Lahore (Pakistán), 1967. Un joven Muhammad Ehsan Ullah Khan, aún veinteañero, se topa con un anciano octogenario que intenta cruzar una de las grandes avenidas de la ciudad más poblada del Punjab paquistaní, la segunda más grande del país. Apenas puede comunicarse con él porque habla un dialecto distinto, trata de ayudarle, pero aquel hombre, ante sus sorpresa, renuncia a continuar. Su deseo, más que arribar al otro lado de la calle, es perecer allí mismo. Prefiere morir y así lo manifiesta. El joven no da crédito, pero acaba logrando atisbar por qué aquel anciano siente que su vida ya no merece la pena. Consigue entender que es católico, que trabaja en una fábrica de ladrillos y que sus hijas adolescentes han sido sido raptadas, que sabe que estaban siendo violadas en grupo y que las van a vender.
Así comienza una épica historia sobre conquista de derechos civiles que se prolongará durante cinco décadas y que, por desgracia, aún guarda vigencia y sigue siendo necesaria en muchas partes del ancho mundo. Ullah Khan decide ayudar a aquel hombre, consigue extirpar su yugo de ladrillo y también arranca a sus hijas de las garras de sus captores, patronos despiadados. Después de eso, "se corre la voz" y él sigue ayudando a cuantos se lo piden. Que alguien se pusiera a liberar esclavos en el sudeste asiático a finales de la década de los sesenta, según sus propias palabras, era "llamativo", pero, en realidad, era una afrenta al 'statu quo', un obús a la línea de flotación del sistema de castas que segrega a la población en función de sus orígenes o creencias.
De hecho, según sus datos, el 80 por ciento de los esclavos eran católicos. A la mayoría, ni si quiera las parroquias cristianas les bautizaban porque la discriminación hacia ellos impregnaba todos los estratos sociales, y había indubitado temor. Mientras, los gobiernos de la zona, incluido el británico en la cercana India, miraban hacia otro lado sin pudor. Ullah Khan reconoce ahora ante un repleto auditorio 'Nicolás Martín Sosa' de la Facultad de Educación de la Universidad de Salamanca, que resulta "descorazonador" abrirse a los testimonios de todos aquellos trabajadores sometidos a un endémico vasallaje porque "ninguno de ellos conocía el significado de la palabra libertad", ya que, en realidad, eran esclavos desde tres generaciones antes.
Durante 25 años de lucha, Kahn logró liberar a más de un millón de esclavos en el el sudeste asiático. Un objetivo que logró "con todas las de la ley", según matiza ante su público, pero teniendo que pagar un alto peaje: "amenazas, torturas y cárcel". Todo eso que, a día de hoy, le da igual, consciente de no haber llegado al final de su camino, a pesar de tener que residir en Suecia, condenado al exilio. Tras crear el Frente de Liberación del Trabajo Forzado, siguió ampliando su radio de acción más allá del ladrillo hacia otros sectores productivos y descubrió el mejor arma para combatir una agreste herramienta en las inocentes manos de un niño: darle a cambio un sencillo bolígrafo con la tinta a punto. "La libertad nunca es tan fuerte como en el momento en el que podemos tomar decisiones por nosotros mismos", reflexiona.
En efecto, comienza a combatir la esclavitud desde la educación. Establece más de 250 centros para dar cobijo a unos 12.000 niños liberados y le ofrece formación. "Vosotros sois el futuro, tenéis los mismos derechos que el presidente de Pakistán", les dice para agitar su maltrecho esquema mental. Ante un auditorio repleto de futuros educadores, Kahn alza un bolígrafo, ese "instrumento para el cambio" y les llama con firmeza a ejercer como "líderes" del mismo, a ser los "ingenieros" en el uso de un artilugio, hoy, probablemente cerca del desfase por las nuevas tecnologías, pero no es eso lo que importa. Sí cuenta, para él, y mucho, el poder la simbología. Como aquel acto que representó en sus escuelas de romper las barras con las que usualmente se atizaba a los alumnos en los viejos gulags.
Según explica a los docentes del futuro, su sistema educativo no contempla, de facto, la agresión a los alumnos, pero tampoco los deberes ni los exámenes porque, desde su punto de vista, son otras formas de castigo. "No criamos a seres humanos felices si seguimos este sistema tan estricto, sino que criamos a tecnócratas enfadados", advierte. Su experiencia ha sido ya puesta en práctica en más de una veintena de provincias españolas, sin ir más lejos, donde Ullah Khan, ha llegado con su mensaje, ataviado de blanco impoluto y luciendo su lustrosos bigote. "Si queremos que la sociedad cambie las cosas. Si queremos que las multinacionales textiles no usen a niños esclavos, tenemos que enseñar primero a esos niños cuáles son sus derechos fundamentales. Pero sin profesores no lograremos nada. Por eso estoy aquí ante ustedes", añade el activista, delante de un puñado de estudiantes ante el que aún permanece en pie, pues, según reconoce, él no se sienta ante profesores, "el estrato más alto de la sociedad", como muestra de absoluto respeto.
