Mateo tiene 10 años y lleva en su muñeca un reloj inteligente que permite recibir llamadas únicamente de los números de teléfono que tiene almacenados. «Él también nos puede llamar. Así nos evitamos que alguien le pueda timar y le tenemos controlado cuando sale por el pueblo. Es la solución de compromiso a la que hemos llegado. A medida que vaya aumentando habrá que lidiar con otras cosas», señalan sus padres, Sandra Blázquez y Miguel Ángel Reyes, dos de los integrantes de la plataforma constituida en Telegram para que las familias pacten no entregar teléfonos móviles a sus hijos hasta los 16 años.
Hay 155 grupos en esa red social –y miles de personas entre todos ellos– en busca de respuestas a una problemática sobre la que se ha disparado la preocupación social. «Están haciendo como un experimento sociológico con los niños. No sabemos cómo va a ser un adulto que ha tenido acceso desde los diez u 11 años a toda la información que puede contener un teléfono móvil», alertan Sandra y Miguel Ángel, padres también de Miguel, de ocho años. «Lo que más nos preocupa son las redes sociales, nos dan pavor. La gente está abobada. Da igual que sea el Instagram, el Youtube o el TikTok», añaden mientras sus hijos juegan por el salón de su casa.
Dos profesoras entregaron el pasado jueves en el Congreso de los Diputados más de 63.000 firmas para prohibir el uso de móviles en la infancia. Advierten que el uso temprano de móviles puede causar en los niños y adolescentes falta de atención y concentración y problemas de sueño y depresión. En las últimas semanas se ha desatado la guerra de estudios e investigaciones en torno a este asunto. La miopía magna (más de seis dioptrías) ha pasado de afectar al 1,3 por ciento de los adolescentes al 8,2 por ciento en solo cinco años, según se refleja en el informe 'El estado de la salud visual de los adolescentes en España', presentado la semana pasada por la asociación Visión y Vida, Fundación Mapfre y Correos Express y realizado en jóvenes de 12 a 18 años. Sin embargo, la revista 'Nature Human' publicó recientemente una revisión de 2.451 estudios y casi dos millones de participantes menores de 18 años –recogido por 'El País'– en el que los autores concluyeron que el uso de pantallas se asocia con riesgos y algunos beneficios pero que, en cualquier caso, los efectos son pequeños.
Guerra a los móviles«Un conocido me ha dicho que le había llegado un mensaje de alguien haciéndose pasar por mí y diciendo que estaba en apuros, que había perdido el teléfono y que le llamara el teléfono. Se lo he contado a otros por si les llegaba, pero si le llega a un niño no tiene el criterio y la madurez suficiente para distinguir que eso es un engaño», remarcan Sandra y Miguel Ángel, que no han encontrado casi apoyos entre las familias en el colegio de sus hijos para impulsar la plataforma Adolescencia Libre de Móviles. Uno de los pocos espaldarazos les ha llegado de Marta Piñuela y Moisés Sanz, padres de Laura y Lucía, mellizas y alumnas de sexto de Primaria. «Es un tema que nos preocupa. Sobre todo porque tú estás convencido, pero la presión que ejerce el grupo sobre los niños y los niños sobre ti es grande. Casi todos los niños ya tienen teléfono móvil desde la Comunión. Impedirles tener un móvil nos genera un problema con ellas y encima acceden a contenidos que no nos parecen adecuados para su edad porque otros niños lo tienen», comienzan.
Marta y Moisés resisten sin dar un móvil a sus hijas, pero no saben hasta cuándo. «Vemos que en el círculo de nuestras hijas ya llevan un año con el móvil con datos y y no sé si hay un control por parte de los padres de a qué tienen acceso los niños. Supongo que habrá familias que sí y habrá otras que no. Entonces eso nos repercute a nosotros», lamentan. «Hoy justo hablaba con una amiga que me contaba que incluso teniendo un control parental hay páginas de sexo que se lo saltan esos controles y les aparecen a los niños. Hay cosas que no tenemos controladas, aunque pensemos que sí», intervienen Sandra y Miguel Ángel.
La educación se convierte en este punto en un elemento fundamental para enfrentarse a los riesgos, y estas dos familias segovianas echan en falta un papel más relevante de los colegios e institutos. «No hace falta que vivamos en el jurásico pero hay que fomentar otros hábitos. En ocasiones el colegio ha tenido poco cuidado a la hora de enviar mensajes a los niños a ciertas horas. Acaban de salir del colegio y les mandan las tareas por Teams. Incluso a las ocho de la tarde en algunos casos. Eso lo que hace es que los niños estén pendientes continuamente para ver si tienen algún mensaje en Teams. También hemos oído que en el instituto no está permitido el teléfono pero que hay profesores en Educación Física, por ejemplo, que les piden que se bajen una aplicación para medirse el pulso. Les va introduciendo también en esa necesidad», reflexionan.
Viven y llevan a sus hijos al colegio en Torrecaballeros, donde intentan aprovechar su calidad de vida para que pasen el mayor tiempo posible en la calle «siempre que el tiempo lo permite». «También tienen que encontrar sus ratos para aburrirse y coger un juego y darle la vuelta y tirar las canicas y lo que sea. Eso también forma parte de del desarrollo de la imaginación y la creatividad. Las redes sociales les generan una sobrestimulación que tapa todo lo demás. Ven un vídeo que les gusta pero enseguida se aburren y pasan al siguiente», concluyen estas dos familias segovianas.