La brujería según Andrés Laguna

DS
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El catedrático de Farmacología Francisco López Muñoz pronuncia la cuarta conferencia del Aula Andrés Laguna.

La brujería según Andrés Laguna - Foto: Enrique del Barrio

El catedrático de Farmacología y vicerrector de Investigación y Ciencia de la Universidad Camilo José Cela, Francisco López Muñoz, ha pronunciado la cuarta conferencia del Aula Andrés Laguna, ciclo dedicado a la Ciencia, la Medicina y el Humanismo que organizan en Segovia la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce y la Fundación Lilly. Bajo el título Los ungüentos mágicos: la brujería según Andrés Laguna, el doctor López Muñoz, también académico correspondiente de San Quirce, trazó un sugestivo viaje al siglo XVI para desentrañar los misterios de la brujería en un tiempo en el que la ciencia debía abrirse paso entre supersticiones y mitos. El ponente introdujo al público en el oscuro mundo de la brujería y expuso los conocimientos que el segoviano doctor Laguna tenía de los ungüentos, filtros y pócimas utilizados por las entonces llamadas brujas y hechiceras, plasmados en su obra más conocida, la traducción comentada de la materia médica del Dioscórides.

«Las brujas y las hechiceras solían ser unas perfectas conocedoras de la botánica natural y sus propiedades. Entre las hierbas que empleaban en cocidos y brebajes figuran las plantas de la familia de las solanáceas, dotadas de fuertes propiedades psicotrópicas, como el beleño, el solano, la mandrágora o el estramonio, además de otras especies, como la cicuta, la adelfa o el opio», dijo Francisco López Muñoz, que hizo alusión a la implacable persecución de las mujeres dedicadas a la brujería, en Europa más que en la propia España, víctimas de tópicos favorecidos por la superchería, que atribuía a estas mujeres pactos con el diablo, la participación en aquelarres, la facultad de transportarse por el aire sobre escobas o toneles o la práctica de la antropofagia y el vampirismo, sobre todo con niños. «Tras la criminalización de brujas, hechiceras y curanderas había un fuerte componente misógino relacionado con el interés de las instituciones eclesiásticas por apartar a la mujer, considerada débil y tendente al pecado, de toda actividad con visos científicos, aun cuando estas mujeres eran las únicas que prestaban asistencia sanitaria a una población desprotegida que carecía de otros medios». Entre 1550 y 1650, fueron ejecutadas más de 500.000 personas acusadas de brujería. «Europa era una hoguera», señaló el conferenciante.

«La brujería es un fenómeno complejo, resbaladizo, difícil de definir y desentrañar. Estas mujeres, sometidas siempre a una persecución religiosa, racial, económica y de género, fueron fruto de la sociedad que les tocó vivir, compartieron los usos y las costumbres de la España tardorrenacentista, incluyendo el empleo con objetivos extraterapéuticos de una gran cantidad de sustancias dotadas con propiedades psicotrópicas, en algunos casos con fines ilícitos, e incluso criminales (véase venenos y pócimas venenosas), y en otros, por mera adicción y con objetivos crematísticos, como ocurría en el caso de la elaboración de filtros de amor y la dedicación a la magia amatoria».

Las cocciones mágicas o bebedizos realizados por brujas y hechiceras perseguían la curación de enfermedades, hechizos o incluso envenenamientos. «En el ámbito de la terapéutica, una cocción era un preparado líquido de cuatro a seis onzas de peso que se administraba en forma de cucharadas. Sin embargo, en el plano popular, el término cocción fue rápidamente enmarcado en la cultura de la magia, vinculándose a una amplia variedad de efectos, como la amnesia, el enamoramiento, la transformación, la metamorfosis, la invisibilidad o la invulnerabilidad. Estos preparados, obtenidos del caldo de la cocción de las plantas, quedaron asociados al mundo de los venenos». López Muñoz citó, entre otras solanáceas empleadas en el «arte del envenenamiento», el beleño, la mandrágora, la cicuta, el opio, el acónito, la adelfa o el tejo, al margen de minerales como el mercurio y el arsénico o los venenos de serpientes, escorpiones y sapos.

El conferenciante se refirió también a los filtros de amor, herramientas de la magia amatoria y sexual, encaminada a suministrar estimuladores del deseo sexual o elixires destinados a modificar la voluntad del consumidor con el oculto fin de suscitar en él una atracción erótica. El azafrán, la salvia o el acanto tenían al respecto ciertas propiedades, igual que el polvo de cantáridas, la llamada «viagra medieval», obtenido de la molienda de un escarabajo, la cantárida, que actuaba como potente afrodisiaco, provocador de la lujuria, en palabras del propio Laguna. Hay autores que atribuyen la muerte de Fernando el Católico a la ingesta de una elevada dosis de polvo de cantáridas, obsesionado como estaba por tener un heredero varón con su segunda esposa, la joven y bella Germana de Foix.

Francisco López Muñoz proporcionó algunos datos biográficos de Andrés Laguna (1510-1559), «una de las más brillantes figuras de la cultura europea de la época», médico del emperador Carlos, del rey Felipe II y del papa Julio III. Sus observaciones en el Dioscórides describen las propiedades medicinales de unas 700 plantas, 90 minerales y 30 sustancias de origen animal. El catedrático hizo referencia a Miguel de Cervantes, que en su Quijote cita a Andrés Laguna: «Con todo eso, respondió don Quijote, tomara yo más aina un cuartel de pan, o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado doctor Laguna».