan pasar más el ruido entre paredes, o del techo al suelo», advierte la mujer, que asegura que conoce «muchos vecinos» con problemas similares en su zona y en otras. Justo debajo reside una estudiante que «hace menos ruido que inquilinos de otros años, pero es que aquí entra hasta el humo de lo que se fuma en esa casa por no estar bien aislada», asegura. Y en resumen, múltiples aristas de un problema que ya ha traspasado las paredes de las casas de quienes sufren las fiestas.