Pese a ser un partido denominado federal, el PSOE carece, obviamente, de un verdadero plan para 'federalizar' el país. Asistí hace tres años al 40 congreso de esta formación, en la Feria de Valencia, que se clausuró sin más avances programáticos que la patente transformación del partido en una organización presidencialista, personalista. Y del que salió una ejecutiva débil y que aplaudió al 'refundador', Felipe González, cuando se abrazó, visiblemente reticente, con Pedro Sánchez.
Hoy, la fotografía de ese abrazo sería imposible, la dirección que salió de aquel congreso ha cambiado, convirtiéndose casi en un Consejo de Ministros bis, sigue sin haber 'programa, programa, programa', como quería Julio Anguita, y aquella militancia, entregada al líder y que le ha apoyado en las circunstancias más difíciles, empieza a reclamar un nuevo cónclave. Un nuevo congreso anticipado, que renueve todo respecto de aquel último, de octubre de 2021.
Algún socialista de carnet, veterano, amigo, te pregunta "a ver, ¿por qué si las bases de Esquerra votan un acuerdo con los socialistas no se puede hacer lo mismo, votar ese acuerdo, en el PSOE o al menos en el PSC"?. Es una reclamación que leo reflejada en algunos periódicos y escucho en tertulias. El pacto con ERC para investir a Salvador Illa ha provocado una marejada de cierta envergadura en un PSOE que aún no ha mostrado reacción oficial a un acuerdo que presenta importantes dudas legales y supone la quiebra de la unidad territorial: ¿qué es eso de la vía federal, o confederal, que nunca se concretó? ¿Esto es un concierto 'a la vasca', una concurrencia, un consorcio, una 'conllevanza' orteguiana? ¿Cómo se va a implementar, si se consigue hacerlo?
El acuerdo con ERC para investir a Illa acabará o no cumpliéndose -que yo creo que no podrá cumplirse-, pero lo que necesita, de momento, es que nos lo desmenucen para percibir su verdadero alcance y consecuencias. El 'silencio oficial' del PSOE, las 'ruedas de prensa casi sin preguntas', el tirar balones fuera a ver si con la 'agostidad' cesan las pasiones, no pueden mantenerse ni unas horas más.
Cuando esto escribo desconozco aún el resultado de la votación de la militancia en Esquerra, ese partido hecho trizas por varias sucesivas derrotas electorales y lleno de incógnitas sobre su futuro. Una más de las curiosas contradicciones que se suscitan con este nuevo paso que abre en canal el Estado que conocíamos se centra en que quien ha orquestado desde Esquerra el pacto directamente con el Gobierno central, Marta Rovira, la dirigente fugaz y efímera, ha anunciado que piensa volver a Suiza y abandonar la política. Y el líder espiritual del partido, Oriol Junqueras, ha permanecido apartado de todo este último proceso negociador, pese a que fue él quien propició el gran cambio en ERC y el acercamiento de los republicanos al Gobierno central de Pedro Sánchez. Así ¿con quién exactamente está acordando el Gobierno central?
Enumerar las contradicciones en todo lo que se está haciendo desde las alturas ahora sería casi aburrido. Nadie se escandaliza ya de casi nada, suponiendo, que sería mucho suponer, que el tema interese a una España de vacaciones, más bien ajena a la trascendencia de lo que está ocurriendo en y con Cataluña; ya digo, la 'agostidad'. Pero muchas de estas contradicciones se centran en el gobernante PSOE, un partido sin más voz que la de su secretario general y presidente del Gobierno, coreado acríticamente por una militancia que es incondicional con muy contadas excepciones, como la del castellano-manchego Emiliano García Page.
Varios líderes regionales, en Extremadura, en Castilla y León, incluso en Asturias, donde gobierna Adrián Barbón, o en Madrid, son conscientes de que la calle se volverá contra ellos si no logran superar la sensación creciente de que sus territorios autonómicos tendrán un trato discriminado con respecto al País Vasco -algo que ya estaba ahí- y, ahora, Cataluña. Fin de la caja única y aumento de las diferencias. Sin embargo, que nadie piense en una rebelión interna en el partido: si ahora se sometiese a votación cualquier cosa, la que fuere, la posición de Sánchez ganaría por un ochenta por ciento, como ha venido ocurriendo hasta el momento. Sánchez tiene al PSOE controlado y bien controlado. Y dinero para repartir entre las autonomías descontentas, que ahora son casi todas.
Pero las democracias, para ser ejemplares, necesitan transparencia y participación, no dádivas y oscuridad. E ideas nuevas. El 40 congreso socialista fue el de los aplausos, sin más alcance programático, y el de la apariencia de unidad, con un Felipe González que acudió, me dijo cuando se lo pregunté, "porque, aunque no te lo creas, yo soy socialista". Ignoro qué repuesta me daría ahora, pero estoy seguro de que no iría a un congreso 'sanchista', suponiendo que fuese invitado.
Ese congreso, sin embargo, ha de celebrarse cuanto antes: el PSOE de Sánchez, que sin duda no es el de Felipe González, tiene que trazarse un 'modelo socialdemócrata' para España y sus territorios y presentarlo a los ciudadanos de una manera abierta, fiable y honesta. Tiene que prepararse para un mundo que, en estos tres años, ha dado muchas más vueltas de lo que pensábamos. Y adaptar sus estructuras y pensamiento a un cambio al que ahora, la verdad, parece ajeno, ensimismado y apretado en torno a la figura de su máximo dirigente, que se muestra preocupado, me dicen, por muy otras cosas más... coyunturales, digamos.