Iqbal Masih
La conferencia de Muhammad Ehsan Ullah Khan en Salamanca había arrancado con la reproducción del vídeo de un niño, llamado Iqbal Masih, interviniendo con una determinación inusitada para su edad ante un auditorio repleto en Quincy, Massachusetts. "Vuestros niños tienen bolígrafos en sus manos, pero estos niños de los que les hablo tienen herramientas con las que, además, de trabajar, son golpeados y heridos", manifestaba ante el estupor de una perpleja platea, repleta de padres norteamericanos con otras preocupaciones. El pequeño Iqbal, que entonces contaba con 12 años, había sido vendido con tan solo cuatro a las mafias del trabajo y malvivió como esclavo hasta que se encontró con Kahn cuando había cumplido los diez.
El activista paquistaní describe entonces el momento del encuentro entre ambos, en Sheikhupura en el año 1992. Habla de la mirada taciturna de aquel pequeño cuando se le acercó, y lo ilustra, además, con imágenes, que reproduce en el estrado. Muestra, más tarde, su expresión cuando apenas habían pasado unos minutos, más risueña, esperanzada. Finalmente, exhibe al radiante joven Masih tras ser liberado y ser integrado en una de las escuelas de su mentor y, a la postre, padre adoptivo. "Qué horrible es el subconsciente cuando no puedes poner palabras a lo que te pasa. Tuve que hacerle entender que tenía que sentirse libre de toda presión para hacerse libre a sí mismo", cuenta. Para entonces, el fundador del Frente de Liberación del Trabajo Forzado se había involucrado en el sector de las alfombras y encabezada pacíficas protestas en el país disueltas, a cambio, con cruenta violencia por parte de las autoridades.
Con el tiempo, Iqbal Masih, a quien Ullah Kahn adoptó oficialmente, se convirtió en un símbolo de lucha contra la esclavitud y en pro de los derechos civiles. De ahí su viaje por Occidente para arrojar algo luz sobre la oscuridad de sus propios orígenes. "Lo mismo que Abraham Lincoln hizo para los esclavos en Estados Unidos", decía. "Ustedes son libres y yo también lo soy". Iqbal Masih fue asesinado de un disparo mortal el 16 de abril de 1995 en la cuidad pakistaní de Muridike. La autoría no está clara a día de hoy, aunque se atribuye a mafias de la industria de las alfombras que, previamente, le habían amenazado. La primera ministra de Pakistán por entonces, Benazir Bhutto, llegó a dudar hasta de la edad del niño, a quien asignó 19 años, y negó que fuera abatido por alguien relacionado con las alfombras. En 2007, por ciento, Bhutto también fue asesinada en su país, según recuerda Kahn.
Una nueva luz
Mientras, las 250 escuelas del ahora activista, periodista y fotógrafo de profesión, fueron clausuradas, sus profesores detenidos y sobre él se impuso una orden de busca y captura. Esto ocurrió, según matiza, "solamente por haber cambiado las herramientas por bolígrafos", porque, recuerda, "estaba absolutamente prohibido ofrecer educación a esos niños". Desde su actual exilio, el activista pakistaní, quien dotó al Frente de Liberación del Trabajo Forzado de carácter internacional, viajó esta semana a Salamanca con el objetivo de impulsar en la capital del Tormes una nueva organización humanitaria con el fin de poder contar una entidad jurídica que avale y sostenga el trabajo de esta causa en España.
Tras cumplirse 28 años de aquella fatídica fecha y, fruto del trabajo y colaboración con distintas entidades y organizaciones, se constituyó en Salamanca la 'Asociación Iqbal Masih contra la esclavitud (Aaimce)'. Entre los fines de Aimce, según la propia organización de nuevo cuño, destaca "luchar contra la esclavitud infantil, así como otras formas de opresión y esclavitud, dar a conocer la figura de Iqbal Masih a la sociedad en general, especialmente en los espacios educativos de niños, adolescentes y jóvenes, generar paz a través de los mecanismos de la educación como herramienta para la libertad, el respeto de los derechos humanos, en especial de los niños, y contra la esclavitud, y el empoderamiento de los niños, que se oiga su voz y se les permita desarrollarse".
Una de las organizaciones implicadas en la constitución de esta asociación es el Colegio Oficial de Graduados Sociales de Salamanca, entre cuyas actividades principales figurarán, a partir de ahora, todas aquellas dirigidas a la difusión de la vida y el legado de Iqbal Masih como "ejemplo de sacrificio y creencia en la libertad y la paz", así como la creación y entrega del 'Premio Iqbal Masih contra la esclavitud'. De hecho, su primer presidente es José Luis Muñoz Ruano, vicepresidente de dicho órgano colegiado, aunque, entre sus principales apoyos, figura asimismo el de Enrique Cabero, quien conoció la historia de Khan e Iqbal cuando aún era vicerrector de la Usal y que, como presidente del Consejo Económico y Social de Castilla y León, también aporte soporte a sus objetivos fundacionales.