Fue un embarazo normal. Noelia Fuentetaja y Javier, su pareja, afrontaban con ilusión la llegada de su primer hijo, tras decidirse a emprender la aventura de la paternidad en una relación ya consolidada. Con las lógicas molestias y algún pequeño susto, las semanas de gestación iban pasando y la pareja iba preparando la habitación de Naia, el nombre elegido para la niña que iba a llegar con la cuna, el cambiador y todos los elementos que transformaron ese espacio en el reino de la pequeña.
Todo se derrumbó como un castillo de naipes en la semana 35. «El 25 de septiembre me levanto con una sensación extraña y le digo a Javier que a la niña le pasa algo porque no la noto», explica Noelia. Pasan las horas y deciden bajar a urgencias y las matronas le ponen el Doppler para buscar el latido del bebé pero sin éxito. Deciden avisar a la ginecóloga que advierte que la niña tiene una braquicardia con menos de 30 pulsaciones por minuto e inmediatamente decide aplicarle una cesárea para extraer a la niña e intentar sacarla adelante. Pasaron 30 eternos minutos y la peor de las noticias se confirmó. «No pudieron sacarla adelante», señala la madre que recuerda aquel momento con una sensación entre el dolor y la incredulidad de vivir una situación absolutamente contra natura.
El diagnóstico de la causa de la muerte fue «accidente obstétrico por desprendimiento de placenta», que en mujeres sin problemas de salud previos se produce en 1 de cada 100 embarazos «y nos tocó a nosotras», señala Noelia. Su caso es uno de los 20 registrados en la provincia de muerte prenatal con embarazo a término en los últimos 15 años, cuya escasa prevalencia no disipa el hecho cierto y más frecuente de que uno de cada cuatro embarazos registrados no llega a finalizar por distintas causas. A partir de ahí, su vida da un giro de 180 grados y afronta una nueva etapa con el reto de asumir la dolorosa pérdida de una hija y afrontar lo que en términos clínicos se denomina «duelo perinatal», que se define como el proceso emocional que se experimenta después de la pérdida de un bebé durante el embarazo, el parto o poco después del nacimiento.
Para Noelia, este proceso «es algo desautorizado, que no se aprecia, es un tabú», lo que dificulta aún mas poder abordarlo con garantías de éxito, y asegura que la gestión emocional depende mucho tanto de la persona como del entorno que le rodee. «Yo creo que el duelo perinatal es como la huella dactilar, cada persona tiene su propia forma de abordarlo y gestionarlo, y en mi caso he optado por la paciencia, buscando momentos de calma y con mucho apoyo psicológico».
Los primeros y esenciales pasos los dieron desde el propio Hospital General de Segovia, con la aplicación del 'Código Mariposa' para la atención a las madres que han perdido a sus bebés en estas circunstancias. Noelia explica que el código recibe su nombre porque en la puerta de la habitación en la que está ingresada se coloca la imagen de una mariposa con la que todo el personal sanitario es consciente de esa delicada situación.
«Tanto la ginecóloga como las matronas, los pediatras, auxiliares, celadoras o personal de limpieza nos trataron de 10 -señala con emoción- y tuvimos la suerte de que una de las matronas era especialista en duelo perinatal y nos preparó una cajita con el gorrito de la niña, una manta y otros recuerdos». De igual modo, le recomendaron poder ver a su hija después del parto, porque «era necesario para poder empezar un duelo sano, y aunque en principio no quería, después lo agradecí porque ahora tengo a mi hija en la cabeza porque sé como es».
No estamos solos El regreso a la vida cotidiana no está siendo fácil, pero el apoyo incondicional de Javier y de su entorno familiar mas próximo ha hecho avanzar a Noelia, que desde hace unas pocas semanas se ha reincorporado al trabajo tras acabar su baja maternal. El apoyo psicológico se completa con la participación periódica en sesiones de grupo de apoyo en Madrid y Valladolid con familias que han vivido una situación similar, y que ayudan no sólo a compartir experiencias sino también a saber «que no estamos solos».
«El problema que tenemos es que hay un analfabetismo emocional por parte de la gente, que con su buena voluntad trata de darte una palabra de ánimo pero acaba cayendo en lugares comunes como 'sois muy jóvenes, ya tendréis mas', 'eso mismo le pasó a un conocido' o intentando acotar el periodo de duelo. Yo he perdido una hija y quiero que la gente sepa que no hace falta decir nada, sólo una sonrisa o un gesto de apoyo, no necesitamos frases hechas».
De este modo, Noelia comienza a vivir una nueva situación, pero asegura que su vida no va a ser igual. De hecho, señala que en este tiempo «se pierde inocencia y se gana realismo» cuando se trata de relacionarse con amigas o familiares que están esperando un hijo. «No se trata de ser agoreros o cenizos, sino ver la realidad del embarazo como un proceso que no siempre sale bien y que tiene consecuencias», señala. También se brinda a poner en común su experiencia con otras madres, y no descarta en un futuro poder crear algún grupo de apoyo en Segovia, pero «ahora es el momento de dar a Naia su sitio».
Pero a sus 32 años, Noelia mantiene intacta la voluntad de ser madre y dar un hermanito a Naia; y asegura que su habitación será para él, pero siempre con su recuerdo intacto. «Naia iba a ser una niña súper libre y ojalá ahora donde esté sea libre», asegura.