La mayor parte de las 224 personas fallecidas el 29 de octubre pasado por causa de la DANA que arrasó numerosas poblaciones de Valencia habían muerto antes de que la Generalitat emitiera la alerta que llegó a los móviles a las 20,11 horas de aquel fatídico día. Los primeros datos conocidos del sumario que instruye el juzgado de Instrucción número 3 de Catarroja confirman con el escalofriante relato de los hechos, lo que de antemano se sabía, que la alerta llegó muy tarde y que de haberse adelantado la advertencia a los ciudadanos valencianos se habrían podido salvar vidas.
Casi cuatro meses después de la mayor catástrofe natural de la España reciente, el presidente de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, daba ayer un dato requerido con reiteración en este tiempo, la hora de su llegada al centro de coordinación operativa integrado (CECOPI), en el que recaía la gestión de esas horas vitales.
Mazón sostiene ahora, cuando cualquier gesto es ya inseparable de la tramitación judicial en la que se investiga la gestión de la DANA, que llegó al CECOPI después de que se emitiera la alerta, en una clara contradicción con la versión que se había mantenido al respecto. El paradero del presidente valenciano durante aquellas horas cruciales y la cuestión sobre si permaneció o no localizable en ese tiempo ha sido uno de los grandes caballos de batalla desde los primeros días que siguieron a la tragedia.
Que la figura del presidente autonómico y su papel en las horas anteriores, durante e inmediatamente posteriores a la DANA haya sido materia de escrutinio durante estos meses, dice ya mucho de su papel en esta materia.
Es cierto que sus omisiones e inmovilismo no tapan la responsabilidad del Gobierno central en la gestión de la catástrofe y de su posterior afrontamiento en aquellos aciagos primeros días que la siguieron, pero ni siquiera esos errores son suficientes para ocultar su déficit de gestión en el peor momento.
A todo ello se han añadido un cúmulo de errores de comunicación, que han ido cayendo unos sobre otros hasta formar una montaña que habría sido capaz de asfixiar hace ya tiempo a cualquier representante político, por muy templado que sea. Pese a todo y a que su presencia pública se ve muy limitada por la respuesta ciudadana, cómo se vio hace apenas unos días en la inauguración de la fiesta mayor de Valencia, las Fallas, Mazón se mantiene en pie, mientras su figura se sigue consumiendo en un pira que él mismo no deja de atizar con sus continuas contradicciones.
Parece difícil que entregado a esas estrategias esté en condiciones de afrontar el gran reto de la reconstrucción de la Comunidad Valenciana, pero a estas alturas también se antoja complicado que sea capaz de percatarse de ello.