Contrariamente a lo que imaginó Tolkien, en la 'tierra media' de nuestro fútbol no pasa nada interesante. Es, más bien, lo contrario a ese continente ficticio en el que transcurre toda la emoción y fantasía del universo literario: un páramo en el que los equipos se van relajando, se recuestan en la silla, ponen los pies sobre la mesa y comienzan a holgazanear porque hace algún tiempo que alcanzaron la salvación y Europa se les ha alejado definitivamente.
Empiezan a aparecer 'esos partidos' y el aficionado los detecta rápidamente. ¿Aquel Las Palmas que optaba -con permiso del Girona- a ser el equipo revelación de la Liga… hubiera perdido seis partidos consecutivos como ha sucedido ahora? ¿Ese Osasuna siempre incómodo y siempre competitivo de la mano de Arrasate hubiera cuajado un 'partido-siesta' para perder 3-0 en casa del Granada, encajando la quinta derrota en seis duelos? No, claro que no, pero canarios y navarros ya son habitantes de la 'tierra media', el valle de la tranquilidad. Los rivales directos de quienes se enfrentan a ellos, ¿tienen motivos para protestar, para pensar que esas actitudes distorsionan o adulteran la competición? Y la respuesta, en términos objetivos y deportivos, es un no rotundo. Como si un campeón no tuviera derecho a relajarse, como si un equipo con el objetivo cumplido no tuviera derecho a dar minutos a los menos habituales y premiarles… y como si clubes sin nada que 'rascar' por arriba ni nada que sufrir por abajo no tuvieran derecho a tumbarse a la sombra.
La profesionalidad, se supone, es la obligación de competir en todo momento y hasta el final. Pero mientras a esto sigan jugando personas y no robots programados para no cansarse, los futbolistas sin objetivos a la vista tendrán más ganas de descanso que de patadas.