De momento, nadie se ha atrevido a viajar a Waterloo para tratar de convencerle, en persona, de que dé su brazo a torcer y facilite la investidura de Sánchez, pero los mensajes a Junts se multiplican. Los primeros en moverse fueron los de Sumar que encargaron a Jaume Asens la labor de mediación. Sánchez, que ha decidido dejar enfriar las expectativas, se va de vacaciones esperando que Feijóo queme sus escasas posibilidades con una investidura destinada al fracaso.
De momento, ha encargado a Patxi López y a la expresidenta del Congreso, Meritxell Batet, los contactos, discretos eso sí, con los posibles socios. En primer lugar para conseguir la presidencia de la Cámara Alta, descartando los cantos de sirena que envían desde el PPproponiendo un candidato consensuado.
Batet lo tiene difícil. Primero porque tendrá que andarse con pies de plomo para no cabrear a los de Esquerra que han visto como se desplomaban sus expectativas electorales tras el apoyo a Sánchez. Las acusaciones de "botiflers" y de "haberse rendido ante el engaño de una mesa de diálogo sin contenido", duelen.
Aunque ninguno de los dos grupos catalanes suman los votos necesarios para tener grupo parlamentario propio, con un presidente del Congreso socialista y si además fuera catalán lo tendrían más fácil, así como tener plaza en la Mesa de la Cámara. En fin, que se van a tocar todas las teclas para, despacio pero sin pausa, lograr, como primera medida, esa presidencia.
Puigdemont, que se sabe con la sartén y el mango en la mano, no va a vender barato su apoyo. Tiene que demostrar que es el guardián de las esencias del independentismo y que, pese a su vergonzosa fuga a Bélgica dejando a los demás en la cárcel, es el único que no ha tirado la toalla por una Cataluña fuera de España.
La sarcástica consecuencia de la polarización política que rige la vida parlamentaria española es que un fugado de la Justicia, que protagonizó un golpe contra la Constitución, que ha burlado a las instituciones de la democracia, dejándolas en ridículo en Europa, tenga en sus manos la gobernabilidad de este país.
Y que, en caso de que se deje seducir por las ofertas de los socialistas, que nunca podrán aceptar la autodeterminación o la amnistía, su abstención augura una legislatura al borde del precipicio. Ya no habrá otra moción de censura de VOX porque, abandonados por sus votantes, no tienen diputados suficientes para proponerla; pero resulta difícil creer que se puedan sacar muchas leyes adelante.
Además, a un año de los comicios europeos y catalanes, Puigdemont sabe que "contra el PP" a sus siglas les iría mejor y podrían recuperar esos votantes cansados de un "proces" interminable y sin resultados.
Feijóo sabe también que sus llamamientos a un acuerdo con Sánchez son pura retórica. No se pasa de las tortas a los besos en una semana. Ha dado orden de que se cierren los pactos con Vox rápidamente y sin hacer ruido, debido al coste que ha supuesto llevar tan incómodo compañero de viaje. El civismo democrático ha dicho no a la extrema derecha. Ese es el único logro de esta situación endemoniada.